Voy caminando por la orilla. La ruta que debo seguir para hallar un poco se agua se vuelve infernalmente larga. Está amaneciendo, veo las olas del mar a la distancia, aunque rompen muy lejos de donde estoy. Entonces camino hacia ellas, pero con cada paso que doy siento que están más lejos.
Ahí estás, de pie al borde de la cama mirando por la ventana. Tu silencio es absoluto, tu pierdes en tus pensamientos. ¿Qué piensas? De repente vuelves a tomar acción. Deambulando de un lado a otro, calentando el agua, poniendo el pan en la tostadora, chequeando el celular. Serio. Absorbido en tu propia burbuja.
De nuevo, cada paso me aleja más y más del agua. La playa parece no tener fin.
Instintivamente y en silencio, golpeteo la mesa de madera al ritmo de mi canción favorita. Inmediatamente la reconoces y comienzas a silbarla. Te miro. Me miras. Nos miramos y el mar no parece tan lejano.
—Estás tan callada—te acercas a mí y acaricias mi pelo—. ¿Qué ha pasado? Sueles hablar tanto que temo que te quedes sin aire y ahora ni una palabra.
—Sólo no tengo nada relevante que decir—me encojo de hombros evitando tu mirada.
He dejado de ir hacia el agua. Hasta aquí, aquí me planto.
—Tú sabrás—un súbito alejamiento y traes la merienda a la mes donde estoy—. Pero que sepas que no me molesta en lo más mínimo escucharte. ¿Te importa si toco la guitarra un rato?
—Claro que no. Además, es tu casa—preparo mi té siguiéndote con la mirada—. ¿Preparo el tuyo?
— Por favor, si fueras tan amable.
Sin más rodeos, te sentaste al borde de la cama con la guitarra en mano. Pronto los acordes llenaron el cuarto.
El agua se acerca a mí, viene avanzando con un dulce fluir. Yo sigo quieta, inmóvil. No sé si dejarla llegar a mí.
—Ven, siéntate a mi lado. Trae el té y las tostadas—palmeaste la cama.
Accedo, pero es el último paso que me decido a dar. Siento que debería irme en cuanto termine el té.
El resto de la tarde transcurre como el agua, fluyendo con tal naturalidad que me impresiona. Te la has pasado hablando, palabras tras palabra, intercalando notas de las cuerdas, pero siempre con un destello de emoción en tus ojos.
Cual espuma, hace que el choque de las olas sea aún más gustoso. Yo también me dejo fluir, aunque sin hablar, sin moverme. Me limito a disfrutar del viento, que me susurra al oído distintas historias, y de las olas, que finalmente me alcanzan y bañan mis pies.
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Marea.
Short StoryAsí como la marea es controlada fuerza de gravedad de la Luna y el Sol, nuestras emociones suben y bajan según nuestro propio ser y quienes nos rodean. Pero, ¿cómo llegan a controlarlo?