Oscura Rendición (+18)

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Los ojos azulados de Castiel escanearon con gran avidez la espalda desnuda y enrojecida de su cautiva. Llevaba más de una hora azotándola intentando que la diablesa de piel pálida entrara en razón y regresase a la luz. Desde que Jezabel abandonó el reino de los cielos, su mundo ya no era el mismo. Aunque no quisiera reconocerlo, Castiel sabía que la causa del gran vacío que lo embargaba era debido a su pérdida.

Jamás le perdonaría que, años atrás, cayera junto con otros muchos Ángeles, siguiendo a ciegas a Lucifer, yendo directamente al infierno y alejándose de él. Nunca.

Y ahora tenía la oportunidad de persuadirla, de hacerle entender su gran error y que comprendiera que su lugar era estar junto a él, en el cielo. Con esa determinación, el general de los soldados de las Huestes Brillantes alzó una vez más el musculoso brazo que sujetaba un largo látigo de cuero y lo dejó caer sobre la piel blanquecina de la espalda femenina.

Ésta, en respuesta, dio un respingo tan visible que las cadenas se mecieron golpeándose unos eslabones con otros y creando con ello un tintineo peculiar. Aquél latigazo, como los anteriores, también hacían mella en el alma de Castiel, pues el implacable Arcángel estaba totalmente enamorado de la diablesa, pero no podía ni quería reconocerlo. El amor estaba prohibido para ellos.

Con resignación, el hombre volvió a castigarla con un nuevo latigazo que resonó entre aquellas cuatro paredes de piedra, llenando el silencio que los envolvían. Esta vez, Jezabel no pudo evitar derramar una lágrima cristalina, la cuál humedeció sus suaves mejillas de alabastro.

Aquello no hizo más que conseguir que Castiel se estremeciera y suspirara con pesar. Dejó caer el látigo a un costado suyo y se acercó con paso cansino al cuerpo encadenado de la mujer.

—Jezabel... —le susurró con la voz imperiosa y jadeante por el esfuerzo. Quería que la mujer reaccionara de una vez, que implorara perdón. Pero algo le decía que nunca lo conseguiría.

Sintió como la mujer se estremecía tras oírle pronunciar su nombre, pero no cedió como él ya había anticipado. Simplemente continuó sollozando en silencio.

Se volvió a alejar de ella lo suficiente para poder contemplarla en toda su totalidad. Allí la tenía, ante él completamente desnuda y atada de pies y manos. No podía negar que Jezabel era una mujer hermosa y que su cuerpo masculino reaccionaba con tan bella visión. Inevitablemente, Castiel no pudo evitar excitarse. Su enorme erección era fiel testigo de ello.

Con rabia por su debilidad, descargó su frustración con un nuevo latigazo despiadado que robó momentáneamente la respiración a la mujer. Ésta gritó por la sorpresa y se estremeció nuevamente, de manera más violenta. Sin dudas, este último golpe había sido más fuerte y le había causado más dolor.

Con la mandíbula fuertemente apretada y su cuerpo en completa tensión, el ángel se acercó nuevamente a ella y la rodeó para que quedaran de frente, cara a cara. Al encontrarse con que la mujer tenía el rostro agachado, alzó la mano que tenía libre y le sostuvo con firmeza la barbilla para que sus miradas pudieran encontrarse. El contacto con su piel le produjo inevitablemente una descarga eléctrica, como fuego líquido que le quemaba por dentro e iba directamente hasta de bajo de su vientre masculino, instalándose justamente en su dura erección.

Ignorando esa sensación tan desconcertante, el ángel se concentró de nuevo en su cautiva.

—Ríndete —le dijo con voz dominante y ella en respuesta, lo miró sorprendida, pero no dijo nada—. No tienes a dónde ir... —prosiguió, sin dejar de mirarla fijamente. Pero la diablesa continuó guardando silencio, únicamente emitió un débil gemido—. Por favor, vuelve con nosotros. Regresa a la luz y abandona la oscuridad que abrazaste siguiendo las mentiras de El Maligno...

Amor y DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora