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Abro los ojos una vez más al sentir sus dedos recorriendo mi espalda con suavidad. Sonrío levemente sobre su pecho: Aún no puedo creer que estemos así. Juega haciéndome caricias a lo largo de la columna, donde él sabe que me da cosquillas, y me retuerzo un poco, aunque no le digo que pare, y tan sólo lo miro.

Él abre los ojos y me mira: Al parecer también le divierte. Esboza una tenue sonrisa, deja ir una que otra risita somnolienta al verme arquearme por las cosquillas que siento, quizá piensa que estoy exagerando, pero desde el principio supo que yo era muy cosquillosa, hasta con el más fino roce.

Finalmente cedo y le pido que pare, me acomodo de nuevo en la cama, pasando el brazo que tenía sobre su pecho al rededor suyo. Él se gira un poco hacia mí y entrelazo mis piernas con las suyas. Sus piernas de jugador de fútbol que envidio. Acaricio el muslo que ha puesto sobre mí. Me encantaría que las mías estuvieran así de tonificadas, aunque sé que no las tengo ni las tendré así porque no me gusta correr.

Él acaricia mi cabello, y siento que es una de las tantas cosas que me brinda y que me encantan. Lo gozo, no me muevo, me relajo, a pesar de que escucho el palpitar de su corazón que no va al compás del mío. Siempre somos tan distintos.

Se detiene después de un rato, deja su mano en el sitio por un instante y luego la deja caer, y aunque quisiera que siguiera no se lo pido: Está cansado. Yo también, pero es que amo tanto esos momentos con él que no logro conciliar el sueño.

Si me hubieran dicho que estaríamos así algún día no me la hubiese creído. Jamás. Es el hermano de mi mejor amiga. Un ser intocable, inalcanzable, solamente visible ante ojos amistosos.

Durante años no lo vi aunque estuviésemos en el mismo sitio. No sé porqué. Él dice recordarme, pero yo no lo recuerdo. Quizá tenía tan ocupada la mente que no me daba tiempo para memorizar un rostro más, o quizá mi corazón sabía que algún día tendría que amarlo, así que debía esperar el momento indicado.

Me desenredo de sus calientes y tonificadas piernas y me giro hacia el lado de la cama que está más fresco. Lo siento, soy intolerante al calor corporal, pero él aprovecha y se acerca de nuevo, dando tiernos besos por mi hombro, y así hasta mi espalda, mi cintura, mi cadera, y de vuelta hacia arriba. Sin prisas. Lentamente. Cariñosamente. Suavemente.

Suplico que se detenga, pero sólo lo pienso, no lo digo, porque en realidad no quiero que pare, pero ya son las diez de la mañana, y hace 24 horas que no duermo nada. La fiesta de ayer me activó tanto que pude llegar hasta las ocho en perfectas condiciones, con ayuda del pisco y la música, claro, pero parece que a este hombre nunca se le agotan las pilas, a pesar de ser siete años mayor que yo.

Volteo el rostro para verlo y para pedirle que se detenga, pero me encuentro con sus ojos cafés que me penetran el alma, y al bajar la vista hallo esos labios rosados que siempre terminan callándome. Vuelvo a sus ojos para no caer de nuevo, pero ya es muy tarde.

Siento que se acerca más, y yo irresistiblemente lo hago también, hasta que nuestras bocas se encuentran y nuestros ojos se cierran, aunque a veces hago trampa y los abro para ver si él también hace trampa. Y lo pillo. Nos pillamos. Y acaricio su cabello. Y él mi pecho. Y mis labios. Y mi rostro. Y mi ser completo. Con sólo un beso de los que él sabe dar.

A lo largo de este tiempo me ha enseñado tantas cosas, desde su top de series hasta dar un beso que no sólo bese labios, sino que bese el corazón. El alma. O al menos yo lo siento así cuando sus labios me envuelven en un cálido abrazo, y después lo hace su cuerpo con el mío.

Me ha enseñado de todo, música, lugares, juegos... De todo lo que cualquiera pudiese imaginar, menos el qué haré cuando ya no lo tenga a mi lado.

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⏰ Última actualización: Mar 04, 2019 ⏰

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