La mesa, con seis hombres y tres mujeres, resoplaba de frustración. Llevaban siete horas metidos en esa sala de juntas sin llegar a una conclusión. La rubia sentada al lado derecho le dio un largo trago a su café ya frio. El pelirrojo frente a ella se acarició la cabeza. Tenía un espantoso dolor de cabeza. Los gemelos a su lado permanecían totalmente erguidos, frustrados, mientras la cabeza le latía de tanto pensar. La mujer, una pelirroja vestida de uniforme negro, permanecía de pie con las manos presionando la mesa.
―A ver, llevamos siete horas aquí ¿Y nadie tiene nada?
Todos allí resoplaron.
―Perdón, Teniente Trichel, pero creo que aquí a nadie se le ha informado suficiente de este caso ―habló el pelirrojo con un marcado acento ruso.
―No estoy autorizada a relevar todo sobre el caso, agente Korsakov.
―Pero al menos algo debe decirnos, ¿no?
Alguien se aclaró la garganta. El silencio se hizo en ese instante. Un hombre alto, de músculos de hierro, el cabello castaño alborotado y unas gafas de sol oscuras, se puso de pie. Cruzó sus brazos sobre su pecho y esbozó una sonrisa irónica.
―Está mas que bien sabido que usted y el superintendente conocen todo sobre este caso ―el castaño sonrió con molestia―, pero sinceramente están haciendo un pésimo trabajo. Este caso ya no es secreto.
Bajó la cremallera de su abrigo y dejó expuesto un sobre manila. Lo lanzó sobre la mesa, siguió rodando y al final se detuvo junto a las manos de la teniente.
―Esto ha llegado a mí en la mañana ―la teniente tomó el sobre y lo abrió―. Estaba en mis archivos de “secreto”, así que supuse que era para mí. Por lo que veo, alguien ha interceptado sus secretos, teniente. Y ahora yo lo sé también. Todo.
En cuanto la teniente le echó un ojo a cada uno de los papeles, palideció. La misión que habían mantenido en secreto por diez años acaba de ser revelada a uno de sus agentes. Uno de los mejores, si es que no es el mejor.
―Bieber, a mi oficina ―lo miró severa―. Ahora.
El agente Justin Bieber se movió con pies de plomo tras la teniente. Esa mañana, cuando había entrado a su oficina para buscar la carpeta antes de que la reunión empezara, se había encontrado con aquel sobre. Llevaba impreso en letras rojas “SECRETO”. Estaba en sus archivos, donde le depositaban los siguientes casos. Curioso, abrió el paquete y leyó los papeles. Menuda bomba. Todo estaba allí, todo. Todo lo que había querido leer desde hace años, todo lo que le había causado tanto interés y deseo, acababa de revelársele. Y ahora no estaba seguro de nada. No podía quedarse callado y actuar como si no se hubiese enterado de todo.
La puerta se cerró en cuanto el entró. Observó a su jefa, Stella Trichel, y al jefe de su jefa, el superintendente Oswald McDowell. Él decidió no sentarse, pese a la mirada de sus jefes.
― ¿Y bien? ―inquirió el castaño.
― ¿Cómo carajo llegó esto a tus manos, Justin? ―le soltó Trichel. Estaba fuera de si.
Justin se aclaró la garganta para no reír.
―Estaba en mi oficina, ya se lo he dicho. No se quien lo dejó. Como verá el paquete no tiene remitente.
Oswald dio un paso al frente y apretó el hombro de Trichel.
―Este es un momento para pensar con la cabeza fría, Stella ―Oswald miró a Justin―. A ver, piensa. ¿Viste algo raro en tu oficina? ¿Cómo si hubiesen estado buscando algo?
Justin negó con la cabeza.
― ¿Nada? ―preguntó Stella. Justin volvió a negar con la cabeza―. Puede ser cualquiera. Cualquier imbécil pudo entrar a nuestros archivos.
Oswald tomó su móvil y marcó un número rápidamente.
―Ve a los archivos del sector nueve y verifica el caso R00392654…No, solo revisa que esté allí…Mantenme informado.
Colgó. Justin se pasó la mano por la frente. Estaba estresado y cansado.
―No hay mucho que hacer, Stella ―Oswald volteó a verla. Stella frunció el ceño―. Justin, el caso es tuyo.
Justin abrió los ojos como plato. Había esperado oír esas palabras alguna vez, pero creyó que era imposible. Al final, se animó a sonreír. El caso R00392654 era suyo, lo que significa que tendría que volver a Stratford. Canadá.