2

9 2 0
                                    


No recuerdo cuando fue la última vez que estuve en esta situación o algo similar. Ya que me encuentro en la puerta de la casa de Owil con apuntes de clase. Es demasiado estudioso y me pidió que fotocopie lo de las últimas clases para él. Y sé lo que se van a preguntar ¿por qué no le paso una foto y estudia de ahí directamente? Pues cuando éramos niños no teníamos celular y como casi siempre íbamos a la casa del otro, no teníamos problema en fotocopiar y pasarnos las copias. Y se volvió una tradición que perdura hasta hoy. Aunque gastamos más dinero, vivimos bastante cerca y nos resulta fácil visitarnos. Lo que extrañamente es difícil es conseguir librerías, no sé porqué.

《 Hey, deja de contar tu vida y entra.》

Librando mi mente de esos recuerdos casi perdidos entre el polvo de mi imaginación toco el timbre. Kayia es quién me abre, su hermana, con los ojos iguales a los de su mellizo y esa mirada adorable. Siempre creen que a simple vista ella es la mayor, por su altura supongo, pero cuando conocen su lado tierno y tímido parece al revés. Es triste que jueguen con su edad, pienso a veces, pero mientras a ella no le moleste, está todo bien, en teoría. Con su dulce mirada se aparta para que pase y me indica que Owil está arriba. La casa es amplia. Nos invita con un extenso pasillo, en el cual, al fondo nos encontramos con una escalera gigante. A la derecha el salón, enorme. A la izquierda, la cocina, algo pequeña. Más al fondo hay un baño, pero si subimos, dando la vuelta para no chocar con la pared, hay otro, primera puerta a la derecha. Segunda puerta a la derecha el cuarto de Owil y Kayia y en frente el de sus padres. Me fascina su casa. El fondo también es bellísimo. Las plantas que cuida la madre de Owil son fascinantes. Tienen una pileta, de esas enterradas, y un cobertizo al fondo. Recuerdo como de pequeños Owil y yo fingíamos que ese era un castillo. Él era el dragón que me mantenía encerrada, y yo, la hermosa princesa atrapada en busca de su príncipe azul.

《Hola, seguimos esperando a que termines con la charla.》

Tienes razón, me quedé mucho tiempo mirando la ventana. Hoy estoy recordando mucho. Tal vez sea nostalgia.

Al llegar por fin a su cuarto toco, aunque la puerta esté abierta casi de par en par. Él, en la cama de debajo de la litera en la que duerme con su hermana, me instiga a pasar y yo obedezco lentamente. La habitación es mediana, que digamos. La entrada nos recibe con una ventana en la pared de enfrente y, en el muro del fondo la litera. En la muralla de la puerta tenemos algunos pósters de cosas orientales –lo cual no me atrae y tanta charla sobre ellos me hizo odiarlos– como anime, K-Pop, y otras cosas que si me interesan como Bruno Mars. En el centro del cuarto una mesita redonda que lleva ahí toda la vida y claro, unas mesitas de luz.

Owil me frena al acercarme demasiado, ya que cree que puedo contagiarme.

《 Como si un resfrío fuese la gran cosa. 》

Algo en lo que concordamos, Thril.

En fin, niego y no le hago caso alguno para caminar hasta llegar al costado de la cama. Está cubierto de mantas. En la mesa de luz hay un vaso de agua y unas píldoras. Dejé las fotocopias en la mesita de madera y me senté en la cama para tocarle la frente.

- No estás tan mal. –pero lo conozco: no va a querer resfriar a nadie.

- Puede empeorar si salgo. –Wow, una excusa diferente.

Suspiro. La conversación quedó en la nada y un silencio incómodo nos rodea. Lo miro a los ojos. Esos ojos color miel que hacen que me quede pegada y aferrada a ellos. En los que me hundo lentamente. Lo dulce de su voz también me quita el oxígeno de los pulmones, en especial porque está susurrando, a pesar de que todos en su casa estén despiertos. Su cabello despeinado que igualmente parece peinado de forma perfecta. Su piel parece suave pero si la toco será muy extraño. Desde hace mucho que poseo estos sentimientos y no los comparto. Siempre me aferré a la idea de que somos amigos desde hace tantos años y que soy la mayor. De que lo tengo que proteger, en parte.

-Eyra... –me distraje, pero el susurro de su voz hace que preste atención con todos mis sentidos, hasta con los que la ciencia no descifra. – Las pastillas. –Me señala con la mano. Se nota que quiere dormir, pero no puede admitirlo.

- Ah, ah, sí. –en seguida me arrimo a la mesa de madera y tomo al frasco marrón con pastillas. Cuando se lo acerco creí que él lo había tomado y lo solté. Los vidrios estallaron como una bomba letal y los comprimidos se esparcieron por el suelo como si por fin fueran libres. Mi cara se quedo no solo roja, sino, anonadada– ¡P-perdón lo juro...! –él me frenó. Llamó a su mamá y ella barrió todo. Le dio un ibuprofeno.

El resto de los minutos me quedé al otro lado de la habitación.

- Tranquila, esto no fue tu culpa. Vos sabes que mi mamá trabaja en una Farmacia, no hay problema. Ven.

Prefiero quedarme acá.

Porque quiero amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora