15 de abril de 1840
El editor del periódico me solicitó en su oficina. Tuvimos una reunión corta en la que discutimos sobre mis últimas redacciones. Varias de las historias que últimamente fueron publicadas no tuvieron el impacto deseado, al parecer la élite no es atraída por las vidas de la gente común, quieren algo más. La histórica y criminalística tienen un cierto llamativo que no termino de entender, sin embargo es lo que más vende en estos días.
La reunión finalizó con un aviso destacable.
Una carta había llegado a las puertas del periódico. El remitente manifestaba su interés por platicar cierto suceso ocurrido en su pueblo no muy lejos de nuestra Petit París.
Lo que terminó de llamar mi atención fue la línea final de la misma: Algo anda mal con la Calle Centurión.
El editor me encargó la historia. Tengo el placer de redactar la primicia para nuestro periódico. Eso animará a nuestros lectores a la vez que me ofrecerá un enfoque nuevo en mi escritura. No había sentido ese característico hormigueo en mis dedos desde hace varios años.
En este momento me encuentro a medio camino de mi destino. El tren no tardará en llegar, pero tengo el tiempo suficiente para descansar un poco de tanto sobresalto de emociones. No puedo esperar para conocer aquella calle y lo que esconde.
17 de abril de 1840
Mi llegada a este pequeño pueblo apodado Où le Soleil tombe –Donde cae el Sol– se caracterizó por la sombría intensidad de sus habitantes por evitar a toda costa el contacto social conmigo; no cruzaban sus miradas, ocultaban brevemente su rostro, cambiaban de dirección en sus caminatas al toparse conmigo... Me parecía encantadoramente escalofriante, y más aún con el pueblo cubierto por el velo de una niebla semi espesa.
Una mujer, Madame Mercedes, fue la única diferente entre tanta gente separada la una de la otra. Me dio la bienvenida con una falsa calidez, su sonrisa forzada me indicaba que sufría los mismos estragos sociales que el resto de habitantes del pueblo.
De la estación del tren, caminamos dos calles directo a un edificio de cinco plantas; era el Hotel Hulette cuya última habitación de la cuarta plata sería mi lugar de descanso hasta terminar mi historia y regresar a París.
Sentía la fuerte tentación de recorrer el pueblo y visitar la advertida Calle Centurión, pero tanto Madame Mercedes como mi propio cuerpo me sugirieron descansar. Acepté casi de mala gana. Sin embargo, el baño y las suaves cobijas de la cama me hicieron cambiar de parecer al instante. Quedé bajo influencias del sueño apenas recosté mi cuerpo en la cama y estaba seguro que dormiría hasta altas horas del día siguiente, pero había olvidado cerrar las puertas de cristal que conducían a un pequeño balcón desde el que se podía observar las casas de la apagada calle, así que, en algún momento de la madrugada, desperté por los temblores de mi cuerpo producto del frío.
Al día siguiente, Madame Mercedes se ofreció a invitarme el desayuno, lo que interrumpió por segunda vez mi sueño al escuchar sus fuertes golpes casi suplicantes en la puerta de mi habitación. Abrí la puerta aún adormecido, ella se lamentó al ver mi cara de cansancio. Fue cuando, como señal de disculpas, realizó su invitación. Ya estaba despierto casi del todo y quería ponerme con la historia lo más pronto posible, la curiosidad invadía cada rincón de mi cabeza.
En un pueblo donde casi nadie quiere hablar, la actitud de Madame Mercedes llamaba mucho mi atención. En la mesa del pequeño restaurante y con nuestra comida frente a nosotros, la máscara del día anterior fue retirada de su rostro. El temor y preocupación se hizo presente con el peso aplastante de sus manos sujetando con fuerza los utensilios. Comía despacio, desesperadamente lento para mí, más porque en lo que ella tardó en dar dos mordiscos a su pan, yo ya había terminado mi desayuno, pero eso no era lo curioso. Lo curioso estaba en las pausas que había en cada frase y que trataba de rellenar con esa falsa sonrisa del día pasado, pero esta vez sus ojos inyectados de sangre por las lágrimas contenidas delataban sus verdaderas emociones.
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En la Luna alguien te observa
HorrorLa Luna suele tener más de una solución a las dudas más profundas de la gente, es la compañía perfecta en la soledad y con quien compartir una taza de café. Sin embargo, quizá allá arriba no piensen los mismo sobre las personas. Mujeres en aprietos...