Hacia la Nada

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—Entonces lo has visto.

—He estado en el borde —el hombre de la túnica verdosa hablaba con pesar mientras caminaban—. He visto cómo la tierra se desplomaba hacia el vacío, arrastrando todo lo que había sobre ella. He sentido el aire escapar hacia la nada. Si te acercas demasiado correrás la misma suerte.

—Nosotros vamos en sentido contrario.

El interlocutor vestía de manera modesta pero no pobre: jubón, calzas, botas y abrigo. Cerca de él un cabritillo balaba y correteaba.

—No te equivoques, la nada se acerca por todas direcciones.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que podremos huir de ella, pero solo por un tiempo.

Los dos hombres quedaron en silencio un momento. Seguían caminando por el sendero que servía de linde entre el bosque y el pueblo abandonado que acababan de atravesar.

—Perdóname, no recuerdo tu nombre —se disculpó el hombre de la túnica.

—Allen. —Al otro hombre no parecía haberle molestado demasiado que su compañero no recordara su nombre, dadas las circunstancias—. Tú te llamas Markaus, ¿verdad? Eres monje, me dijiste.

—Clérigo —le corrigió Markaus—. De la orden de los Maestros del Alba.

Señaló entonces la insignia que llevaba bordada en el pecho, que representaba un sol naciente.

—Creo que he oído hablar de ellos alguna vez, pero nunca había conocido a uno.

—Esta región queda un poco alejada de nuestros dominios habituales —Markaus se sonrió. —El fin de los tiempos me ha sorprendido de misión.

—¿De misión? —Allen parecía animado con la idea de una aventura.

—Estaba en misión de extender la palabra del Señor de la Luz a tierras paganas.

La emoción de Allen se apagó rápido como se apaga una vela.

—Hacías proselitismo.

A Markaus le sorprendió que su compañero utilizara esa palabra. Por su aspecto había supuesto que no era más que un pueblerino, no un campesino, por cómo vestía y se comportaba, pero desde luego tampoco una persona lo suficientemente culta como para utilizar la palabra "proselitismo".

—¿Y cuál es tu profesión, Allen? —decidió que la mejor manera de averiguar quién era sería preguntarle.

—Soy herrero en la ciudad de Valle Medio —Allen quedó pensativo por un momento—. O lo era. Mi herrería fue saqueada y quemada como casi todo en Valle Medio.

—Ha ocurrido en muchas poblaciones —un rastro de pena recorrió el rostro de Markaus—. Cuando llega el final se revela la verdadera naturaleza del ser humano.

—No era necesario que el fin del mundo llegara para conocer la naturaleza del ser humano. —Los ojos castaños de Allen brillaron con un recuerdo.

—Antes de ser herrero fui soldado —continuó—, al servicio del Duque de Armental, capitán de infantería. He estado en muchas guerras, he podido descubrir la verdadera forma del alma humana.

—Tiene sentido. —La información que le acababa de revelar Allen ponía en contexto a su compañero de viaje y golpeaba en la cara de sus prejuicios. De repente se le antojó mayor en edad de lo que le había parecido en un principio.

—¿Lo tiene? —preguntó Allen desconociendo las disquisiciones mentales de su compañero.

—En realidad no mucho —se corrigió Markaus, retomando el sentido de la conversación del herrero.

Otro silencio. Un silencio largo, pero no incómodo, más bien reflexivo para ambos.

—¿Y tu dios no puede hacer nada? —preguntó Allen con un pequeño atisbo de esperanza.

—No funciona así —contestó el clérigo apenado.

—¿Entonces cómo? —Allen se exasperó—. Entiendo que los asuntos de los hombres les tengan sin cuidado, pero se trata del fin del mundo, de su mundo, se supone que ellos lo crearon, ¿acaso no les importa? —la indignación de Allen iba en aumento—. Si ni siquiera ahora van a actuar tal vez es que no tengan poder en absoluto...porque no existen.

Markaus se detuvo, su serena mirada verdeazulada apenas se inmutó. Había vivido situaciones similares desde joven, cuando apenas era un acólito de la orden. Discusiones teológicas y otras más terrenales con multitud de personas de toda clase y creencia.

—Créeme cuando te digo que sí que existen.

—Te creo.

La facilidad con la que Allen había aceptado su aseveración confundió a Markaus

—¿De veras?

Allen asintió.

—Es el fin del mundo, ¿para que diablos ibas a mentirme?


Antología de Relatos FantásticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora