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Había pasado dos años, desde que el cayó en las manos de quien alguna vez amo. Y Castiel se encontraba desierto. Ya sin fe, ni esperanza en el. Quien, tan humillado se sentía, al ser convertido en un mero juguete. Dean lo había usado a su antojo y capricho. Para su propia diversión.

Y gracias a un hechizo, el y el demonio estaban conectados. Tal hechizo le salvó la vida. Pero de que le servía a Castiel estar vivo, cuando todo en el ya se había muerto...

No tenía intenciones de seguir y solo se había dejado ser, a aquel ser despiadado. Que había echo de el nada mas que un vulgar amante, un cuerpo caliente que compartiera su lecho en las noches frías.

Castiel era dócil, sin ánimos de luchar. Dean en cambio era demandante, con la intención de doblegar.

Resignado, el corazón de Castiel se encontraba totalmente destrozado y el solo esperaba el dia, en que el demonio se aburriera de el y le diera fin, a su miserable existencia. Pero ese dia no llego.

No cuando el hambre, que hacia mucho había abandonado al humano, llegó de improviso un día. Y junto al apetito, muchos mas síntomas se hicieron presentes.

—¿Esta enfermó? — cuestionó el demonio al Rey. Quien se había tomado la molestia de revisarlo.

— peor. Nuestro amigo aquí, es un dorcel — confesó desinteresado, antes de mirar a Dean — felicidades — soltó con cierto sarcasmo.

Le tomo unos minutos a Dean entenderlo. Castiel en cambio se tomó su tiempo y cuando finalmente lo comprendió, no pudo evitar sentirse confuso.

Un millón de sentimientos se abotinaron en su cuerpo. Entre estos, el miedo y la incertidumbre.

La poca felicidad fue rápidamente tragada por la ansiedad. Castiel no se veía capaz de afrontar ello y cuánto mas crecía su vientre, mas en conflicto se hallaba.

Y finalmente. Una noche, en un motel, donde Dean lo había dejado. Castiel entró en contracciones y posteriormente en parto.

El dolor le doblaba en dos, el sudor lo empapaba y el, ya sin pantalones, se encontraba en la sucia bañera, perdiendo sangre y fluidos entre su entrepierna.

Asustado se dijo que debía ser fuerte y sosteniéndose en las orillas de la bañera, el tomo una larga respiración, antes de empezar a pujar.

La sangre broto con mas fluido y Castiel grito, con lágrimas en su rostro, mientras la tormenta de afuera hacia eco en la escena.

Hasta que una cabeza se asomó. Entonces Castiel se sostuvo con mas fuerza, cerrando sus ojos y volviendo a pujar.

El dolor que le atravesó fue tanto, que el pensó que iba a desmayarse. Milagrosamente no fue así y finalmente, luego de tanto esfuerzo. El bebe nació.

Era pequeño, rosa y arrugado. Pero no lloró. Castiel respiró agitado, cansado y asustado.

Pasó unos segundos y el niño entré sus piernas seguía quieto, entonces Castiel lo tomo, con sus manos temblorosas y metiendo dos dedos en la boca del infante, desbloqueó su tráquea. Rápidamente, el niño buscó aire y Castiel alejó su mano.

El infante lleno sus pulmones de aire y luego. Luego solo soltó un gran llanto ensordecedor. Estaba vivo.

El bebe lloró entré sus brazos, mientras Castiel lo miraba. Sin previo aviso, las lágrimas se le escaparon de sus ojos azules. Y nada pudo hacer para contenerlas.

Era tan pequeño. Tan hermoso y maravilloso. Pero Castiel, simplemente no podía amarlo.

Las lágrimas siguieron fluyendo, mientras sollozos inconsolables inundaban el baño. Incluso el bebe, en algún punto, dejo de llorar...

Cuando Dean volvió, se encontró con la escena de un bebe en la cama, todavía ensangrentado y envuelto precariamente en una tualla, llorando a todo pulmón. Y apoyado en la misma cama, a espaldas del infante, se encontraba Castiel.

Quién ajeno al llanto bebía de una botella de Ron.

Sentencia de muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora