Enero

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—Recuerdo que Ale estaba afuera de la casa de su madre, en ese entonces no sabía que vivía ahí, hacia mucho no la veía y entonces me acerqué a ella y ví que estaba con una niña que no tardó en decirme era su hija, después de saludarnos y hablar un rato me enteré que Emi iba a vivir con su abuela y que tenía la misma edad que mi hijo así que desde ahí empecé a invitar a Emi a todas las salidas que hacíamos para que no se sintiera sola y míralos ahora, son como dos hermanos.

Unos pares de ojos nos voltean a ver y Eduardo y yo nos damos una mirada de incomodidad.

—¿Como dos hermanos? ¿Acaso no son novios? —dice la tía de Eduardo.

—¡Tia! —contesta mi amigo apenado.

—¿Todavía no lo son? —recalca.

—No Vero, somos amigos —señalo.

—Pues parecen algo más, siempre andan juntos.

—Pero es que eso es la amistad tía, salir y divertirnos como amigos, sin necesidad de contacto físico ni compartir saliva —a veces Eduardo podía ser sutilmente explícito

—Pero están los amigos con derechos —Raul irrumpe sentándose en la mesa.

—Eso es otra cosa.

Un silencio incómodo aparece, este tipo de conversaciones a menudo ocurren en estas reuniones familiares , reuniones en las que no debería estar pero Marina siempre me invita y no puedo decirle que no a ella que siempre me ha apoyado y ayudado.

—Bueno dejen a los niños en paz, y vamos a comer que tengo hambre —dice Marina poniendo fin a la incomodidad.
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Hemos terminado de comer y ahora Eduardo me acompaña a mi casa que está como a cuatro cuadras de la suya, ambos miramos el suelo, él suspira mientras me doy cuenta que nuestros pasos están sincronizados, en otro contexto se lo hubiese comentado pero no ahora. La comida no fue otra cosa más que indirectas hacia nosotros, hacia la ex de Eduardo que también es mi amiga y hacia porque nunca he tenido novio.

Mi mejor amigo terminó molesto y por eso ahora estamos camino a casa y no engullendo el pastel que apenas iba a servirse.

—Te llevaré pastel mañana, no te preocupes. —dice este como si me leyera la mente.

—Bueno, gracias pero no creo que quede —rio.

—Lo siento por los comentarios, ya sabes cómo les gusta hablar, además se los permites —dice ignorando mi comentario anterior.

—Bueno pero con respecto a mi, dicen la verdad, soy callada y si no fuera por mis padres y por tu madre me pasaría el fin de semana encerrada todo el día, por eso no tengo muchos amigos.

—¿Y preferirías tenerlos? 

—Te tengo a ti y es suficiente —una sonrisa aparece en su rostro y se que hice bien.

—Si tuvieras más amigos no tendrías tiempo para mí.

—Cierto —asiento como si de verdad estuviera de acuerdo.

—¿Soy muy egoísta por no querer que tengas amigos, solo yo?

—Creo que si, muy tóxico —ambos reímos por la palabra.

Seguimos frente a la casa de mi abuela, él pellizca mi mejilla levemente.

—Y no te tomes tan en serio lo que dicen mis tías locas, te conozco y te guardas todas esas cosas.

Le asiento y me despido en silencio, lamentablemente él me conoce bien y a veces quisiera que no lo hiciera.

Entro a casa y le hablo a mi abuela que está peinando el cabello de mi hermana Katherine diciéndole cuan bonito se ve a pesar de que muy apenas le llega al hombro y ella aún está desconsolada.

—A la otra no seas tan descuidada y pegues un chicle en tu cabeza —le digo.

—Que me quedé dormida y se pegó solo.

—¿Quién en el mundo duerme comiendo chicle para empezar?

—Quería hacer esas bombas que haces y estaba practicando y me dormí.

—Bueno basta niñas parece que las dos tienen ocho años.

—Yo si tengo ocho años ma —dice mi hermana con cara inocente.

—Lo se hija lo digo por tu hermana.

Finjo estar indignada y voy a la cocina por un vaso de agua.

—¿Y cómo estuvo la fiesta? —grita mi hermana.

—No fue una fiesta Katherine pero estuvo bien aunque me fui antes del postre así que no te pude traer pero Eduardo prometió traernos mañana.

—¿Pero porque te fuiste antes del postre si es lo que más te gusta?

—Porque... mamá Eugenia no quería que llegara tarde.

—Te dije a las diez apenas son las nueve creo.

—Es mejor llegar antes que después ¿no?

Nadie me réplica así que enjuagó mi vaso, les digo buenas noches y subo a mí cuarto.

Boca arriba mirando el techo recuerdo conversaciones y expresiones.

"¿Y cómo está Lea? ¿Sigue siendo su amiga?

"¿Porque terminaste con ella Eduardo si era buena niña?"

"Oye Emilia ¿nunca has tenido novio?" "¿Por qué?"

Si no fuera por Eduardo estaría ahí contestando de la mejor manera posible a sus tías.

Si no fuera por Eduardo pasarían -y dejarían de pasar- muchas cosas.

No hubiera soportado los tres años de secundaria.

Estaría sola en la escuela, sin ningún amigo de verdad.

No tendría un hombro en el cual llorar en mis días oscuros.

Hubiera dejado que mi madre nos llevara a su casa y me cambiaran de escuela por mis malas notas.

Y poniéndome más melancólica no conocería lo que es la verdadera amistad, ese vínculo en el que sientes que puedes confiar plenamente en esa persona, a la que le cuentas todo y a la que le escuchas siempre.

Aunque muchas veces me pregunto cómo es que somos mejores amigos si somos muy diferentes.

Eduardo es extrovertido, siempre tiene un tema de conversación y te hace querer hablar aunque no sepas cómo, le gusta salir los fines de semana, le cae bien a todos, es el crush de muchas y es organizado.

Emilia no es muy social, no le gusta salir, es rutinaria lo cual la hace aburrida, nunca ha recibido una carta en esas ocasiones en las que puedes enviarlas anónimamente en la escuela y no es ordenada.

Afortunadamente no se ha alejado de mi y seguimos siendo los mismos de siempre con el otro.

Pero hay una cosa que Eduardo no sabe, no es que no confíe en él, no es que sea algo malo pero es algo que está dentro de mí y no se atreve a salir.

Y lo mejor es que se quede ahí.

Por favor denle una oportunidad a esta historia, no se arrepentirán.

Emilia y EduardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora