Capítulo 1

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No había forma de que me quitara de la cabeza aquel rostro lleno de sombras, no había alcanzado a verlo bien puesto que la única luz existente procedía de los faros del coche y las luces de mi porche no alcanzaban la casa de al lado, pero aun así podía asegurar que era bastante guapo. Sin embargo no era por su belleza por lo que me había quedado tan mal esa noche, sino por la extraña sensación que se había apoderado de mi cuerpo manteniéndome alerta, como si estuviera en medio de un bosque esperando ser asaltada por una manada de lobos hambrientos en cualquier momento.

Finalmente escuché ruido debajo de las escaleras y los ladridos de Draco reclamando su desayuno, miré al despertador encima de la mesilla. Las 7:30. Seguramente mi madre estaba ya despierta, tanto si era verano como invierno, fin de semana o no, mi madre era incapaz de quedarse una sola mañana en la cama. A diferencia de mi, que para que negarlo, soy demasiado dormilona. Aunque hoy era distinto.

Me levanté, abrí la ventana de mi habitación y agradecí el aire cálido que entró por ella. Estábamos a principios de septiembre y aunque ya no hacía ese calor abrasador del verano todavía no había refrescado. Me quedé ahí, apoyada en la cornisa de la ventana con los ojos cerrados disfrutando de los primeros rayos de sol de la mañana que acariciaban mi piel.

Desde la ventana de mi habitación se veía toda la casa de los vecinos, y eso era algo que me encantaba desde que era pequeña, porque justo a la misma altura, en frente, quedaba la habitación de Ty, mi mejor amigo desde que tengo uso de razón. Pero todo se estropeó al inicio de este verano, cuando Ty se mudó y ahora tenía estos nuevos vecinos que habían llegado ayer y mi sincera primera impresión era que eran gente rara.

El sonido de unos arañazos en mi puerta me sacaron de mis pensamientos y me di la vuelta, Draco debía de haberme sentido despierta al subir la persiana y quería entrar. Me acerqué a la puerta y la abrí, y se abalanzó sobre mí dándome los buenos días. Es un pastor alemán y todavía un cachorro, de ahí su impaciencia por su desayuno, y sospechaba que había venido a buscarme a mí porque mi madre, por no variar, había pasado de él para ponerse a hacer nuestras tortitas. Hoy es domingo y tocan tortitas. Es tradición en casa de los Black.

Bajé las escaleras seguida muy de cerca por Draco, y entré en la cocina.

-Buenos días mamá -estaba de espaldas a mi concentrada en la sartén que tenía en frente.

-Oh, buenos días cielo, que madrugadora -respondió sin volverse- iba a dejaros unas tortitas preparadas para luego, ¿se levantó ya tu hermana?-.

-No, creo que no -me senté a la mesa bostezando y Draco saltó sobre mis piernas insistiendo en su desayuno- hay que darle de comer al perro mamá, ¿dónde está el saco de pienso?- pregunté levantándome de la silla-.

-Ya le he dado de comer, no se que le pasa, ha dormido encima de mi cama y está alterado desde que me levanté-.

Me quedé mirando pastor alemán que se había puesto a correr de un lado para otro de la cocina, era raro, desde que llegó a casa hacía ya cinco meses siempre ha dormido en el mismo sitio. El viejo despacho de mi padre. Y protestaba si por algo no lo dejaban entrar allí cuando empezaba a oscurecer el día.

-¿Has visto a los nuevos vecinos? ¿Los que se mudaron a casa de los Jefferson? -pregunté a mi madre mientras ponía un plato de tortitas recién hechas delante de mí en la mesa y se sentaba al otro lado de la misma-.

-No, ¿ya hay alguien viviendo ahí? Vaya, no me enteré -mi madre se me quedó mirando frunciendo el ceño -tienes mala cara, ¿no has dormido bien?-.

La miré y sonreí, yo tenía mala cara pero ella era un desastre, con su pelo rubio corto recogido en un moño mal echo y cayéndose por todos lados. Se lo había sujetado con un tenedor, como siempre que cocinaba y pillaba lo primero que tenía a mano. Y encima no se había quitado el maquillaje del día anterior y tenía los ojos emborronados de negro. Mi madre era un desastre. No es que fuera así a la calle o que no se arreglara bien, simplemente era muy despistada y bastante pasota con todo.

-No he dormido nada, literalmente -respondí mientras tomaba mi desayuno y sin darle más explicaciones del motivo de mi desvelo-.

Mi madre volvió a fruncir el ceño preocupada, pero no tuvo ocasión de decir nada más porque mi hermana entró como un tornado en la cocina.

-¿Pero es que ese chucho va a estar molestando toda la mañana? ¿No puede parar de hacer ruido? Me ha despertado, es domingo, quería dormir ¿sabéis?-.

Me reí mientras metía otro trozo de tortita en la boca para disimular. Mi hermana, Ariel, era la típica chica a la que yo no me acercaría en el instituto ni en un millón de años. Capitana del equipo de animadoras, con su pelo rubio idéntico al de nuestra madre pero que a ella le llegaba por la cintura y aquellos ojos azules que todo el mundo siempre alababa pero que a mi me parecían dos cubitos de hielo fríos y calculadores. No nos parecíamos en nada. Ella es un año menor que yo, y aun así me saca por lo menos 10 centímetros de altura, mi pelo es del color de de mi padre, castaño oscuro casi negro y al igual que a mi hermana me cae hasta la cintura. Pero es como si yo hubiese heredado todo de nuestro padre y Ariel de nuestra madre. Mis ojos también son verdes como los que él tenía.

Papá murió cuando nosotras éramos pequeñas. Era abogado, volvía del bufete una noche y debía de estar muy cansado porque su coche se salió de la carretera en una zona en que no tendría que haber pasado. Murió en el acto. Ariel tenía 4 años y yo 5, y bueno, mamá se convirtió en el desastre que es ahora.

En ese momento alguien llamó al timbre y Ariel con cara de pocos amigos y el pelo revuelto de recién levantada abrió la puerta de casa con muy malos modales, seguramente esperando encontrarse al niño que repartía los periódicos los fines de semana por el vecindario.

Alas rotasWhere stories live. Discover now