4. Tempestad

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Fue una noche mágica, especial, de esas noches que sabes que recordarás por el resto de tu vida, así fue la noche que pasé con Tyler, era una noche fría, él no paraba de mirarme a mi y a mis labios, suponía cuales eran sus intenciones, y claro estaba que no podía pasar nada, pero a veces la vida nos otorga momentos para olvidar los restantes.

Este era uno de ellos.

Estos días en el instituto se rumoreaba que estábamos juntos, quizá tendría algo que ver que cuando acabó el partido de fútbol me agarró de la cintura y me dio un beso en la mejilla pero con claro recorrido hacia mis labios.

También tendría algo que ver que comíamos juntos, reíamos juntos, escuchábamos música juntos en el recreo y volvíamos a casa juntos. Que irónico ¿no? Todo juntos pero a la vez separados.

Llegué a casa con Tyler, estos días mis padres habían decidido ir a pasar la semana a Woodsnorth una pequeña ciudad a unos cuantos kilómetros de casa, aún así tuve que quedarme con Elliot, pero ese no era un gran problema… Tyler y él se llevan genial, todo el día hablando de fútbol, chicas y alguna que otra tontería sobre coches y bromas de televisión.

Entramos en casa y Elliot estaba tumbado en el sofá viendo una serie que estaba teniendo bastante audiencia, la verdad que aún no he podido ni empezar a verla, pero bueno, quién sabe si podré terminarla.

–¡Tyler!

–¿Cómo estas grandullón? –Preguntó Tyler.

–Saludas antes a un completo desconocido que a tu hermana, vaya par. –Dije.

–Tyler es ya casi como mi hermano mayor, querida sabelotodo. –Respondió con aires de superioridad.

Tyler y yo subimos a mi habitación, la cual me había encargado de dejar bien ordenada la noche anterior por si Tyler decidía venir a casa, pero se me había pasado un gran detalle, algo que no podía dejar escapar.

–¿91? –Señaló al montón de papel.

Me quedé quieta sin saber que decir. Me giré ante él, tomé aire y contesté.

–Son los días que faltan para que venga a visitarme mi mejor amiga Summer, de Denver.

–Que original, nunca había visto uno.

Suspiré.

Tyler aún no sabía nada de lo mío, y la verdad aún no había encontrado el momento para decírselo, pero tampoco puedo esperar mucho más, tampoco puedo estirar algo que se romperá en apenas 90 días.

Pienso en el momento en el que tenga que decírselo, y la verdad, me da miedo, mucho miedo, no quiero hacerle daño pero es algo inevitable, no ha sido decisión mía acabar con esto, pero llegada la hora, nadie podrá arreglar toda esta mierda llamada vida.

Comimos los tres juntos, Elliot embobado mirando la televisión y Tyler mirándome y sonriéndome, de vez en cuando me hacía burla, sabía de sobra lo mucho que me jodía que hiciese eso pero a la vez lo mucho que me encantaba.

Miré el calendario de la cocina y no recordé que por la tarde tenía cita con los especialistas en el centro de recuperación donde siempre iba.

–Tyler, esta tarde tengo que ir a recoger un regalo que he dejado encargado para Summer, lo decía por si quieres quedar con tus amigos.

–¿Quieres que te acompañe? –Preguntó.

–No te preocupes, he llamado a Emily y me acompañará.

–Como quieras preciosa.

Por cierto, ese preciosa me encantó.

Tyler se fue poco antes que yo, agarré el abrigo, mis cascos y las llaves, le dije a Elliot que como hiciese algo malo me encargaría de matarlo y cerré la puerta.

El camino al centro de recuperación lo hacía siempre en autobús. Subí, conecté los cascos y cerré los ojos.

Me imaginé mi vida sin cuenta atrás, mi vida sin preocupaciones de tiempo, una vida llena de momentos, momentos especiales e inigualables, una vida sin miedos, sin barreras, una vida sin números ni días, una vida normal. Pensé en todo lo que la vida podría darme y lo que yo podría devolverle, en lo que trabajaría, en los hijos que tendría, en verle la cara a mis nietos e incluso a mis bisnietos, pero esa no era mi vida, ese no era mi futuro y tampoco mi destino, mi destino estaba a 90 días de su final y cada vez tenía más miedo a ese contador, a ese número cero, a ese final de todo y es entonces cuando recuerdas todo lo que tienes y con lo que tienes que vivir, cuando la vida te hace una de estas es cuando más fuerzas tienes que sacar para demostrarle que lo poco que te queda, por poco que sea, para ti es una inmensidad.

Llegué al centro, me senté en la sala de espera y a los cinco minutos…

“Nensy Rosenclar BOX 01”

Me dirigí por esos pasillos a los que ya estaba acostumbrada, tanto que me conocía a muchos de los que allí trabajaban, Pierre el celador, July la limpiadora de la segunda planta, Tomas el cocinero, una pequeña familia que residía en este sitio.

–Pasa Nensy, siéntate. –Me dijo el Ric, mi médico.

–¿Muchas novedades doctor? –Bromeé.

–Vamos a ver los resultados de tus pruebas finales, para concluir tu diagnóstico. –Respondió.

–A sus órdenes. ­–Reí.

Le cambió la cara por completo, se quedó paralizado, con la mirada fijada en ese par de folios que llevaba mi nombre en la portada, una mirada que no decía nada, quieta, tensa.

–¿Doctor? ¿Doctor que ocurre?

–No puede ser.

–¿Qué no puede ser qué? ¿QUÉ DOCTOR, QUE PASA?

–Nensy, los resultados de tus pruebas han variado.

–¿Variado? ¿Cómo que variado?

–Según el pronóstico tu cuenta de días ha disminuido, tienes 26 días de vida.

–¿¡26?!

–Nensy, lo siento.

Cerré los ojos, intentando escapar de ese momento, cerré los ojos tan fuerte que ni podía dejar escapar todas las lágrimas que contenía, una tempestad me invadió por dentro, menos de tres semanas para que todo acabase, para dejar todo lo que tengo e irme y no volver nunca, menos de tres semanas para olvidarme de mi vida y dejarla apagada, apagada para siempre, ese siempre que tanto miedo tengo a pronunciar, un siempre que en estos momentos se reduce a nada, nada es lo que me quedará después de estos 26 días, días que los tendré que vivir como bien pueda, una vida que ya no tiene ni el mínimo sentido, ese ha sido mi miedo desde que empezó la cuenta atrás, no es el miedo a morirme, era el miedo a vivir muerta, ese es el peor de mis miedos y el cual se había adueñado de mi.

Cartas a Juilliard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora