Hambre

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Pov Alexandro Lazari
Estaba por darme de hostias, para permanecer despierto hasta que llegara a casa. Estaba irritado, cansado, hambriento y también sediento de una buena cerveza.
¿Hostias? ¿Qué hacía hablando así? Ya no estaba en España, volvía a Argentina con mi madre, y volvía siendo alguien, no un triste drogadicto como cuando me fui, pero completamente ofuscado por tener que volver a esta mierda.
¡Pero que lindas Argentinas me había cruzado en el aeropuerto! Quizás follando tanto como pudiese se me pasara el enojo. Otra vez dije algo mal, “Follando” los argentinos no usaban esos términos, ellos decían “coger” “´ponerla” que significa y simbolizaba lo mismo al fin, tener sexo.
Me subí al primer taxi que vi, y le pedí por favor al chofer que bajara la música porque tenía terrible dolor de cabeza. Él obedeció en silencio con un pequeño asentimiento de cabeza, había cambiado tanto físicamente desde mi recuperación que solía intimidar a la gente. Los tatuajes ayudaban mucho.
Ya dentro del conjunto de casa residenciales, faltaban unas cuantas calles para llegar, cuando vi unas largas y morenas piernas enfundadas en zapatillas blancas. Subiendo mi mirada me encontré con una cintura estrecha y brazos morenos tratando de reunir el cabello color castaño claro que tapaba la vista y cara de la niña.
Pero si con ese cuerpo no es una niña, pensé gruñendo. Ya había pasado una semana desde la última vez que había tenido sexo, la abstinencia estaba afectando mi mente.
Pero seguro que no, seguro no pasaba de los dieciocho recién cumplidos. Quise que controlara rápido su loco pelo para conocer su rostro, pero el taxi siguió andando y la sacó fuera de mi vista.
Podría haberme bajado del taxi y chochar con ella “accidentalmente” para después de un par de palabras bonitas follarla en la casa de Roxelana, a eso le llamaba yo una buena bienvenida. Bajé del taxi tomando mis maletas y dándole dinero de más al chofer, en este momento me sobraba el dinero, si quería podía pasarme todos esos billetes por el culo y no me importaría nada. Di medía vuelta y me quedé observando la entrada, seis años habían pasado desde la última vez que había pisado este lugar. Seis putos largos años.
Bien, pues llegaba la hora, aquí terminaba todo. Dejaría que se cayera la falsa careta y dejaría que el mundo conociese a mi verdadero yo. El hombre bueno dejaba de existir y volvía a ser mi yo arrogante, insensible y detestable inconformista.

- Que empiece el puto show – susurré en vos baja.

Sonreí abriendo la puerta dejando las maletas al pie de la escalera. Necesitaba de forma urgente esa cerveza y cuando llegué a la cocina el exquisito olor de pollo al horno hizo que mi estómago rugiera,  instantáneamente se me hizo agua la boca. Tomé la cerveza y devoré todo lo que había en mi plato, obviamente mi madre había contratado a una nueva empleada para el servicio, ella nunca podría preparar algo así,  seguro era una señora mayor y regordeta que tuviera buena mano para la elaboración de platos exquisitos como estos.
Ni siquiera me detuve a admirar los nuevos cambios y decoración que le había hecho Roxelana a la casa, tomando mis maletas y alguna que otra cerveza subí a mi habitación, me di una relajante ducha y cerrando las persianas me acosté queriendo dormir dos días enteros sabiendo que mañana me esperaba un día  muy difícil.

- "Puleme el jodido clítoris..."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora