La nación alrededor de un balón

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La afición llega al estadio, los televisores se encienden, los bares y restaurantes están en su mejor hora, y la nación, unida alrededor de un balón, implora, expectante y esperanzada, que se termine la mala racha de este 2013.

Se oye el silbatazo inicial y una ovación acompaña al primer toque del balón. La selección mexicana viste el uniforme negro, el cual disgusta a algunos, «no tiene nada que ver con nuestros colores», se oye por ahí, «es un color triste, casi de muerte», opinan por allá; pero que también gusta a muchos, «es elegante», «denota autoridad», «somos los charros negros». Sí, uniforme polémico que, en lo personal, me fascina.

No obstante, hay otro tema que causa polémica: Christian "Chaco" Giménez y Damián Álvarez. «Naturalizados, no», dicen unos; «para qué los llaman si hay tanto mexicano», reclaman otros. Yo no estoy en contra, de hecho, si dan el ancho, que los dejen, que se los lleven al mundial, pues el Tri se lleva en el corazón mucho antes que en el acta de nacimiento. En fin, esta noche hay un poco de tango y chimichurri en la escuadra mexicana.

Al minuto 11 México gana 1-0 (autogol). Al minuto 28 Oribe Peralta anota el dos a cero y los furores se encienden, los gritos se elevan y las banderas se agitan con vehemencia. El tiempo sigue avanzando y, una vez más, Peralta anota el tercer gol al minuto 45. El país es uno, es unión y fuerza, es poder y victoria. La gente actúa como si sus problemas hubieran desaparecido, y en un solo pensamiento, como si fuera una mente nacional, se percibe «somos grandes, somos fuertes, somos únicos».

Ya en el segundo tiempo, se marca un penal en contra del Tri. La nación enmudece, los jugadores reclaman y el árbitro exige orden. Mientras tanto, los aficionados más optimistas aseguran que el contrincante fallará el tiro, y los derrotistas ya están con el Jesús en la boca. Por lo pronto, el otro Jesús, Chuy Corona, se planta en su arco y enfrenta a Didier Drogba. Al siguiente segundo el balón golpea la red. El partido está 3-1 y en el subconsciente colectivo se asoman los espectros de siempre: «Y falta que caiga el segundo gol y luego nos empaten. O chance hasta nos ganen».

Se viene una racha sosegada, casi aburrida, en la cual los cambios de alineación huelen a experimento. Parece que todo terminará así, pero vaya sorpresa cuando en el último respiro del partido, Ángel Reyna anota el cuarto gol. Ahora todo es fiesta y alegría, y a pesar de que es un partido amistoso, el optimismo acelerado da pie a vitorear ¡nos vamos al mundial, nos vamos al mundial!

Se emite el silbatazo final, la afición, o mejor dicho, la nación vuelve a ser una con el Tri, se perdonan las derrotas pasadas y los tragos amargos, el Chepo vuelve a ser amigo del pueblo y cada quien se imagina al día siguiente con su camiseta puesta. Es la nación alrededor de un balón, al son de "México lindo y querido", que parece tolerar la inseguridad, la mala economía y el pésimo nivel educativo, pero eso sí, que nunca perdona que pierda la selección.

(Eliminatorias para el Mundial Brasil 2014) 

El bolígrafo inquietoWhere stories live. Discover now