Café para dos

Nueva ciudad, nueva vida

Era una preciosa tarde de invierno, estaba sentado en la azotea, desde donde se podía apreciar el atardecer en su completa hermosura, el cielo tomaba sus habituales tonos rojizos fusionados con amarillos creando un vistoso paisaje que no me cansaba de contemplar día tras día, podría acabarse el mundo y yo seguiría estando en esta posición. Cada vez que me quedaba viendo el atardecer sentía como si no estuviera, como si nada importada, como si todo fuera un sueño eterno del cual no quería escapar, sentía una paz interna que me llenaba y que era lo único que necesitaba para vivir. Pocos espectáculos hay en este mundo donde la realidad supera la ficción, y este no era la excepción. Mi amor por este paisaje comenzó hace un par de años, cuando me mude a esta casa con mi padre, después de su divorcio, en el cual había ganado mi tenencia completa, era un lugar totalmente nuevo para mí y no conocía a nadie, estaba en el último año de secundaria, después de eso tocaría entrar en el mundo adulto, por lo que puse la mejor gana para terminar esta etapa en mi vida. Pero uno no puede esconder lo que es, por lo que mis maravillosas ganas no duraron mucho, no me malinterpreten normalmente soy un chico con buen humor y sociable pero no me atraía la idea de dejar casi toda mi vida atrás por una pelea de mis padres.

El primer día de clases me atemorizaba, no conocería a nadie y no era normal que en el último año hubiera un integrante nuevo, ya todo estaría organizado como el buzo del curso, el viaje de egresados, la fiesta de egresados, cosas que había organizado antes de mudarme con mis amigos y que no iba a poder hacer nunca. Digamos que no era un gran incentivo para empezar, pero aun así fui con una sonrisa, un poco falsa, puesta en mi boca. Al empezar la clase pasó unas de las peores cosas que me pudieron haber pasado, la profesora, de unos 40 años o más, me hizo pasar enfrente de todos y presentarme, para al que no le allá pasado esto, es la peor tortura escolar jamás creada por el hombre.

-Por favor, preséntate a la clase, di tu nombre y tus aficiones en este mundo- dijo con un tono medio hippie.

-Emmm.....Soy Emiliano Gutiérrez, pero pueden llamarme memo o al menos así me llamaban en mi colegio anterior, vengo de un pueblo cerca de acá más o menos, y espero quedar bien en este corto año y creo que ya- después me volví a sentar con la cara casi tan roja como un tomate, hablo muy en serio cuando digo que fue unos de los peores días de mi vida.

La clase siguió, comenzando con historia, siguiendo por análisis matemático y terminando con inglés, nada fuera de este mundo y tampoco suponían un gran reto para mí. Cuando fue el momento del almuerzo, lo cual suponía que los alumnos se fueran a casa y volvieran únicamente los que tuvieran contra turno de gimnasia, estaba guardando mis cosas cuando 2 chicas se acercaron a mí, una era alta de unos 170 centímetros, con pelo lizo marrón con detalles rubios en las puntas, y con una piel pálida casi como una muñeca de porcelana; la otra era de estatura media 160 cm más o menos, con ojos celestes que penetraban y con un cabello rubio que parecía Rapunzel, además tenía unas pocas pecas sobre sus pómulos, las dos vestían la pollera a cuadros del uniforme, junto con el abrigo reglamentario, pero iban con tops deportivos debajo de estos. La más alta acercó una silla hasta mi banco y la otra solo se apoyó sobre mi mesa.

-Hola, dijiste que te llamabas memo, no? - Dijo la más alta de forma animada.

-Emmm...si, quienes son ustedes? - dije mientras terminaba de poner los últimos libros en mi mochila.

-Yo soy Leila, y ella es mi amiga Brenda- Dijo la que estaba en frente de mí, mientras señalaba a la otra chica.

-Hola, Memo- dijo Brenda mientras levantaba la mano.

-Un gusto conocerlas a las dos, pero debo irme, se me va el colectivo- al mismo tiempo que me levantaba para irme Leila puso su mano en mi hombro.

-Primero tenemos que hablar de unos temas rápidos- tiro de mi hombro para volver a sentarme.