uno.

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- No estoy hermosa - me quejé.

Sin duda no lo estaba. Mi madre me había vestido con un simple atuendo gris y me había recogido el pelo en la nuca. Una cola baja era el peinado favorito de mi madre, por lo que parecía.

Me pasé las manos por el tejido áspero de la falda larga, y gruñí cuando encontré una pequeña mancha de suciedad. Se lo enseñé a mi madre, quien solamente resopló y rasgó la prenda con una uña hasta que la mugre se desprendió sin dejar ningún tipo de rastro.

- Listo - indicó, dejando entrever una pequeña sonrisa que desapareció en cuestión de segundos.

Al menos lo intentaba. Mi madre, criada en los establos de un palacio, nunca había tenido muchas oportunidades en su vida. Tampoco es que pudiera: el sistema no funcionaba así.

- Te volveré a hacer la cola, está despeinada. Sujétame la vela, por favor.

La historia empieza hace muchos años, y cuando digo muchos no me refiero según mi experiencia, sino realmente muchos, tantos, que no hay documentos con un sistema diferente al nuestro. Nuestro país era un lugar que tenía zonas fértiles al este y zonas áridas al oeste. Es decir, estábamos bendecidos por las dos partes. Sin embargo, esta suerte nunca estuvo bien repartida; el país que rozaba nuestros fronteras del este era abundante en campos y con un clima espectacular, mientras que el país del oeste era frío y seco. Nada crecía en aquellas tierras.

Lo que sucedió fue la guerra. Inexplicablemente, Oeste le declaró la guerra a Este. Y nosotros, Centro, decidimos no tomar parte. Aun así, amenazados por los dos bandos, propusimos una idea con agudeza: cambiaríamos el sistema y removeríamos las clases sociales para encontrar un modo de dar fin a esta guerra.

Nos convertimos en el país que todo el mundo temía. Fuimos divididos en tres clases, regidas por orden jerárquico: los Negociadores, los Servidores y los Niños.

Cada uno tenía una función imprescindible en el sistema, y su categoría era elegida en el decimoctavo cumpleaños, el día en que pasaba de ser un Niño a ostentar la posición de Negociador o Servidor, mediante una prueba desconocida por quien aún era Niño.

Era un misterio total, para los menores. Y mi fecha ya había llegado.

Mi madre volvió a hacerme la cola con total parsimonia. Sus dedos, tan frágiles que parecían estar a punto de romperse, recogían hebras de mi pelo con suavidad, como si fuera a enfadarme al notar su silenciosa caricia. Ya no sonreía.

A decir verdad, nunca lo hacía. Pero es que ella era de este modo; así se lo adjudicaba la sociedad. Ella era lo que habíamos denominado Servidora.

Para diferenciar al Negociador del Servidor, se necesitaba una prueba en la que podían salir solamente dos resultados: dominante para el próximo Negociador, y sumiso para el futuro Servidor. A mi madre se le cayó la pinza, y yo volví a soltar un gruñido.

- No me toques - le aparté la mano, y ella solo bajó la cabeza - Ya me lo hago yo.

Terminé rápidamente de hacerme la cola, y dejé a mi madre sola en el baño. Se oían murmullos de otros Servidores vistiendo a sus hijos para la prueba que tendría lugar ese mismo día, y ese cuchicheo, ese rumor, me incomodaba inmensamente. Todos ya sabíamos qué nos tocaría.

Yo sería Negociadora, todo el mundo me lo decía. Los Negociadores tenía la función, evidentemente, de negociar. Eran quienes llevaban a cabo los intercambios de mensajes entre el Este y el Oeste, y el que intentaba hacer tratos entre unos y otros. En resumen: se estaban llevando la buena parte de la guerra.

Por otro lado, los Servidores eran sus criados. Residían en sus casas, y tenían el deber de obedecerlos sin adentrarse en sus vidas, a menos que fuera de manera superficial. En fin, servir, callar, asentir. Vaya aburrimiento.

Después de envolverme el cuerpo con un manto, llamé a mi madre para avisarle que ya estaba preparada. Bueno, quizá también añadí que hacía un frío horrible y que era por ese motivo que me ponía ese manto tan feo. Tampoco sonrió.

Extrañamente, se me acercó con el rostro serio, más que de costumbre. No me asusté, para nada, sino que hinché mi pecho y alcé la barbilla: probablemente era la chica más orgullosa del barrio. Aún así... ¿Qué le pasaba a mi madre?

Cerró la puerta que yo ya había abierto gracias a mi horrible impaciencia, y dirigió su mirada a la mía.

- Tenemos que hablar.

- ¡Llegaremos tarde!

- No, Olivia. Te pido que me escuches. No debes ser Negociadora.

No debes ser Negociadora.

Orden y obedienciaWhere stories live. Discover now