Parte 1/?

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Momoko miró a su alrededor.

¿Dónde estaba aquél imbécil?

Le dió un sorbo al café e inmediatamente su mueca de asco se hizo presente.

¿Quién diablos le había dicho a la mujer detrás del mostrador que sabía hacer café?
Debería estar tras las rejas.
Se revolvió incómoda en su asiento y decidió salir a las mesas que se encontraban en el paqueño balcón de aquel bello lugar.

¿El café? Era un asco y de los postres ni hablar. Era el peor atentado a su paladar desde aquella vez en que Kaoru la había retado a comer mayonesa.
¿Entonces porqué se encontraba en ese lugar?

Simple.

-¿Desea algo más?-

El mesero.

Un joven solitario y serio de ojos rojos, cabello largo y rojo similar al de ella, alto y de piel bronceada.

-¿Señorita todo bien?-

El chico que le habló la sacó de sus pensamientos y al mismo tiempo le robó el aliento.
Sus ojos rojos se posaron en los rosas de ella y el tiempo pareció detenerse.

-Más azúcar...-fué lo único que pudo decir, y su sonrisa apareció sin que ella pudiera evitarlo.

El chico sacó unos sobres de su delantal negro más no se movió del lugar.

-¿Y bien?-su pregunta la sorprendió.

-¿Mmm?-rápidamente acercó la taza color hueso a sus labios, en una clara forma de intentar evadir el diálogo, pero pudo sentir sus mejillas arder de la vergüenza.

-Últimamente vienes con más frecuencia aquí.-el chico habló como si fuera lo más natural para él y aunque se estaba tomando mucha confianza con un cliente no estana siendo para nada grosero, su tono era más bien gentil, pero de alguna manera no le quedaba.-Debes tener realmente mal gusto para el café...y los postres en general.-comentó el pelirojo.

Ella aún apenada y sin despegar más de dos centímetros la taza de café de sus labios habló.

-De hecho no, conosco casi todas las cafeterías de la ciudad-contestó con cierto brillo en sus ojos.-Y sí, esta es de las peores.-Momoko no pudo evitar desviar la mirada, sabía que seguiría preguntando.

-Bien.-El chico sin más se retiró, dejándola inquieta. ¿Acaso era tan obvia?¿Lo había espantado?

Se regañó mentalmente.

Momoko pensó que lo mejor sería retirarse con su dignidad -o la poca que le quedaba- intacta. Así pues dejó el café a más de media taza y se levantó dispuesta a marcharse.

El fuerte y agradable aroma que desprendía cierto ejemplar masculino la detuvo de golpe.
Él pasó frente a ella y en la mesa colocó una servilleta más no detuvo su andar pues llevaba una charola con postres a otra mesa.

Momoko apenada la tomó para leer.

Momoko apenada la tomó para leer

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