dos.

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- Por favor, Olivia. Escúchame bien. Lo que debo decirte es de suma importancia, y probablemente podría cambiar tu futuro. Tu vida depende de ello.

Yo no estaba paralizada ni ninguna mierda de estas. Yo estaba rabiosa, llena de furia, incapaz de entender por que no estábamos en camino el Bloque Local, donde se hacía la prueba. Sin embargo, mi sangre caliente se equilibraba con mi voluntad de llegar a un acuerdo, así que apagué ese fuego que me quemaba por dentro y decidí escucharla. Mi madre, temblando, asintió.

- Es imprescindible que hoy, durante la prueba, salga como resultado sumisa. Olivia, deberías esforzarte para adoptar un semblante dócil...

- ¿Como el tuyo? - escupí. Ella no se ofendió, sino que bajó aún más la cabeza. La rabia volvió a brotar en mi interior. Su actitud realmente me ponía de los nervios.

- Sí, como el mío. Debes convertirte en Servidora, y si no lo haces...

No pudo terminar. Simplemente se puso a llorar. 

A ver, no me malinterpretéis. Yo no era precisamente cruel. Quizá era demasiado dura con mi madre, pero era lo normal: éramos polos opuestos según el sistema, y no había forma que pudiéramos encajar la una con la otra, como si de piezas de juegos de puzzle diferentes se tratara.

Sin embargo, al ser tan pasional, no podía ver a mi madre llorar sin sentir una pizca de tristeza. La rodeé con los brazos y dejé que apoyara su pequeña y rubia cabeza sobre mi hombro. Decidió que era un buen momento para volver a hablar.

- Por favor, Olivia, hazlo.

¿A qué viene eso, mamá?

- ¿Por qué? - susurré, acariciando su brillante cabello, enredado entre mis dedos llenos de callos. No podía comprenderlo. Intenté apartarla de mí para que me mirara a los ojos, pero no lo quiso.

- Olivia, están a punto de pasar cosas muy malas.

- ¿Qué quieres decir con malas?

¿Cómo es que sabes esto, mamá?

Ella seguía sin mirarme a los ojos, y jugaba con la cinta atada a su muñeca que la calificaba de Servidora.

- Las cosas se pondrán muy feas. Solo confía en mí, y convence a los jurados que eres una chica sumisa, a punto de ser Servidora.

No estallé. Opté por aprender a convencer.

- ¿Y cómo lo puedo pretender? ¿Cómo demuestro que soy de actitud sumisa? 

Mi madre dejó un suspiro, y se sentó. La luz se empezaba a filtrar por la ventana, y la vela ya hacía rato que se había apagado. Se pasó una mano por el pelo joven, y la dejó caer sobre su rodilla, con la mirada siempre fija en el suelo.

- Nunca mires a los ojos. Los Servidores no ordenamos, ni estallamos de furia - eso lo dijo por mí, y lo sabía. Prosiguió - sino que somos como la sombra del Negociador. Obedecemos y somos silenciosos. Nos mostramos agradecidos con todos, y no intentamos destacar en nada. En nada, Olivia, ¿me oyes? Debes mostrarte pasiva, tímida, sonrójate, sé torpe. Todos los Servidores hemos estado torpes en un principio. Un poco nerviosos, y abrumados ante atención por parte de mucha gente. Por favor, Olivia, muéstrate así. Sé que puedes hacerlo; se te da bien engañar a la gente.

No dije nada. Me quedé pensando en el asunto: mi madre, quien no hablaba jamás de los jamases, quien no me negaba nada... Debía ser muy serio.

Y claro, que la creí. La creí en el primer instante. Mi madre nunca mentiría; no estaba en su alma de sumisa, su corazón no se lo permitiría.

Yo no era un poni bonito. Yo era un caballo fiero e indomable. Era salvaje y me encantaba tomar riesgos. Me emborrachaba de pasiones y dios ayude a quien se pusiera en mi camino. Adoraba el debate, el convencer, el persuadir. Oh, cómo amaba la seducción que ondeaba como la caricia de un amante durante un diálogo. 

Quizá la faena de un Negociador y la mía no serían tan diferentes: ellos usarían métodos de engaño para la guerra, y yo los usaría para mi supervivencia.

- Lo haré. 

Orden y obedienciaWhere stories live. Discover now