para siempre

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-¿Cuánto tiempo es un rato? ¿Una hora? ¿Dos horas? ¿Un día? 

Los ojos escrutadores de Noh Napat lo miraron con un claro tono de claridad reflejado en sus pupilas.

-No bromees, Napat -dijo, intentando simular una de sus mejores medias sonrisas y se encogió de hombros.- Puede ser una semana, un mes, medio año… quién sabe, tal vez, un año o dos, ¿tal vez, un para siempre?…

-¿Estás loco?

Tin se sentó en una de las sillas del mediano comedor y tensó su garganta, dándole un breve vistazo a Can, que estaba sentado a su lado y tenía los ojos moviéndose desde su rostro hasta el del otro, totalmente consternado.

-Tengo las tarjetas bloqueadas, estoy sin una moneda en mi bolsillo y no tengo a dónde ir.

-Yo diría que sí, pero tú sabes que esta casa no es toda mía, Tin, a veces, viene mi familia también…

-Solo será unos cuantos días, Noh, es una promesa -las palabras de Can se escucharon como un suave farfullo acariciando la habitación, mientras sus ojos se enfocaban en los ojos del castaño.- Por favor.

Noh elevó la cabeza y se lo quedó mirando unos segundos para finalmente suspirar, agotado.

-Está bien, son bienvenidos el tiempo que quieran. Pueden usar la habitación o habitaciones que gusten… tomar lo que quieran que vean en la cocina -caminó a pasos lentos hasta la nevera y abrió la puerta superior, colocando tres botellas de agua.- Por cierto, es bueno verlos juntos otra vez, pero… ¿qué pasó ahora?

Tin torció sus labios en una sonrisa y corrió su mano sobre la madera hasta que sus dedos se encontraron y fueron entrelazándose poco a poco.

Levemente.

Acariciando los nudillos pálidos con la parte interior de sus dedos, rozándolos con ligereza.

Sus ojos se encontraron, al igual que sus sonrisas y ese sentimiento volvió a explotar en su interior.

Ese sentimiento, ese mismo sentimiento que sentía cada vez que lo contemplaba; cada vez que se fijaba en sus ojos despiertos, sus labios abultados, sus bonitas mejillas, su radiante sonrisa.

Ese sentimiento que tocaba hasta el último de sus nervios y le hacía darse cuenta de lo perfecto que era Cantaloupe; de lo perfecto que era amarlo y de lo perfecto que era poder tenerlo a su lado.

Ese sentimiento que le hacía enamorarse una y otra vez, que le permitía caer loco de nuevo, que le hacía arder en fuego, que le hacía desear lanzarse a besarlo, aunque sabía que si lo hacía, posiblemente no pudiese soltarlo más.

Y eso ahora no era muy conveniente que digamos.

Acarició el dorso de su mano y moduló un “te amo”, escuchándolo susurrar lo mismo en respuesta y reír con la misma calidez de siempre, al tiempo que el timbre de la puerta se hacía oír.

-Ahora voy, ¡ya escuché! -Napat se metió a la boca tres galletas del paquete que tenía en las manos y bufó, malhumorado.- Por favor, dejen de mirarse de ese modo, que me hacen sentir que salgo sobrando. Tengan un poco de consideración y piedad de mí.

Escuchó el sonido de la puerta abriéndose y fue entonces cuando vio a su madre ingresando a pasos apresurados hasta detenerse a tres pasos de él, exhalando con la mano en el corazón.

-Tin, acá estás -presionó su hombro en un intento de apoyo y miró a su alrededor, todavía recuperando el aliento.- ¿Por qué te fuiste de esa manera?

-¿Cómo sabes que estaría acá?

La mujer se sentó en una de las sillas contiguas y se pasó la mano por la frente, recostando todo su peso sobre su codo derecho, que descansaba sobre la mesa.

inocencia pasionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora