Introducción.

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Aquel día la tensión podía palparse en el aire, faltando poco para las tres de la tarde, Antonio se encontraba ya en la sala de reuniones del edificio donde trabajaba. Él, como era costumbre y su obligación, estaba minutos antes de la hora de reunión, debía controlar la cantidad de asientos, el orden en el que los invitados serían ubicados y, lo más importante, debía controlar que la sala no tuviera ningún artefacto que pudiera afectar, molestar o lastimar a sus invitados.

Antonio tomó su lugar, preparó su portátil y respiró profundo, justo a tiempo, la primera invitada hacía acto de presencia, con esa mirada salvaje que la caracterizaba, Cailee Stuart, entraba a la sala, con paso firme.

–Me alegra verte, Antonio. – Es lo que dice Cailee al ver a Antonio en el lugar de siempre, y aunque las palabras no son ofensivas, el tono en el que lo dice es sarcástico, dándole a entender que definitivamente, su presencia, nuevamente no era de su agrado.

–Digo lo mismo, señorita Cailee, es bueno verte de nuevo. – Antonio sonríe, feliz de saber que, a pesar de todo, Cailee se ha mantenido firme con todas las reuniones sin tener ninguna falta de asistencia.

Cailee ignora a Antonio y sus palabras, no le agrada ese tipo, no es normal que alguien esté feliz de estar en esas reuniones; ella cree que él está mal de la cabeza.

Y así como entró Cailee, llegan más personas a la sala, cada una de ellas siendo totalmente distinta, cada persona vistiendo exactamente igual, pero, luciendo aquel tétrico traje de una manera única. Cada invitado tomó su lugar, sentándose en la silla que tuviera su nombre, cuando todos estuvieron presentes y estuvieron en sus lugares, Antonio se puso de pie, y se acercó a Benjamín, quien estaba sentado a la par suya, con una pequeña seña le ordenó a Benjamín que pusiera sus manos donde siempre, así lo hizo el hombre y Antonio procedió a sujetar las muñecas y antebrazos a la silla, hizo lo mismo con las piernas, al terminar con Benjamín, hizo lo mismo con los demás invitados. Al comprobar que nadie podría levantarse de su asiento, él fue a su lugar, se quedó de pie en frente de su silla y respiró profundo...

Y sonó aquel gran reloj, indicando que eran las tres de la tarde, era el momento de entrar a la psiquis de todos esos seres, seres despiadados; los elegidos del señor y amo de Antonio.

Verdugo MentalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora