Supongo que no todo es eterno, pero en el momento que se tiene, si parece serlo.
Voy a contaros la historia que nunca conté, pero que llegado el momento, no me queda otra opción ya que el tiempo se acaba.
Me llamo Nensy Rosenclar, tengo 17 años y actualmente vivo en Henderson, en Nevada. Me gusta mucho la fotografía, pintar y sobretodo escribir. ¿Mis manías? Los relojes, sí, cada reloj para mi es una historia, un profundo océano de palabras que guardan cada segundo sin contar. Ah, suelo guardar todos los lápices con los que escribo algo importante, supongo que será otra manía, pero he de decir que me gustan mis manías, sí, me gustan, aunque claro, para otros sean más que gilipolleces, pero los demás llevan sin importarme bastante tiempo, tiempo del cual no dispongo.
Era miércoles, mi día favorito, parece absurdo pero me gustaban tanto los miércoles como a un borracho su copa de tequila, los miércoles eran los ecuadores de la semana, dependiendo de mi estado de ánimo ese día se determinaba como me había ido la semana, dependiendo de cómo estaba ese día, apuntaba en el calendario de escala de -5 a 5 mi estado de ánimo, hoy creo que voy por 2.
Baje la escaleras, los sollozos de la madera anunciaban mi llegada a la planta baja, allí, en el perchero estaba mi abrigo, uno de mis abrigos preferidos, verde, verde como un buen abeto, parecido al que tenemos plantado en el jardín de casa y que a Elliot tanto le gusta decorar en navidad.
Elliot es mi hermano pequeño, tiene 12 años, rubio, ojos azules, de mayor será bastante guapo, es la envidia del instituto, sus ojos son muy personales, profundos, dan a veces hasta miedo, pero el más tarde es un trozo de pan, le encanta sacarme nerviosa, y creo que es de las personas que más lo consigue, aún no sabe mi mayor secreto y cuando llegue el momento supongo que debo contárselo, aunque duela.
Cogí el abrigo, metí mi iPhone en mi bolsillo, agarré los cascos y posteriormente las llaves y decidí marcharme.
En ocasiones las personas necesitamos estar solas para simplemente, hablar con nosotros mismos, y a mi, personalmente me encantaba hablar conmigo misma, es algo que no puedo evitar, subir el bosque y encontrar un sitio en el que pueda estar sola, sin nadie alrededor, sin nadie en mi cabeza.
Para llegar al bosque donde solía irme había que cruzar varias veces la carretera ya que era un bosque que muy poca gente conocía salvo los cazadores de la zona, y otros pocos que iban a buscar madera, por lo demás, nadie se acercaba allí.
Subí hasta arriba, y extendí la manta que me regaló mi abuela Abbey poco antes de su muerte, siempre que me tumbo en esa manta es como si algo de ella siguiese ahí, conmigo, cuidándome y en parte eso me alivia el dolor que nos dejó con su ida.
Apoyé mi espalda en el árbol de siempre, miré hacia arriba y vi sus grandes y largas ramas moviendo las hojas que anunciaban la llegada del pronto otoño, abrí mi cuaderno y comencé.
Carta Nº134
Hola Juilliard, sigo en el mismo sitio de siempre, desde donde siempre suelo escribirte, aunque hoy haga un poco de viento, ya sabes que aquí me siento segura de mi misma y que por un momento abandono los problemas que rodean mi vida, en casa todo sigue igual, salvo que Elliot se ha apuntado al equipo de fútbol, no hay novedades, mamá está feliz, ha comenzado las clases del taller de costura y parece que le gusta bastante, me alegra verla así, por un momento parece que ha olvidado lo mío, todos parecen olvidarlo aunque en el fondo esté muy presente, hoy quedan 134. Parece una eternidad pero cada vez está más cerca, hasta entonces me quedan muchas cartas que escribirte Juilliard, y después, bueno no sé que pasará después, en realidad nadie lo sabe, pero espero poder seguir haciéndolo como hasta ahora.
Con mi más profundo amor, siempre tuya.
Nensy R.
Mi lágrima rodeó el “Nensy R” del final de la carta, creo que debería explicaros el por qué de esos 134 días.
Hace 2 meses me diagnosticaron una enfermedad rara llamada “Síndrome de Juilliard” es una enfermedad que poco a poco debilita los órganos fundamentales, plagándolos de virus y bacterias y haciendo que cada vez mi cuerpo se vaya apagando, y lo único bueno, si algo tiene de bueno todo esto es que pueden determinarte el tiempo que durará, el tiempo que durará hasta que me apague por completo, y ese número era el 134. Cuando me lo diagnosticaron el número era 226, y han pasado bastantes días desde aquello, bastantes lágrimas desde aquel día en el que a mi madre le dijeron que padecía la enfermedad y que en 226 días debería estar enterrando a su hija, es duro, muy duro, pero es la realidad. Elliot aún no sabe nada, los psicólogos nos aconsejaron no decírselo hasta que quede poco para el 0.
Escribo una carta a Juilliard cada día, sí, escribo cartas a la enfermedad que acabará conmigo pero Juilliard es solamente un nombre, algo en lo que refugiarme, algo con lo que desahogarme, algo con lo que sentirme viva, y sí, es irónico que escriba cartas para sentirme viva a quién me matará pero en este instante no tengo a nadie más con quién hacerlo.
Debo volver a casa ya que de lo contrario se preocuparán, mamá desde aquel día siempre anda preocupada por dónde estoy, y sobretodo si estoy bien, las madres y sus preocupaciones.
El cielo naranja anunciaba el epílogo de ese día, un día menos para esa cifra, ese número al cual le tenía tanto miedo y a la vez tanta curiosidad, pero esta vida es así, breve y fugaz, aunque claro, me gustaría vivir más de 134 días, pero seguramente no viviría de la misma manera de la que vivo ahora, por un momento, debemos sentirnos muertos para saber vivir vivos.