3. Casualidades.

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Mis clases comenzaban a las 08:15, el camino hacía el instituto siempre lo hacía sola ya que era el momento en el que podía ponerme la música, mirar hacía arriba y contemplar el cielo recién amanecido, siempre me quedaba embobada mirando las nubes imaginando figuras entre las estelas de los aviones, comprendí entonces que el cielo no es dónde vamos después de la muerte, si no donde empezamos a vivir cuando morimos.

Entré por la puerta. 08:14. Como siempre yo tan puntual.

–Vamos Nensy, acaba de tocar el timbre. –Me dijo el conserje de mi instituto.

–Lo siento, ya me vas conociendo… –Respondí.

Dejé la planta principal, y me dirigí hacía el final del pasillo, en el fondo se encontraba el ascensor y estaba terminantemente prohibido subirse si no eras profesor o trabajabas allí, si te pillaban dentro era motivo de expulsión durante unos días, aunque conmigo, solían hacer excepciones, saqué la llave de mi mochila, conseguí hacerme una copia cuando Emily, mi compañera de clase, se rompió la pierna el curso pasado, pequeños trucos de la vieja escuela. Llegué a la puerta y el ascensor se encontraba en el segundo piso, introducí la llave y el ascensor comenzó a bajar, me giré para asegurarme que ningún profesor se encontraba por los alrededores y entré. En ese momento vi a alguien girar corriendo la esquina de enfrente del ascensor, con la mochila en la mano y con la chaqueta medio atada.

–Por favor, por favor, llevo examen.

Ojos profundos, su mirada hablaba por si sola, gruesos labios, una escalera de lunares en su lado izquierdo del cuello.

–Déjame entrar por favor, tengo que ir al tercer piso y de que quiera llegar no me dejarán pasar a no ser que diga que voy contigo.

No paraba de mirarle a los ojos.

–Me lo tomaré como un sí. –Dijo.

Al fin reaccioné.

–Sabes que como te pillen aquí acabarás en tu casa unos días.

–Por lo menos no los pasaré solo, te recuerdo que aquí vamos dos. –Me guiñó el ojo.

–Deberías estar agradecido de que te he dejado entrar, incluso al no conocerte de nada.

–Prefiero que no me conozcas. –Respondió.

Llegamos al tercer piso.

–¿Cómo que prefieres que no te conozca? –Pregunté.

–Atrévete a conocerme.

Se acercó.

–Y posiblemente no te arrepientas de hacerlo. –Terminó.

Sentí su olor a milímetros de mi, un olor inusual, extraño, como nunca conocido, y es que asignamos un olor a cada persona, intensos, frescos, dulces y potentes, fríos y escalofriantes, el suyo no estaba entre ninguno de esos, era como un olor, me atreví a llamarlo, “cielo”, sí, un olor a cielo.

Abandonó el ascensor sin mediar palabra, se arregló la chaqueta y siguió su camino, yo le seguía con la mirada mientras el ascensor subía. Ese día no pude parar de pensar en ese momento, Emily no paraba de preguntarme que qué me pasaba y yo siempre respondía un “tengo sueño, nada más”, me fijaba en el reloj, los minutos no pasaban y la clase de historia cada vez se hacía más eterna, mi cabeza al oír hablar de cosas como liberalismo, democracia y demás términos que el profesor de historia no paraba de decir, desconectaba por completo, recuerdo un día en el que no podía más y cerré los ojos, después solo recuerdo verme dándole explicaciones al director de porque me había dormido, pero esta vez, aguanté, como una persona bien interesada por temas interesantes, o por lo menos, esa impresión daba.

Sonó el timbre, todos salieron deprisa, en las escaleras de la planta principal se formaba una gran avalancha de mochilas peleándose por salir los primeros, y yo, bueno, lo buscaba.

Intenté encontrarlo, pero fue imposible, fuera del instituto siempre nos quedábamos un rato a hablar, volví a buscarlo, tampoco estaba, hacía como que me interesaban las conversaciones que estaban manteniendo Emily y Philip, pero en realidad yo iniciaba mi pequeña búsqueda entre la gente.

De vuelta a casa Emily me dejaba siempre en mi esquina, ya que mi casa se encontraba a mediados de la calle, en el número 14, mi padre estuvo a punto de comprar la casa de enfrente ya que no le gustaban los números pares y el de la casa de enfrente era el 15, no sé, le gustaría ese número.

Cuando estaba entrando a mi calle, observé como alguien se encontraba en el portal, no llegaba a reconocerlo, el sol me daba de frente en los ojos.

–Al fin te veo.

Su olor me atravesó por completo, esa sensación de cielo mezclada con infierno.

–¿Qué haces tú aquí? –Pregunté más que sorprendida.

–Te debo lo de esta mañana del ascensor, me has salvado de un suspenso que bueno, no sé si seguirá suspenso, pero lo que cuenta es el detalle.

Me reí.

–¿Me vas a invitar a pasar?

–Te conozco de unas horas, no sé ni como te llamas y no pretenderás que tenga que presentarte a toda mi familia y es más, que tenga que dar una rueda de prensa a mis padres.

–Me llamo Tyler, quiero ser periodista y se me dan bien las ruedas de prensa.

–Gracioso.

Lo miré a los ojos, el reflejo del sol hacía aún más profundos sus ojos azules.

–Pues déjame que te invite esta noche a cenar, en el Fifteen Bar, está muy cerca del centro.

–Bueno, pues ahora mismo no sé si…

–Te recojo a las diez.

No había terminado de hablar cuando me cortó y se anticipó a decir la hora a la que pasaría a por mi, me volvió a mirar y se marchó entre los rayos del sol que pronto se nublarían para comenzar a evaporarse hasta el atardecer, tenía miedo de sentir algo por alguien en este tiempo que me quedaba, ya que no quiero tener una cuenta atrás para alguien, quiero que esto solo me afecte a mi, y no estaba dispuesta a que le afectara a nadie más. Me miré en el reflejo del espejo y me comencé a decir “no y no”, era un “no” que en realidad era un “sí”, no podía empezar a enamorarme de alguien, no ahora, no en estos momentos, no. Pero a veces en esta vida, cuando intentamos parar algo, lo único que hacemos es fortalecerlo y hacerlo aún más poderoso, y creo que eso me estaba pasando a mi y, tenía miedo, mucho miedo de empezar a sentir algo por Tyler, pero creo que ya era demasiado tarde, en ese momento recordé perfectamente unas palabras que me dijo mi abuela Abbey cuando yo tenía la edad de Elliot, “la vida es como un aeropuerto, idas y llegadas de mucha gente de la cual, los que más te quieran, se subirán al vuelo”. Volví a mirar hacía arriba y me miré al espejo, y por mis adentros sentí que Tyler era el piloto de este pequeño vuelo que acabaría en 115 días.

Cartas a Juilliard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora