reloj

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Can terminó de colocar el mantel sobre la mesa con muchísimo cuidado y sacó unas cuantas velas aromáticas más de la bolsa, ubicándolas una detrás de otra sobre el suelo de la biblioteca, haciendo un camino hacia la puerta. Se había gastado casi toda la mitad de su sueldo en esto, pero no importaba; todo valía mucho la pena. Había pegado enormes corazones en cada rincón de la habitación y colgado globos de diversos colores y formas alrededor de las paredes, uniéndolos todos con un cartel que cantaba “¡Feliz Cumpleaños 24, Tin!” a letras gigantes y coloridas. Se detuvo un momento, mirándolo todo con ilusión. Todo lucía impecable y listo para esa misma noche. Las velas, los globos, los corazones, el cartel, el mantel, las bebidas, los adornos, todo. Después de la cena con el anuncio de su relación, lo traería acá a disfrutar de todo esto y a contar los segundos hasta que el otro día anunciando su cumpleaños llegase. Solo pensar en todo lo que se venía el día de hoy le causaba unos nervios que subían rápidamente de su espalda hasta su cuello y le hacían cosquillas por toda su columna vertebral.

Sacó el celular de inmediato y sonrió con más fuerza.

-¿Aló, Phana? Creo que he acabado. Solo falta sacar el pastel del horno, hacer el espagueti y todo estaría listo -río contra el teléfono, todavía suspirando.- Sí, tomaré muchas fotos cada cinco minutos y te las enviaré.

Susurró unas cuantas palabras más y lo guardó otra vez, encogiéndose ante las corrientes de nerviosismo y entusiasmo que lo sacudían de pies a cabeza. Estaba tan alegre y emocionado que no podía mantenerse en un solo lugar sin moverse. Caminó hacia la sala de estar, cruzando todos los pasadizos y deteniéndose frente a la cocina, mirando todo lo que ocurría con atención. Un grupo de muchachos uniformados se encargaban de llevar enormes cajas de bebidas hacia la cocina y otro grupo, daba órdenes cada cinco segundos a una fila de muchachas que alistaban todo al máximo. Su corazón estuvo al borde de volcarse al pensar en lo que sucedería esa misma noche cuando Tin lo confesase todo a su familia y su cuerpo volvió a sacudirse y no pudo evitar colocarse las uñas sobre la boca.

El día anterior había estado al borde de caer cuando escuchó la decisión de Tin y se había opuesto durante veinte minutos, pero finalmente lo había entendido. No podían seguir ocultándose más y lo mejor sería decírselo a toda su familia. Aquello solucionaría todos los problemas, ¿verdad? Sí, confesárselo a todos era la mejor alternativa. Su corazón latió con más fuerza, pero se tranquilizó al recordar todo lo ocurrido la noche anterior; solo recordar la forma en la que ambos habían bailado juntos durante toda la noche le transmitía demasiada seguridad. Solo recordar la sonrisa de Tin junto a la suya, su risa cálida, sus ojos iluminados y sus manos alrededor de su cintura. Salió de sus pensamientos al ver cómo la puerta del estudio principal se abría de golpe, palideciendo y haciendo una nerviosa reverencia cuando el padre de Tin salió precipitado hacia la salida, pero recuperando nuevamente el color al ver a Tin salir después.

-¡Tinnie, ya habías llegado a casa!

Tin se quedó tieso junto a la puerta del estudio. Las gotas de sudor se acumulaban alrededor de sus ojos marcados y descendían hasta su dura mandíbula, perdiéndose en los músculos tensos de su cuello.

Inhaló lentamente, mirándolo.

-¿Qué sucede?, ¿tu padre te ha dicho algo?

Deslizó sus ojos a través de la habitación y luego volvió a asentar su mirada en él.

-Nada -su voz sonó algo rasposa y una media sonrisa torció lentamente sus labios.- Nada importante, Cannie.

Can suspiró y sonrió al escucharlo, corriendo hacia su lado para sujetarlo del cuello con ganas y moldear sus labios contra los suyos, pero fue separado rápidamente por Tin, que lo tomó de los hombros con firmeza. Sus ojos seguían mirándolo con esa misma vacía y perdida expresión de hace segundos.

inocencia pasionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora