tres.

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Durante mi aún corta vida, siempre había soñado lo mismo cada noche. Era un sueño repetitivo, sin simbología alguna. Tampoco es que creyera en esas fantasías, pero mi madre insistió en ir a ver a un hombre quien decía predecir el futuro gracias a los sueños. Su vocecita asustada me dio a entender que sólo lo sugería porque estaba preocupada por mí. No es que yo lo odiara, ese apego emocional. Me gustaba, incluso. El problema se encontraba en aquel semblante frágil, aquellas manos llenas de temor: era sumisa de pies a cabeza. 

Nunca pensé que llegaría el día en que le agradecería su posición.

Volviendo al sueño, el hombre no supo interpretar nada. A decir la verdad, podría habernos mentido, a ella y a mí. Él podría haber dicho que se trataba de un sueño con un desenlace feliz, o inclusive terrible, y nosotras nos lo habríamos tragado sin dudar. Sin embargo, permaneció en silencio y un tiempo después, nos dijo que abandonáramos la sala. Es un sueño vacío, dijo. Las dos supusimos que él quiso decir que no albergaba significado, y mi madre al fin se quedó tranquila. Nunca volvimos a hablar del tema, aunque mi sueño siguió regresando a mí cada noche.

Delante del Bloque Local, pensé en mi sueño - porque de algún modo, se había vuelto mío -, en aquella incertidumbre y aquella sensación de ausencia que me producía. Con la mirada fija en el edificio, sentí algo parecido. No obstante, no podía permitir ese titubeo; tenía una misión, y quedarme inmóvil no formaba parte del plan.

Sacudí mi cabeza, y me puse en marcha, con la mano sobre la de mi madre. Había sido idea mía: los sumisos odiaban la soledad, y aunque su actitud habitual se basaba en tratar de no mostrar sentimientos al exterior, ellos necesitaban, al final del día, algo de contacto físico. 

No debes ser Negociadora. Podía hacerlo.

Podríais llamarme sádica. No os lo negaría: encontraba el placer en lo subversivo, en lo agitador. Era, de hecho, adicta a los cambios, ya que des de una temprana edad mis pies nunca habían permanecido quietos, como tampoco mi mente. Me gustaba darle vueltas a todo, usar mis propios métodos para cambiar el rumbo de una conversación, hacer de un diálogo un juego, y de las réplicas, dulce veneno. Por este motivo, pasar como sumisa era tan sólo un reto para mí, un incentivo. Me apetecía.

Por lo tanto, no hallé dificultades en ofrecer una pequeña sonrisa a mi madre en cuanto entramos por la puerta del Bloque. Eran detalles insignificantes que hacían de mi falsa actitud, un modo de ser ordinario. 

Sumiso.

Los Protectores nos dejaron pasar cuando enseñamos nuestras identificaciones, y uno de ellos arrugó la nariz al ver nuestras manos enlazadas. Probablemente estaba pensado algo como estúpidos Servidores, hasta en la Distribución no pueden ir solos. Pero esto también era parte de la misión: ir sin compañía era típico de dominantes, del tipo de la raza que era fuerte. Mi madre me estrechó la mano, y yo reprimí el impulso de apartarla de mí.

- ¡Buenos días, querido pueblo central! Acercaos, dad la bienvenida a vuestros futuros compañeros. - se oyó por la sala, llena de Niños con sus padres o sin ellos. Mamá y yo nos pusimos a la cola, próximas a los altavoces que resonaban por toda la planta  - La Distribución ha empezado hace cinco minutos, y terminará al final del día. Por lo que llevamos, se ha anunciado la incorporación de seis sumisos y una negociadora. Estad atentos: vuestro país depende de ello. Seguiremos informando.

Quise abrir la boca, seguramente para decir alguna tontería pero algo, o alguien, se me adelantó.

- Nuria, ¡qué alegría verte!

Una mujer se acercó a nosotras, saludando con la única mano que tenía; la otra la había perdido en su taller. Mi madre asintió y dejó ver un atisbo de una pequeña sonrisa, que se desvaneció al momento. 

- Marta - dijo solamente. Ella no era exactamente una mujer habladora, sino que se caracterizaba por tener poco a decir. No obstante, no todos los Servidores tenían ese perfil tan clásico como el de mi madre. Marta, como se podía deducir, estaba dotada de cierta vitalidad, factor que la ayudaba en su pequeño negocio. Ella no era Negociadora, pero eso no quería decir que fuera sirvienta en una casa dominante. El orden jerárquico no era tan simple.

Un sumiso era sirviente a la clase dominante, pero también podía ser sirviente al pueblo, a la comunidad. Era un pequeño subgénero del Servidor, llamados Productores. Servían de otra manera: hacían crecer frutos a la tierra y los vendían al mercado, enseñaban en colegios, se encargaban de la industria... Marta era modista, y confeccionaba ropa para su propia línea, de la cual estaba profundamente orgullosa.

A pesar de su energía, no era una persona con aptitudes para la oratoria o la retórica. En consecuencia, fue inmediatamente descartada para la posición negociadora. 

Dirigió su mirada a la mía, balanceando su brazo incompleto, como si aún notara la presencia de su mano. Un pequeño fallo con la rudimentaria máquina de coser echó a perder su mano derecha. Afortunadamente, era zurda.

- ¡Qúe alta! Hasta te pareces a tu padre - me lanzó un guiño travieso. Volví a reprimir un impulso, esta vez el de alzar una ceja. A Marta la situación la parecía de lo más gracioso. 

Mi padre era muy bajo.

- ¡Es broma! Está preciosa, Nuria. Tal vez podría tomar medidas la próxima vez que te pases por mi taller. Acaba de empezar la nueva temporada y estoy deseando sacar a la luz mis diseños más  coloridos: el amarillo, por suerte, ha desaparecido. Sin embargo, el color de la pasión vuelve... No sé si me entiendes.

Otra vez el maldito guiño.

Te lo voy a meter por el culo.

Al ver que mi madre no tenía pensado responder, mencioné el color rojo y Marta pareció que había decidido que su faena ya estaba hecha ahí. 

- Bueno, debo irme, si no os importa. Mis mellizos van a enfadarse conmigo si los dejo un minuto más solos, ya sabes como son. Qué ganas tengo de que se acaba todo esto; el protocolo de la Distribución es cada año más estricta. En fin, ¡mucha suerte!

Cuando dio media vuelta y se perdió entre la multitud, creí ver por el rabillo del ojo a mi madre suspirando. Verla de esa manera me hizo proclamar una sonrisa cargada de malicia, que en cuestión de segundos tuve que borrar. Sumisa.

Al cabo de un rato, los altavoces ya habían recitado alrededor de cien nombres. Mi división, que era la cuarta, contaba con más de cincuenta mil habitantes. No era una de las divisiones más pobladas, pero tampoco se trataba de un pueblucho de mala muerte. Eso ni me reconfortaba ni me asustaba, simplemente me daba igual. 

- Olivia, hija de Roldán y Nuria. Cuarta División. 

Mi madre me apretó por última vez la mano antes de soltarla. Me levanté lentamente, adoptando una postura asustada y encorvando mi espalda, y la miré. Ni aun así tuvo el coraje de levantar la mirada. 

Actuando en contra de mis principios, bajé el mentón y me encaminé a la entrada de una nueva sala con una sonrisa que mostraba nervios. Seguido de un pequeño grito, tropecé con mi propio pie, y el Protector que aguardaba a mi lado bufó. 

Esto va a ser divertido.

Y entonces el lobo se vistió de conejo.




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⏰ Last updated: Mar 21, 2019 ⏰

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Orden y obedienciaWhere stories live. Discover now