Culpables

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–Tú no podías saberlo.

El caballero Rúan miraba a su amigo con compasión. Le costaba agacharse enfundado en su armadura metálica, pero hizo un esfuerzo por intentar confortarle.

Silas se arrodillaba en el suelo en una postura totalmente derrotada. Delante de él el círculo de invocación todavía humeaba. El faldón de su túnica se hallaba empapada de la sangre de los restos de dos cuerpos desmembrados, dispersos a su alrededor. La Sala Alta de la Torre Escondida aún olía a azufre. Volutas de fuego alquímico se elevaban hasta el techo abovedado hasta desaparecer en la oscuridad, una oscuridad más negra que la de la noche de afuera, apenas desleída por la luz de las antorchas ancladas en las paredes.

—Tal vez podría haberlo sospechado —el sarcasmo hiriente de Hrisam provocó el reproche silencioso de Rúan, que luchaba por mantenerse agachado junto al clérigo, apoyado en su espada envainada.

—Quizá tú podías haber dicho algo —le abroncó el caballero—, siendo tan sabio como eres...mago —el tono despectivo del comentario no era propio de Rúan.

—Y lo dije —el joven mago se acercó a sus amigos, desafiante—. Pero no hicisteis caso —sentenció tras un momento de silencio.

—"Tal vez" —habló por primera vez Irina con sorna —, si no dedicaras tanto tiempo a predecir nuestros infortunios, te haríamos más caso,

pájaro de mal agüero. No podemos perder más tiempo —trató de cambiar por completo de tema—, no podemos quedarnos aquí—. Recogió su arco y su carcaj y se los acomodó a la espalda, evitando su larga trenza.

—No creo que estemos en condiciones de continuar —la mirada de Rúan se desvió entonces hasta Shira, la última de los presentes en la sala, que se aferraba en silencio a un libro cerrado, cómo si éste pudiera protegerla. Tenía la mirada perdida y se balanceaba lentamente adelante y a atrás.

Hrisam e Irina se giraron hacia ella. Pero mientras Irina se acercaba para calmarla Hrisam descargó toda su desdeñosa dialéctica contra la muchacha.

—Rúan tiene razón, Silas. Si es culpa de alguien es de ella —dijo señalándola con su bastón.

—¡Cállate Hrisam! —le espetó Irina.

—Irina, querida —continuó Hrisam—, tú lo sabes tan bien como yo, no seas ahora una hipócrita.

La montaraz ignoró las palabras del mago mientras retiraba el largo cabello suelto del rostro de Shira. La sangre de los sacrificios había salpicado también la vestidura blanca de la joven estudiosa.

—Ha sido ella quien ha convencido a Silas de hacer esto—continuó el mago con su acusación—, "Solo un clérigo de luz puede convocar una bestia de oscuridad" —parafraseó burlonamente.

—¿Pero cómo tienes el valor...? ¡Eras tú quien quería hacerlo! —le gritó Irina enfadada girándose hacia él—. ¿Quién les habló a los eruditos de la Academia sobre Elaron, demonio de la Sabiduría? ¿Quién les dijo que podrían aprender de él lo que quisieran? —Hrisam bajó la mirada—, pero no les advertiste de que cada pregunta conllevaría una vida. ¡Mira! —señaló los

restos de los cuerpos—, eso es todo lo que queda de dos jóvenes sabios que confiaron en ti.

—No lo sabía —el mago rebajó el tono de su voz —, yo también tengo aún mucho que aprender.

—¿Humildad?, esto sí que es un nuevo descubrimiento —dijo Irina mutando su malestar en cierto grado de conmiseración.

— ¿Y quién nos llevó a la Academia? —Hrisam reanudó su ataque —, no era nuestro destino, pero nuestra experta guía decidió que era el mejor lugar para resguardarnos.

—Nos estaban dando alcance —se excusó Irina—. Yendo a la Academia pudimos despistarles.

—¡Callad!, ¡callad todos! —Silas se incorporó con la ayuda de Rúan. Se mesó los lacios cabellos rubios, tiñéndolos de sangre—. Nada habría ocurrido si yo no hubiera realizado la invocación. Da igual qué o quién nos llevó hasta aquí. Nada habría ocurrido si yo no hubiera consumado el ritual.

—Parad todos de una vez —el tono del caballero Rúan era tranquilo. Erguido con su armadura plateada tenía un aspecto regio y poderoso —. Yo soy el líder de este grupo y por tanto el último responsable. No hay nada más que decir, nada más que podamos hacer aquí ahora. Debemos marcharnos y contar lo ocurrido. Yo me hago responsable.

—Es culpa de todos, no es culpa de nadie —apenas acertó Shira a decir en un susurro.


Antología de Relatos FantásticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora