Cicatrices...

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Me consideraba una luchadora, pero no solo de palabra, era literal. Y también era triste, pero había tenido que pelear muchas veces por lo mío. La vida había sido una mierda conmigo y me había colocado en tantos lugares incorrectos que ya no podía recordar cuantas veces había caído, para luego harta y asqueada con el destino volver a levantarme.

Cuando comencé a crecer y a tener conocimiento de lo que estaba bien y lo que no, fue que me di cuenta, que todo a mí alrededor estaba mal. Y que lo que yo normalizaba, para los demás no era correcto. Fue ahí cuando comencé a revelarme y a defenderme, fue ahí cuando me di cuenta que yo no tenía por qué soportar tanto dolor.

Y ser hija única no ayudaba, lo hacía peor, lo hacía real.

A los catorce años fue que llame hipócrita a mi padre por primera vez; ganándome una contundente cachetada que hizo girar mi cara, haciéndola palpitar y sentir la marca de dedos en mi mejilla. (Aunque esa no fue ni la primera, ni la última vez) A los doce fue que me di cuenta que lo odiaba de una manera tan insana que me consumía, a los trece fue que me di cuenta que mi madre nunca haría nada para defenderme, absolutamente nada... A los quince comencé a perder la esperanza en el mundo, en las personas y en la vida misma. Ahí comenzaron las drogas. También los cortes, esa era la mejor droga de todas, la que me hacía suspirar y sentir que por esas finas ranuras en mis brazos se escapaba una gran parte de mi dolor interno, acompañada de sangre. Ligera y oscura.

Varios días a la semana hacía mis brazos llorar, una y otra vez quitaba la costra después de la cicatrización para sentir ese dolor que me satisfacía pero que también me hacía sentir viva a de alguna manera. Porque me odiaba, odiaba todo de mí, mi rostro, mi nombre, mi cuerpo, todo.

Morena Castro, esa era yo, sin otro apellido, sin segundo nombre, sin nada.

¿Por qué me llamaba así? Pues lo que había comenzado como una ridícula broma entre mis padres al buscar nombres para mí, terminó quedándose a la hora de presentarme en el registro civil, y tan graciosos fueron al colocármelo que nunca pensaron en otro, así que solo tengo ese; Morena. Morena como el color de mi piel, como el color de mí pelo. Morena, lo que me caracterizaba y afligía por ser distinta a mis padres, mi tortura. Yo era solo eso, una morena más.

En este relato al igual que en mi vida siempre predomina el negro. 

- "Puleme el jodido clítoris..."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora