2. El no-diario.

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Estoy amargado y contando los minutos que quedan para irme del trabajo

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Estoy amargado y contando los minutos que quedan para irme del trabajo. En apenas media hora seré libre por hoy. Por el rabillo del ojo veo que mi compañera Jose se está impacientando y me hace muecas con la cara. Normalmente me siento junto a ella, y más que una compañera es amiga de esas que haces sin darte cuenta siquiera.

Se tuvo que acostumbrar a que en vez de Josefina la llamara Jose ―yo y mis manías de acortar los nombres―, pero no le supuso mucho. Es una forma que tengo de ahorrar saliva y además me gusta más, no lo negaré.

Nos falta la tercera mosquetera que volverá pronto de sus vacaciones, pero mientras tanto me tengo que conformar con ella y con que quiera tomarse ya el descanso, por lo que empieza a meterme prisa.

―¿Qué te queda, niñatillo? ―SÍ, ese es el nivel de cariño que nos profesamos.

Tengo una llamada que me parece taaaaaaan absurda que ni siquiera sé cómo atender al cliente sin que se crea que me estoy riendo de él, así que no tengo ni idea de qué contestarle.

―Un momento, caballero ―decido decirle al cliente y le hago un gesto a Jose para que espere un instante―. Voy a comprobarlo y le indico a continuación ―añado porque el hombre no dejar de insistir y de alguna forma tengo que parar su cháchara.

Pulso el botón que pone «mute» en mi centralita. Ese mágico botón que tantas alegrías nos da a los que somos teleoperadores, pues permite que el cliente nos deje de escuchar mientras esté pulsado. El cliente no escucha nada pero nosotros lo escuchamos todo, así que alguno que otro insulto a mi persona he recibido. Algo precioso. Y tengo también que reconocer que alguna vez ha ocurrido un desastre, al estar tan tranquilo creyendo que le había dado y no había sido así, con lo que el cliente ha escuchado mi barbaridad. En cualquier caso, nada que no fuera divertido de recordar luego en alguna que otra cena.

―¡Qué pesado es este hombre! ―le comento a ella―. ¿Qué quieres?

―¿Que qué te queda? ―responde con cara de obviedad.

―Pues este va para largo. No sabe lo que quiere ni él.

―¿Entonces qué vas a comprobar?

―Iba a comprobar lo que me decías. ―Ahora quien pone cara de obviedad soy yo, provocando que se ría.

Me vuelve a insistir para que me apresure porque nos estamos quedando sin tiempo para cogernos el descanso, así que decido hacerle caso y, de forma bastante chapucera ―todo hay que decirlo―, termino la llamada. Compruebo que al final perdemos un minuto pero no es lo peor que nos podía pasar.

―¡Te lo dije! ―En serio que no es lo peor, sin embargo ella no pierde tiempo alguno en recriminármelo cuando salimos a la calle. ―Al final no nos daba tiempo de cogernos el descanso completo.

―Mujer, haberte puesto antes, que eres muy protestona ―comento sacándole la lengua.

―Tú sigue así, que cuando te deje de hablar me echarás de menos ―amenaza.

Quiero escribir Harry PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora