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El verano pasaba y el calor era insoportable.

Las calles de Okinawa se infectaban de turistas y chicos que estaban de vacaciones. Junkyu tenía miedo de salir a la calle, de encontrarse con las personas y que lo juzgaran. La noticia de su huida por la noche había corrido como la pólvora por culpa de una vecina fisgona. Sus padres intentaron castigarlo sin ningún resultado.

Él había aprendido a estar entre las cuatro paredes, había aprendido a estar enjaulado. Junkyu había aprendido a no extrañar su libertad. Ni siquiera sabía qué era.

El rostro de Mashiho había aparecido contadas veces a través de la ventana. El chico pocas veces hablaba, siempre le sonreía y escuchaba todo lo que tuviera que decir Junkyu. Después, para que durmiera, Mashiho le contaba el cuento del cervatillo. Era una historia infantil estúpida, era consciente, pero lo dormía y lo alejaba de las pesadillas.

Había decidido dejar de tomar la medicación, sólo utilizaba los somníferos cuando estaba muy angustiado. Después del ataque al ver a Mashiho, no había vuelto a padecer ninguna crisis y sabía que todo era gracias al chico. Él había aportado luz a la oscuridad de su corazón.

Junkyu aunque no supiera mucho de él, aunque lo veía pocas veces y no podía tocarlo, él había sido el único que había mirado más allá del Junkyu que todos conocían. El chico lo quería, era su único amigo y había empezado a ser su pequeño tesoro.

Un día, a finales de julio, Junkyu se atrevió a salir temprano de casa. Sus padres se iban a la playa así que él aprovechó para visitar a Mashiho. Lo volvió a encontrar en el sillón del comedor junto a la chimenea. Llevaba el mismo pijama y el pelo despeinado. Cuando lo vio, sonrió.

-Hyung.

Junkyu sintió un ligero cosquilleo en el estómago al escucharlo. Verlo siempre lo cargaba de energía positiva y le ayudaba a recordar cómo sonreír.

-Hyung, quiero salir -Junkyu lo miró sorprendido-. Mi mamá dice que puedo salir a pasear, pero no me deja ir solo. Dice que es peligroso porque Mashiho está malito -siempre lo había sospechado, pero jamás le había preguntado. Encontró aquel instante una buena oportunidad para saber qué le sucedía. La inocencia del menor lo obligaría a decir la verdad.

-¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que tienes? -el chico no vaciló a la hora de contestar.

-Mamá dice que cuando cumplí cuatro años dejé de crecer -asintió. Era cierto, lo había hecho. A pesar de tener el cuerpo de un joven adolescente y apuesto, su mentalidad parecía la de un niño pequeño. Quizá se debía a un síndrome que desconocía o quizá era una enfermedad degenerativa. -. Mamá dice también que Mashiho se pone malito siempre y que debe tener cuidado.

Un nuevo sentimiento emergió de su interior.

Mashiho era parecido a él. Estaba enfermo y encerrado en casa como si fuera una jaula. La intervención de su progenitora lo ataba a su condición sin ninguna posibilidad de mejorar. Fue por eso que se juró proteger al menor. Que, aunque fuera lo último que hiciera, cumpliría todos sus deseos.

Lo habían obligado a proponerse una meta y, a partir de aquel día, Mashiho se iba a convertir en la suya.

Sin embargo, nada era fácil. Cada vez que abría la puerta trasera por la que entraba siempre, Mashiho reculaba y desparecía, escondiéndose en su habitación. Más de una vez le había preguntando cuánto tiempo llevaba sin salir, pero el chico no respondía, oculto en su habitación. Desesperado, ideó un plan para poder llevar al exterior a Mashiho.

Una mañana se levantó y preparó comida. Antes de que la panadera empezara a hornear el pan, antes de que todos los habitantes despertaran, se vistió, llenó su mochila de juguetes y la comida y fue a casa de Mashiho.

× 𝘁𝗵𝗲 𝗻𝗲𝗶𝗴𝗵𝗯𝗼𝗿𝗵𝗼𝗼𝗱 𝗻𝗲𝘅𝘁 𝗱𝗼𝗼𝗿 ×Donde viven las historias. Descúbrelo ahora