No volverás a ver la mirada triste

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La luz del sol apenas podía atravesar las nubes grises. Jimmy se incorporó despacio, se estiró tranquilo. Ya había decidido que Robert tomaría la decisión por él. Puso sus pies descalzos contra el suelo, caminó arrastrando los pies hasta que pateó un par de tacones... tacones de mujer. Era los tacones que usó la noche anterior. Se inclinó para tomarlos y observarlos con detalle "¿Por qué no son mis escarpines de nuevo? ¿Por qué siguen siendo zapatillas de mujer?", se preguntó curioso.

Entonces pensó que podría deberse a que no los llevaba puestos cuando amaneció, eso podría explicar porqué al cambiar de cuerpo lo hace su ropa también cuando naturalmente no existe indumentaria para cada sexo, el hechizo debía adaptar la vestimenta a lo que la sociedad demandaba.

Tres golpes en su puerta destruyeron sus pensamientos. Se puso de pie y abrió encontrándose con el rostro juvenil de una de de las criadas.

—¿Qué pasa?— inquirió.

—Señorito, llegó una carta de su madre— dijo la chica entregando el sobre.

—Gracias— la tomó— Dile a la cocinera que iré a desayunar— pidió.

—Sí, señorito— aseguró la chica bajado la cabeza y Jimmy cerró la puerta.

El Conde caminó hasta su pequeño escritorio donde dejó la carta. Se quitó el traje y se puso una bata larga hasta los tobillos. Después se sentó frente a la carta, despegó el sello de cera de su madre y extendió la carta que era el sobre a la vez. Sus acciones fueron frenadas por el sonido de su puerta al abrirse.

—Hola— sonrió el rubio. Jimmy lo observó, estaba a punto de hablar— Vaya, traes ropa puesta— comentó sonriente.

—Más o menos— señaló Jimmy.

—Uno de tus lacayos me dijo que desayunarías, te esperé un momento, pero no apareciste— contó Robert.

—Oh, ya voy. ¿Desayunas?— preguntó levantándose y dejando la carta sobre el escritorio.

—Claro.

En cuanto ambos salieron con rumbo al comedor, dos muchachas entraron para ordenar la alcoba del Conde. Una de ellas observó la carta abierta en el escritorio y la tomó entre sus manos.

—¿Qué haces?— murmuró la otra.

—Sólo quiero saber cómo está la señora— comentó leyendo la carta.

—Deja eso— ordenó la chica con algo de miedo.

—Ya lo dejé— soltó la carta en el mismo lugar.

—¿Qué dice?— cuestionó curiosa.

—La señora vuelve el miércoles, antes de lo previsto— comentó con una sonrisa.

—Eso es en dos días— comentó la otra.

El Conde ordenó a sus criados que los dejaran a solas en el comedor. Se sentaron uno al lado del otro. La idea de que Robert tomara la decisión por él estaba incrustada en su mente como la única solución posible, así que decidió averiguar lo que Sir Robert sentía realmente por su alter ego femenino.

—¿Cómo van tú y Jane?— preguntó tratando de sonar casual mientras terminaba el trago que le dio a su copa.

—Creí que te contaba todo— sonrió Robert.

—Estoy seguro de que ambos tienen versiones distintas— replicó inteligentemente.

—Pues... muy bien, supongo. Dijo que tuvo su cita favorita anoche. Creo que estamos progresando— contó analizando la situación, pues no lo había pensado demasiado.

Jimbert - Lady blueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora