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1918

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1918. Seúl, Corea del Sur.

El viento gélido de invierno golpeaba fuertemente el rostro de la mujer. Caminaba con paso seguro y una mueca en el rostro, llevaba una niña de dos años colgada en el brazo izquierdo mientras que arrastraba con esfuerzo las maletas con el brazo derecho. Las personas que caminaban junto a ella la observaban con recelo. Sabía que su apariencia no era la mejor, no lucia como una mujer de la alta alcurnia, pues no lo era. Pero se había vestido lo más decente posible y con sus mejores ropas. Quizás fuese verdad lo que la gente decía, puta un día, puta siempre. Se había maquillado lo más sutil posible, pero era cierto que tenía ojeras debido a su trabajo nocturno y el rostro ligeramente demacrado por su ya nombrado estilo de vida.

Se vio perdida entre la masa de personas y por un momento pensó en preguntar y pedir direcciones. Sin embargo, se quitó esa idea de la cabeza, no sería bien visto que una mujer sola y con una niña pidiera indicaciones para dirigirse al exótico burdel de madame Manoban.

Suspiró amargamente y colocó a su hija sobre el suelo, estaba cansada y había caminado con ella en brazos desde la estación de tren. La niña se quejó ligeramente pero no hizo gran escándalo, se acomodó el chupete en su boca y se retiró el flequillo de la cara, acomodándose el horrible sombrero que su madre le había colocado, la tomó de la mano e hizo su mayor esfuerzo para seguirle el paso.

Luego de un buen rato caminando, finalmente encontró la casa de paredes blancas y ventanas azules.

Se acomodó el cabello, escondió a la niña detrás de ella y procedió a tocar la puerta.

Una mujer de mediana edad, con sobrepeso, manos callosas y una verruga en su mejilla izquierda la recibió:

-Usted es la chica nueva- asumió al verla.-La madame está fumando en el balcón-, la mujer sacudía un paño de cocina sobre su regazo y hablaba de manera apresurada-. No se quede ahí parada, ¡pase, pase!- le indicó con voz de molestia mientras caminaba de un lado a otro con angustia.

-Susan, la olla de Kimchi que dejaste en la cocina está hirviendo... -. Se escuchó una voz femenina a lo lejos, dentro de una habitación.

-¡Ni se te ocurra acercarte a mi cocina mujerzuela!- Gritó la vieja desesperada.

Ante la situación, la mujer dio un par de pasos para entrar en la casa. El salón se veía decorado con mueblería de madera oscura y sofás de cuero brillante. Un enorme candelabro colgaba del techo al igual que adornos con velas en los muebles y un piano en una esquina, había copas finas de vidrio y botellas de alcohol perfectamente acomodadas. Se veía suntuoso y agradable, seguro allí recibían a los hombres de alta clase que salían a tertulias nocturnas que terminaban en jugueteos apasionados con damas de compañía.

-Así que tú eres Hattie-. Escuchó una voz ronca y dura junto a unos pasos fuertes provenientes de la escalera.

Volteó con rapidez para encontrarse con una mujer mayor, de rostro demacrado y mal arreglada, tenía el cabello canoso, extremadamente fino y débil, además de enmarañado. Bajaba la escalera apoyándose de la barandilla y un bastón de madera pulida.

-Pasa a la cocina, hablaremos más cómodas allí- indico una vez se encontró al pie de la escalera. -¡Susan! ¡Susan! ¡Susan maldita sea!- exclamó al no obtener respuesta en sus intentos.

-Dígame- la señora de un principio volvió a aparecer igual de agitada pero con el rosto pálido de miedo-: ¿Qué, qué necesita madame?- Preguntó con un hilo de voz.

-Sírveme un Whisky y dame una pastilla para el dolor de cabeza- exigió mientras se rascaba el entrecejo. -¡Y la caja de cigarrillos!

...

-Comprendo, con las amenazas de guerra por parte del norte, la vida de las prostitutas se ha hecho más complicada. Sin contar que las geishas japonesas constituyen una gran competencia- bufó. -Se creen la gran cosa por ser tradición en su país y no sé qué más-. Se quejó mientras daba un sorbo de whisky y una calada a su cigarrillo.

-Entonces,¿me permite trabajar para usted?-Preguntó Hattie esperanzada.

La madame frunció el ceño mientras la analizaba:

-Primero acompáñame, necesito comprobar que cumplas con la exigencia de mis clientes-. Le extendió la mano y le indicó acompañarla por las escaleras hasta una de las habitaciones de trabajo.

La mujer más joven tragó saliva con nerviosismo, estaba ofreciendo sus servicios como prostituta, debería estar acostumbrada a cualquier situación, pero aun así le causaba nervios la idea de que la mujer quisiera comprobar sus aptitudes para el oficio.

-Quítate la ropa Hattie- ordenó con voz ronca mientras le indicaba colocarse frente al espejo.

La mujer hizo lo que le pidió con la cabeza gacha. La madame avanzó hacia ella para mirarla de cerca y analizarlajuiciosamente.

-¿Cuántos años tienes niña?- Preguntó con una ceja alzada.

-Diecisiete- respondió ella, a lo que madame Manoban asintió. Ya había notado lo joven que se veía su rostro.

La observó de arriba hacia abajo. El cabello de Hattie era rizado y rojizo, sus ojos eran color miel, su nariz era pequeña y sus labios gruesos y carnosos. Su piel era sumamente pálida y parecía de porcelana, era de estatura alta y tenía piernas y abdomen firme. Sus hombros eran delgados y sus manos delicadas. El único problema que veía madame en la chica eran sus caderas, puesto que éstas eran más gruesas de lo esperado para su talla, y sus pechos con aureola gruesas y oscurecidas a los bordes, además de pezones ligeramente caídos.

La chica notó aquella mirada fija en lo que ella misma sabía que eran sus defectos más notables.

-Mi cuerpo cambió mucho debido al embarazo- confesó con cierta vergüenza.

Fue entonces cuando la madame reparó en la presencia de la pequeña de dos años de Hattie. Frunció el ceño, si aceptaba a la pelirroja en el burdel, debía aceptarla con la niña.

Se aproximó a la chiquilla, que se aferraba al marco de la puerta con timidez. La tomó en brazos y la colocó de pie en la cama. Le sonrió al ver lo bonita que era, sonrisa que la pequeña correspondió. Tomó su carita yla alzó para verla detalladamente, tenía los ojos dorados de Hattie y sus labios se veían aún más carnosos que los de ella a pesar de tener el chupete en la boca. Su nariz era más ancha, incluso un poco tosca, pero nada que no pudiera arreglar en el futuro con maquillaje. Su piel era igual de pálida pero mucho más suave y delicada debido a la ternura típica de su edad. En general era bastante parecida a su madre, solo a excepción de su pelo, que era igual de rizado, pero de un tono castaño-rubio en vez de pelirrojo.

-¿Cómo se llama?- Preguntó con dulzura fingida.

-Se llama Lalice- Hattie se apresuró a vestirse para después acercarse a su hija y acomodarla entre sus brazos.

Madame Manoban observó a madre e hija, Hattie le daría la misma ganancia que cualquier otra prostituta de la misma edad o más joven, pero sabía muy bien que la pequeña Lalice era un negocio que no podía dejar pasar.

-Ya eres parte de mi burdel- sonrió. -Ven, te indico cuál es tu habitación, Lalice dormirá con los hijos de mis otras chicas en el ático. 

A Million Men || TaeLiceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora