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Al final del día llego a una conclusión irrefutable: todos estamos parados en la costa. Todos somos constantemente interceptados por la marea, de una u otra forma, un poco más o un poco menos. En estos últimos días se me ha hecho particularmente difícil ignorarlo. Pero, ¿por qué digo "ignorar"? Porque estoy consciente de esta realidad pero me niego a aceptarla (siquiera a admitir que hay otros puntos de vista diferentes al mío).

Cada cual está parado en la costa, pero las costas son diferentes. Lo que nos une no es ni más ni menos que el mar. ¿Y cómo hace el mar para moverse? Con la marea, claro. La marea no termina siendo, simbólicamente, más que el magnetismo entre una persona y otra.

Últimamente siento que ese magnetismo por parte tuya se está desvaneciendo. Casi me atrevo a decir que no te importa (no lo grito, sólo lo susurro por mi falta de seguridad). Podría ser al revés incluso, quien se está alejando sin darse cuenta soy yo. Pero me no quiero hablarlo, me niego. Temo que ignores mi inquietud, o peor, que la banalices. O todavía peor: que sea verdad. Albergo, sin embargo, una pequeña esperanza que vuela ligera e ilumina como una luciérnaga en pleno verano; un pequeño bichito que me susurra al oído:

"Deja de especular y vive, que el tiempo se te va".

Dulce bichito, no sabes cuánto anhelo dejar de estar encallada en estas costas y poder sumergirme con absoluta naturalidad en las olas.

Pero ni tú ni yo queremos hablar de emociones, entonces ambos estamos limitados a sentarnos en la arena. 

¿Cómo? ¿Que dices que soy yo sola quien no habla de sus emociones? Permíteme recordarte algo que me has dicho hace unas semanas.

—Hoy tenía muchas ganas de llamarte, de invitarte a pasar el día juntos.

—¿En serio? Eso es lindo —te sonreí—. ¿Por qué no lo hiciste? Estuve libre toda la mañana.

—A decir verdad, no lo sé. Sólo... no lo sé.

—Bueno, veo que has preferido quedarte en cama hasta tarde.

—No, no me malinterpretes —me miraste a lo ojos pero sólo por un segundo, luego parecía que buscabas las palabras que necesitabas en el suelo—. Es que puede ser, tal vez, quizás...

—¿Puede ser, tal vez, quizás...? De pronto, súbitamente, se dio la casualidad... ¿qué pasó? —alcé una ceja.

—Nada, no sé —volviste a mirarme pero con una tímida sonrisa— quizás hubo uno de esos sentimientos involucrados. Ya sabes, cosas de fondo que uno siente.

No te pregunté qué tipo de sentimientos, no creí que quisieras seguir hablando de eso. Te quedaste mirándome, esperando a que diga algo más, pero sólo asentí y te sonreí. Luego parecías más tranquilo.

Ahora que lo pienso, no hablaste de tus sentimientos en profundidad, pero tal vez intentaste hacerlo. De todas formas te has quedado estancado ahí, en la superficie. Al igual que yo.

Después de todo, no somos tan diferentes. 

Marea.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora