Navidad.

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Era la primera navidad que iba a celebrar en casa de uno de mis mejores amigos, pues mis padres habían muerto años atrás en un accidente de coche y mi abuela era ya muy mayor para esas festividades.

Yo sólo tenía nueve años y aunque sabía que Santa Claus no existía los padres de mi amigo le seguían inculcando que era real, y pese a mis conocimientos a tal corta edad no quise amargarle la fiesta.

Cantamos varios villancicos, comimos comida muy variada y diferente a la que yo estaba acostumbrado a comer cuando lo celebraba con mis padres; algunas cosas olían extraño por las especias y otras simplemente pensé que era por la salsa en la que estaba acompañado.

A la hora de dormir los padres de mi amigo nos contaban historias navideñas muy diversas, aunque la mayoría eran dirigidas a los niños que habían sido buenos. Eso no quitaba que también añadieran algunas en las que dejaban claro que los niños malos no solamente no obtenían carbón sino que eran severamente castigados de diferentes formas.

Confieso que eso me inquietó un poco y a la vez me parecían historias muy extrañas para unos niños de nueve años, pero decidí apartar los pensamientos hacia aquellas historietas y nos fuimos directamente a la cama.

Alrededor de las dos de la mañana me levanté con ganas de ir al lavabo y cuando abrí la puerta de la habitación vi todas las luces apagadas, incluso la de la decoración. Eso me pareció muy extraño, así que intuí que esto se debía a que los padres de mi amigo querían ahorrar en su factura de la luz.

El baño se ubicaba en el piso de abajo, cruzando el pasillo que empezaba en la puerta de la entrada y seguidamente estaba el salón-comedor y la cocina; al final del recorrido se hallaba el cuarto de baño.

Mientras más me acercaba al salón, más percibía un olor de galletas recién horneadas, como si las acabaran de sacar y colocar en un plato. Pasé por la puerta del salón sin mirar y lo mismo hice con la cocina, así que me entré al baño y cerré la puerta con pestillo, intentando no hacer demasiado ruido.

Lo curioso de todo esto, fue que en el mismo momento que decidí sentarme en la taza un sensación de escalofrío se instaló en mí. Seguidamente escuché unos paso un tanto alejados de donde me situaba y finalmente escuché un golpe seco contra el suelo, como si hubieran dejado caer algo pesado.

Por un instante llegué a pensar que podría ser uno de los padres de mi amigo, así que intenté mentalizarme de ello y aunque me parecía una guarrada no tiré de la cadena por si me llamaban la atención al estar despierto esa noche.

Con cuidado y caminando de puntillas, intenté no hacer ningún ruido, pero cuando cuando estaba apunto de cruzar la puerta del salón mi cuerpo se estremeció de tal manera que no pude evitar voltear en dirección al salón.

Todo estaba oscuro, y apenas se apreciaba algo de iluminación desde la ventana. Pese a ello, pude vislumbrar como una sombra estaba frente al árbol de navidad, seguida del crujir de las galletas en la boca de aquel desconocido.

No hice ruido, pero sentía un miedo irracional que me gritaba que me marchara y volviera a la cama; no tardé más de cinco segundo en reaccionar y dirigirme a las escaleras. 

El pánico me invadió y automáticamente miré en dirección al salón; los ojos de aquella persona se cruzaron con los míos en la distancia y una descarga eléctrica pasó desde mis pies hasta mi nuca. 

No chillé. Salí corriendo hacia arriba para volver a instalarme en la habitación y así cubrirme con la manta. 

No recuerdo cuándo me dormí pero cuando abrí los ojos era ya de día y mi amigo estaba emocionado para abrir los regalos que había dejado Santa Claus bajo su árbol.

Cuando llegamos, la gran mayoría de regalos tenían el nombre de mi amigo y dos me pertenecían a mí. Los padres también se veían emocionados, pero escuché a su padre preguntarle a su esposa que era extraño que yo sólo tuviera dos regalos, cuando en realidad eran la mitad míos y la otra mitad para su hijo.

El primer regalo era un coche de juguete y cuando me fijé mejor parecía un tanto familiar. Tiempo después descubrí que era una maqueta exacta al coche de mis padres, aquel que quedó destrozado tras el accidente. 

Confieso que me puse muy triste aunque por aquel entonces no lo sabía del todo. Y ya abriendo el segundo regalo descubrí que era una caja de madera muy similar a la que tenía mi abuela en su habitación. En ella se encontraba una carta con un sello en forma de bola navideña.

La nota rezaba: "Lo lamento, no puede salvarles ni a ellos ni a tu abuela". 

Se me heló la sangre y sin decir ninguna palabra me marché con el pijama puesto y sin zapatillas en dirección a casa de mi abuela que se situaba a cinco manzanas de donde estaba.

Una patrulla de policía y un camión de bomberos se encontraban delante de la casa de mi abuela, acordonando la zona y los bomberos apagando las llamas.

Mi abuela había muerto calcinada mientras cocinaba un pollo que quería que comiéramos al día siguiente.

Desde entonces, todas las navidades (hasta la fecha) me he estado preguntado: ¿Esto fue mi culpa? 

¿Mini-historias? de terror/suspense.Where stories live. Discover now