El Horizonte

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Tal y como habían dicho, cuando el duque tuvo todo organizado, anunció que Isabella se iría en un viaje a Londres para conocer a su prometido, el duque de Harrington. La noticia no le hizo mucha gracia a Isabella, pero al saber que el duque estaba dispuesto a comprarle todo lo que quisiera, aceptó sin dudarlo.

Sólo había un problema para ella, Jane. Se quejó a su madre que comenzó a preguntar al resto de sirvientas si habría alguien que se ofreciera voluntaria a ser la dama de compañía de su hija y ninguna dijo una palabra. Tuvo una rabieta con su padre sin parar de gritar, pero él no entendía dónde estaba el problema con la joven que él mismo había escogido.

Así pues, al cabo de una semana que a Jane se le hizo eterna, el barco estaba dispuesto para zarpar. De vez en cuando bostezaba, pues no había podido pegar ojo de la emoción. Estaba radiante de felicidad, todo lo que había ocurrido en los días anteriores parecía mucho más lejano ahora que estaba a punto de comenzar una nueva vida.

Aunque una pequeña parte de ella aún le echaba de menos y deseaba que hubiera ido a despedirle, jamás le perdonaría por lo que había hecho. Aun por mucho que deseara que todo lo que había ocurrido no fuera real, así había sido y no quería volver a pensar en él nunca más.

– ¿Llevas todo lo necesario? –preguntó Griselda con preocupación mientras miraba el navío. –¿No te falta nada?

La noche anterior, habían metido todo cuanto vieron oportuno para el viaje en una enorme caja de madera robusta, que comenzaba a doblarse las tablas por culpa del peso.

– No creo que pueda meter nada más. Y de hacerlo, el barco podría zarpar sin mí. –Griselda asintió y Jane pudo ver unas lágrimas en sus ojos y se agachó a abrazarla. –Te echaré de menos, Selda.

– Regresa pronto, niña mía.

– Volveré te lo prometo. –Le dio un beso en la mejilla y se dio la vuelta, subiendo por el tablón de madera.

Nunca había sentido nada mejor que el balanceo de las olas a sus pies, y el olor del agua salada tan fuerte. Desde niña había paseado por allí, mirando los barcos pesqueros traer toda la mercancía, se paraba a charlar con los marineros y pescadores que le contaban historias de su vida en la mar. Ahora que estaba ahí no podía parar de sonreír.

Se acercó al borde, observando el oleaje que movía el barco con suavidad. Hacía bastante aire y el cielo estaba despejado, era la mañana perfecta para ir en barco.

– Si os asomáis tanto, tendré que buscarme otra dama de compañía dentro de poco. –Dijo Isabella a sus espaldas.

Su vestido tan vaporoso destacaba al lado del sencillo vestido azul cian de Jane. Ella se apartó y se agachó a modo de reverencia cogiendo el doblez de su vestido.

– No os defraudaré mi lady, podéis estar segura. Estaré dispuesta siempre para usted, en todo lo que necesite. –Ella sonrió con superioridad.

– Eso espero. Porque no hay nadie más, sino te animaría a que te tiraras por la borda. Además... –se agachó a la altura de su oreja para que nadie más la escuchara– Aquí no está mi hermano si es lo que piensas. Aunque es una pena que no puedas servirle como la furcia que eres. –Jane apretó los dientes de la rabia.

¿Él se lo ha contado? ¿Lo sabe? Independientemente de la respuesta, aquellas palabras le sentaron como un puñal. Una lágrima estuvo a punto de caer por su rostro, pero no se movió ni un centímetro mientras ella se marchaba con una risa condescendiente. No iba a darle esa satisfacción, aunque tampoco podía hacerlo.

Si quería continuar en aquel viaje, tenía que seguir sus órdenes, por muy crueles que pudieran llegar a ser. No era diferente a lo que estaba acostumbrada. Antes pensaba en la llegada de Alan, ahora no hacía falta esperar. Estaba en un barco y podría finalmente cumplir su sueño.

– ¡Estamos listos! ¡Quitad las amarras! ¡Izad las velas! –Los marineros se movieron siguiendo las órdenes del capitán.

Poco a poco el barco comenzó a deslizarse hacia el mar, primero lentamente hasta que logró coger velocidad. Se acercó a la popa y alzó el brazo despidiéndose de Griselda, hasta que se convirtió en un punto de color en el fondo y el pueblo se veía muy pequeño desde tanta distancia. Jane se acercó a la proa junto con el capitán, observando como el barco rompía las olas como si se tratara de una tela.

Muchas criaturas marinas se acercaban al cascote del barco, saltando. Alzaba la vista hacia el horizonte y cuando sentía la brisa del mar con mayor intensidad cerraba los ojos, con el viento azotando su cabello. Esto era justo lo que necesitaba, olvidarme de Alan, dejar el pasado atrás y centrarme en el futuro.

Y tal vez algún día pueda conseguir más viajes... Llevaba así más de una hora cuando escuchó una voz a su lado que le hizo abrir los ojos.

– Veo que le gusta mucho el mar, señorita Smith. –Comentó el capitán.

Era un hombre que comenzaba a entrar en sus cuarenta años, al que se le veían las canas a través de su sombrero de capitán y en el centro de su barba bien recortada y cuidada. Jane le conocía bien, solía charlar con él en sus tardes libres, después de los pasear por el muelle.

– Buenos días, capitán Wallace, es muy hermoso. –Suspiró Jane mirando cómo brillaba el sol sobre el agua formando pequeños destellos de luz.

– Ya lo creo, siempre que no se desate una tormenta. El mar se ha cobrado muchas vidas. Pero no deja de ser hermoso, es el símbolo de la libertad.

– Así es... –por un momento se preguntó si su padre habría muerto en el mar, tratando de escapar de la justicia.

– ¿Sabe? Creía que la hija del duque sería tan agradable como usted, pero ya veo que no es el caso. Se puso a gritar diciendo que su habitación era muy pequeña, he tenido que cambiarla por mi camarote. –Jane soltó una pequeña risa. –Espero que no sea muy dura con usted. Si necesita mi ayuda, no dude en decírmelo, responderé por usted.

– Es muy amable, capitán. Pero no me importa lo mucho que pueda molestarme. –Le agradeció con una sonrisa– Vale la pena sacrificarse con tal de sentir una pequeña brizna de esa sensación de libertad. Aunque es cierto que Isabella a veces puede ser un poco...

– ¡Capitán! ¡Barco a Estribor! –Gritó de repente el vigía.

Jane abrió los ojos de golpe y miró hacia donde señalaban, apenas podía percibir un puntito negro que se acercaba. Pero la cara del capitán tras mirar por el catalejo. No era de sólo preocupación, parecía más bien de pánico, algo iba mal, muy mal.

– Discúlpeme, señorita. –Se excusó con el rostro pálido– Quiero en cubierta a todos los hombres posibles. –Le ordenó al contramaestre en voz baja.

– Sí, capitán, ¡todos a sus puestos!
– ¡Quiero el doble de velocidad! ¡Moveos! ¡Vamos! –El capitán comenzó a dar un montón de órdenes y todos corrían de un lado para otro cumpliendo sus mandatos.

Jane sintió cómo el capitán hacía virar el barco poco a poco, inclinándose para cambiar el rumbo. La velocidad aumentó, pero el barco avistado se acercaba cada vez más, con una velocidad claramente superior. Al principio no entendía por qué sentiría tanto miedo al ver a otro barco. En pocos minutos, Jane pudo apreciar con toda claridad lo que el capitán y el vigía habían visto.

Sobre lo alto del mástil mayor se ondeaba una bandera negra con una calavera con dos huesos cruzados debajo de ella. Eso sólo podía significar una cosa. Piratas.

Una historia de piratasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora