El comienzo

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Me desperté como siempre, mirando la misma mesilla de noche que me acompañaba en la habitación, justo al lado de mi cama. Ese mueble de cerezo siempre había estado ahí, a pesar de que probablemente no tenga el mismo aspecto que hace diecisiete años, cuando yo todavía no existía en esta casa. Ahora ese objeto estaba lleno de arañazos, causados por las incontables cosas que había dejado ahí encima, de golpes, que le había estado dando a los largo de los años, y algún que otro lugar donde empezaba a faltar el barniz que lo cubría.

Me incorporé en la cama, apoyando la espalda en los cojines que descansaban detrás mío. Observé mi habitación, al igual que la mesita de noche, los demás muebles tampoco habían sido reemplazados nunca, el armario doble, el aparador, el escritorio, la librería,... todo era igual que siempre. Siempre esperaba que de la noche a la mañana algo cambiara, que al despertarme nunca tuviese la misma vista, pero eso nunca ocurría.

Me levanté y me acerqué al armario con intención de vestirme, empezaba uno de los días más odiosos para cualquier estudiante, el primer día del nuevo curso. Por desgracia para cualquiera, las vacaciones no duran eternamente, son una época de tranquilidad y felicidad efímera, al igual que su duración. Mientras pensaba en todo esto, revisaba mi armario una y otra vez. Moviendo las perchas con ropa de un lado a otro sin que hubiese algo que realmente me convenciera. Después de alrededor de quince minutos, conseguí vestirme y abrir la puerta de la habitación para bajar a la cocina.

Encendí la cafetera y me senté en la mesa a ver un rato las noticias. A medida que te haces mayor te va interesando cada vez más lo que ocurre tanto en tu país como en el mundo. Es como si te entrase una especie de preocupación y curiosidad que no tenías cuando eras niño. Seguía concentrada en las noticias hasta que oí el sonido de la cafetera. Después de echar el café recién hecho en una taza, apague la televisión y cogí el bolso del instituto y las llaves del coche.

Al salir por la puerta me inundo el conocido olor de Los Ángeles. Esa extraña mezcla entre la gasolina que desprendían los coches y las suave brisa oceánica que viaja desde Santa Mónica. Por suerte,ayer, conseguí aparcar no muy lejos de la casa donde vivo, podía distinguir mi deportivo negro a unos pocos metros de distancia. Entré en el Corvette ZR1 negro, mentalizándome de que mi paz y tranquilidad se habían acabado, que una vez más volvería a mi rutina de siempre. Tire mi bolso al asiento del copiloto y metí la llave para arrancar el coche, puse mis manos en el volante y suspiré, pero este había sido silenciado por el rugido del motor. Conduje unos veinte minutos hasta que aparqué en el aparcamiento del instituto. Me bajé del coche para reunirme con mi mejor amiga Natasha Tunner, que ya me esperaba en la entrada.

Natasha es mi mejor amiga desde que éramos pequeñas. Es esa clase de persona en la que sabes que siempre puedes confiar y que por muchas cosas que ocurran, siempre estará a tu lado para tenderte su mano y ofrecerte su ayuda. Natasha, a diferencia de mí, no es que hubiese cambiado mucho desde que éramos niñas. Su pelo castaño,casi negro, le llegaba por la mitad de su espalda y sus ojos verdes tenían el mismo brillo que siempre.

-¿lista para nuestro nuevo año?- me preguntó sonriente, mientras subíamos las escaleras que daban a la puerta principal.

Yo simplemente negué con la cabeza y atravesé y las pesadas puertas de cristal que separaban el exterior y el pasillo. Busqué mi taquilla mientras observaba los distintos rostros que pasaban ante mí sin cesar. Algunos eran conocidos mientras que otros no tanto, probablemente sería su primer año aquí. Abrí la taquilla y cogí los libros necesarios para la primera clase al mismo tiempo que Natasha se apoyaba de lado en las taquillas para mirarme.

-¿qué?- cerré la taquilla y me apoye en la misma posición que mi amiga.- ¿por qué me miras así?

- ¡oh venga Alexa! ¿piensas empezar el año como siempre?- retiró su costado de las taquillas- mira la cantidad de chicos guapos que hay. ¡Este será nuestro año!- me sonrió y comenzamos a andar hacia las clases.

-Siempre dices los mismo y sabes perfectamente que no estoy interesada en tener novio en estos momentos- ella iba a quejarse, pero fui más rápida y no le di la oportunidad.- no quiero compromisos y en estos momentos prefiero centrarme en mis estudios, y un chico solo me distraería.

Nos sentamos y la clase de biología comenzó. Las horas se me pasaron más rápidas de lo que yo pensaba y enseguida sonó el timbre que daba por concluido el primer día de instituto. Guardé los libros en la taquilla y tras despedirme de Natasha, me monté en el coche y me dirigí a casa. En cuanto pisé el porche sentí una sensación de seguridad y tranquilidad, esa que solo te transmite tu hogar, y abrí la puerta.

No me fijé muy buen por donde iba y me tropecé con una caja. De un día para otro, mi tía había decidido que las cosas y pertenencias de mis padres debían de estar conmigo, aquellos padres que desaparecieron hace siete años. Ese día empezó como otro cualquiera. Me levanté y bajé a la cocina para encontrarme a mi padre leyendo el periódico con una taza de café y a mi madre viendo las noticias, los dos sentados en sofá. Mientras mi yo de diez años molestaba a mi padre para que jugase con ella, mi madre revivió una llamada al móvil. Le susurró algo a mi padre que yo no llegué a escuchar y se levantaron del sofá para salir de casa, prometiéndome que en menos de dos horas volverían a casa y que me portase bien, pero fallaron a su palabra y no regresaron.Nadie sabe que les pasó, jamás supimos si les había ocurrido algo malo, si les habían secuestrado o incluso asesinado, jamas conseguimos ningún tipo de información. Desde ese momento mi tía cuidó de mi, pero al cumplir los quince me aconsejó que viviese sola, y es lo que hice.

Esos recuerdo que habían florecido en mi mente consiguieron ponerme melancólica y me senté en el suelo para abrir una de las cajas que se encontraban esparcidas por el suelo del salón. En esa caja se encontraba una foto familiar que nos hicimos en Italia hace nueve años, unas joyas de mi madre, el bolígrafo de la suerte de mi padre... Nada tenía demasiado valor, fuera de lo sentimental por supuesto, y no dejaba de sacar cosas que no tenían nada que ver entre sí. Parece ser que en el momento en el que decidieron empaquetar las cosas, no se les ocurrió clasificar los objetos y meterlos en la misma caja para que fuesen más fáciles de encontrar. Cuando estaba a punto de dejar de sacar cosas, algo llamó mi atención, un pequeño objeto que brillaba en el fondo de la caja.

El hechizo del demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora