prólogo.

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El camino estaba lleno de barro que salpicaba sin piedad, manchando sus camisones blancos. El paisaje oscuro les hacía relucir con las ropas, las cuales parecían hasta fantasmales. Sus pies descalzos pisaban el suelo sin detenerse, sin darse la vuelta ni una sola vez. ¡Corre!

De repente, un trueno resonó. Se miraron. ¡No te detengas! La voz gritaba sin cesar. No podían. Ellos no se podían permitir debilidades, no ahora que estaban al límite. Siguieron corriendo agotados y mareados, pero sabían que la pausa sería mucho peor que el cansancio. Peor incluso que la misma muerte, la cual los saludaba al final del camino. No la veían, pero ella parecía curiosa. Ya hacía tiempo que tenía los ojos fijos en uno de ellos, y hacía poco que había tomado la mano de uno. Por lo tanto, mientras los condenados corrían hasta dejarse el alma, la muerte sonreía al extremo del sendero, como cuando lees un libro por segunda vez y ya sabes como terminará. Ella sabía como terminaría todo aquello; y no se iría de allí sola.

Otro trueno se alzó entre las malezas. Algunos de ellos se asustaron, pero ninguno dio vuelta atrás. La muerte debía decirlo: aquella persona estaba luchando de valiente. Se aferraba a la vida como hacía tiempo que no había visto, y parecía estar al borde de desmayarse: aún así, no se dejaba vencer por los límites de su cuerpo. Oh, y aquel era un cuerpo frágil. Poco le quedaba de vida. Eso lo sabía la muerte, y la persona también. 

Durante un segundo, a la muerte le pareció que la estaba mirando directamente. Tal vez fuera el milagro de los últimos minutos. El tiempo corría, y estaba atrapando a su presa.

¡Debes correr más! ¡Nos atraparán! Dos de ellos entrecruzaron miradas. Fue leve y casi nadie que los estaban mirando lo notó, pero la sensación de amargura y resentimiento quedó suspendida en forma de gota de agua.

Uno de ellos se desplomó.

¡No! Gritó alguien, y casi se detuvo. Sin embargo, uno de sus compañeros lo agarró del brazo y prácticamente lo arrastró camino arriba. Ahora, el sendero era más abrupto y se hirieron los pies, dejando rastros de sangre que nunca se terminarían de borrar, sin importar los años que pasaran, sin importar el clima que hubiera. Hay huellas que permanecen en este mundo sin explicación lógica, y esas manchas de sangre fueron una de ellas.

Al final del camino, la muerte aún aguardaba.

Debo llevarme este chico... 

Orden y obedienciaWhere stories live. Discover now