Susceptibilidades y goteras

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Capítulo 2: Susceptibilidades y goteras.

Para sorpresa de Draco, las pizzas no estuvieron tan mal. Sin embargo, estaba firmemente convencido de que solo le habían gustado porque las había hecho él mismo. Había rehusado probar las de Potter, y tampoco estaba dispuesto a volver a comerlas más adelante si no eran elaboración propia.

—Gracias por la comida chicos, estaban deliciosas —dijo Hermione cuando solo quedaban migas y algunos bordes en los platos.

Pansy bostezó y ambas se levantaron de la mesa a la vez, dirigiéndose al otro lado de la sala y tumbándose cada una en un sofá. Para cuando Draco y Harry terminaron de llevar las cosas al fregadero, sus esposas ya se habían quedado dormidas dándose la mano la una a la otra. Él y Potter se quedaron viéndolas en completo silencio, incómodos, sin saber muy bien qué hacer. ¡Estaban en medio del bosque! ¡Y sin varitas! Tampoco había ninguna televisión muggle ni nada con lo que entretenerse. Literalmente iban a morirse de aburrimiento aquella tarde.

—Voy a dar una vuelta —dijo Draco en voz baja para evitar despertarlas, aunque más bien sonó como un refunfuño al no encontrar alternativa mejor.

—Bien, a ver si hay suerte y te pierdes.

—Ni se te ocurra seguirme —le advirtió el rubio.

Harry sonrió con suficiencia.

—No me hace falta, tengo toda esa enorme habitación para mí solo. Me pondré en la terraza a leer un libro.

—Bien, a ver si hay suerte y se te cae una teja en la cabeza.

Ambos se hicieron gestos no muy amables y se dieron la espalda para ir en direcciones opuestas. Draco salió al porche y bajó las escaleras con desgana. No es que le entusiasmara la idea de pasear por el campo justo después de comer, pero si no hacía algo para despejar la mente terminaría volviéndose loco antes de tiempo.

Sin ánimo de darle el gusto a Potter de perderse en aquel lugar, decidió seguir un pequeño camino de tierra que lo llevaba entre los árboles. Siempre podía dar media vuelta y volver por donde había venido cuando se cansara de caminar, ¿no? Al menos de esa manera estaba alejado de él y su insoportable presencia... porque podían haberse ayudado en alguna que otra ocasión con sus respectivas mujeres, pero de ahí a olvidar su eterna rivalidad había un trecho, y para disgusto de sus esposas, ese trecho era enorme. Incluso se atrevía a decir que se hacía más grande con el tiempo.

Draco se ensimismó tanto en sus pensamientos que volvió a la realidad abruptamente cuando el camino terminó frente a otra cabaña. No sabía cuánto tiempo había caminado, pero supuso que debía haber llegado a la hora. Se quedó ahí de pie, con el ceño ligeramente fruncido al no esperar encontrar otra casa perdida en kilómetros a la redonda. Aquella era considerablemente más pequeña y su fachada algo menos acogedora. En comparación, esa otra cabaña sí que parecía realmente abandonada... por eso Draco no pudo evitar sorprenderse al encontrar a una anciana sentada en el porche. Cuando esta reparó en él, se levantó de su mecedora, cogió el rifle que descansaba apoyado en la pared y lo apuntó con una firmeza impensable para alguien de su edad. Draco alzó los brazos a modo de rendición, una mezcla de sorpresa y nerviosismo empezando a recorrer su cuerpo desde el interior.

—¿Quién eres? —gritó la mujer—. ¿Qué estás haciendo aquí?

El hombre sacudió un poco la cabeza para intentar librarse del estupor. Sentía su boca seca de repente.

—Solo soy... solo soy alguien que ha venido a pasar el fin de semana en la cabaña que hay más allá —dijo, su voz algo más temblorosa de lo que le hubiera gustado.

El último tratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora