One

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New York.

Otro día en la oficina estaba por terminar. Guardé los últimos bosquejos en los que estuvimos trabajando estas dos semanas. Conseguí que una gran compañía de ropa deportiva se interesara en nuestro trabajo.

Hace 7 años que vivo en New York. Nací en Miami. Mi familia es dueña de una fábrica de motores de lanchas muy conocida. Tenía trabajo asegurado, pero siempre sentí que el negocio familiar no era mi futuro. Cuando tuve la mayoría de edad, elegí la Gran Manzana para debutar.

De pequeña dibujar era algo corriente, mientras los otros niños corrían y jugaban, yo me sentaba bajo un árbol con mi cuaderno y mis crayones a pintar. Mi deseo era lograr que a través del arte pudiésemos comunicar sentimientos que con palabras no podemos. Obviamente, siendo una niña, mis ideas sobre cómo hacerlo eran descabelladas, además de que no era consciente de que el mundo ya utilizaba el arte para comunicar hace miles de años. Mi madre vio que mi talento podría aprovecharse mejor y crear algo nuevo; no dudó en apoyarme cuando me gradué del colegio y le dije lo que quería hacer en la vida: ser diseñadora.

Nadie había dicho que fuera fácil, en pleno siglo XXI donde la publicidad, el marketing y el diseño son lo que mueve al mundo. Encontrar un lugar donde te den la oportunidad de mostrar tus ideas es como encontrar una aguja en un pajar. Ser diseñadora no era poca cosa, tenía que estudiar y hacerme un hueco entre los mejores y no ser alguien más del montón.

Mi meta jamás fue terminar atrás de un escritorio siguiendo órdenes de alguien más, yo quería ser quien se adentrara en el mar a descubrir nuevos horizontes, buscar a esas personas con el don de crear que no saben dónde proyectarlo, y tenerlos como compañeros para fundar nuestra propia marca.

Podía ser una simple chica con 27 años de Miami, pero mi determinación a la hora de tomar decisiones, siempre fue mi fortaleza. Así fue, hace 7 años atrás, que encontré a las personas indicadas. Nos reunimos a charlar sobre nuestras ambiciones e ideas y, finalmente, reuniendo todos nuestros ahorros, fundamos Harmony Desing.

Mi mano derecha y mejor amiga Dinah Jane fue quien me alentó a dar el gran paso. Nos conocimos en la universidad.
La primera impresión sobre ella no fue nada buena. Dinah Jane Hansen era la típica chica odiosa y popular. Aunque era una de las mejores de la clase y competía conmigo todo el tiempo.

Tenía un examen muy importante. Me quedé horas después de que terminaran las clases en la biblioteca estudiando, tomando ventaja de mi contrincante. Estaba concentrada leyendo hasta que escuché el sonido de las cadenas, no vieron que estaba ahí y me dejaron encerrada. Un insulto entre las penumbras me indicó que no estaba sola. Mi odiosa compañera no tuvo mejor idea que hacer lo mismo que yo.

Dinah tenía una especie de fobia a quedarse encerrada, parecida a la claustrofobia, ya que la encontré gritando mientras golpeaba desesperada la puerta para que le abrieran. Accedí a ayudarla hablándole para tranquilizarla, lo que funcionó.

Las horas pasaban, nadie venía a nuestro rescate, habíamos estado charlando de muchas cosas, conocí un lado de Dinah que no pensé que existiera. Hablamos de sueños, de amores y de lo difícil que era destacarse de los demás. Eso explicaba su actitud, era solo una máscara, resultó ser una chica muy divertida y de carácter fuerte, con un montón de sueños por cumplir.

Buscando cómo llamar la atención y que nos recataran, en una esquina visualicé la alarma de incendios. De inmediato provocamos que los bomberos y el director vinieran.

Lo que al principio pareció una tortura, terminó siendo el día más interesante de mi vida y el comienzo de una gran amistad.

-Tierra llamando a Jauregui. – Salí de mis pensamientos, percatándome que estaba tildada mirando por la ventana.

-Acabas de arruinar mi momento. – contesté con falso enojo.

-Sí, seguro que era mucho más importante que atender el llamado de tu mujer. -

-¡Mierda! ¿llamó aquí? -

-¿Qué te parece?-

-Se va a enfadar mucho, tenía que ir a comprar la cena y creo que ya cerró todo. -

-Estás muerta, Jauregui...-

-¡Cállate, Hansen, no me estás ayudando!-

-Si te sirve de consuelo, ve a fijarte si encuentras algo que te salve tu pellejo, yo cierro el local. - <<Qué solidaria.>> - No me cae muy bien tu novia, pero tampoco quiero que muera de hambre por tu culpa. – yo sé que en sus palabras había mucho sarcasmo. No se llevaban bien.

-Jamás voy a entender qué es lo que no te gusta de ella. – sinceramente, no lo sabía. Les había preguntado a ambas y ninguna supo decir por qué.

Agarré mi casco y la chaqueta. Ya era octubre, lo que significaba que las brisas nocturnas no eran muy acogedoras para andar en moto. - Gracias por cubrirme, te escribo cuando llegue, si no me mataron aún. -

-¡Me debes una!- fue lo ultimo que escuché antes de salir del local y encontrarme con mi Harley-Davidson, un pequeño capricho que cumplí, a pesar de que mi novia jamás la vio con buenos ojos.

Conocí a Dakota hace 3 años, en una junta que tuvimos con la empresa para la que trabajaba a medio tiempo antes de recibirse como abogada. Siempre fue una chica atractiva, no solo por su físico, su cabello rubio y ojos celestes, sino por su inteligencia y forma de ver las cosas. Cuando la vi en esa reunión no pude apartarle la mirada. Según ella, fui muy obvia y fue la razón por la cual, luego de la reunión, me interceptó en el pasillo para preguntarme si quería tomar un café con ella.

Hace un año y medio que convivimos en un departamento a pocas cuadras del Central Park. Aunque la decisión de estar en plena zona del caos no fue del todo mía, accedí a mudarme allí por su trabajo.

Justo cuando pensé que no iba a encontrar ningún lugar abierto, un food truck de hamburguesas apareció en mi camino. Dakota no estaría muy feliz por llevar comida chatarra, pero eso, a llegar con las manos vacías, podía mejorar muchísimo mi panorama. Si algo odiaba era su carácter cuando no hacía algo que me pedía.

Pedí para llevar y sin perder un minuto más aceleré la moto para llegar pronto a casa.

-¡Ya me estabas preocupando demasiado, Lauren!- fue lo primero que escuché al abrir la puerta.

-Perdón, amor, estuvimos trabajando hasta tarde con el proyecto y se me pasó la hora. –

-No me parece extraño. - dijo mientras se acercaba.

- Traje hamburguesas, sé que no es de tu agrado la carne, así que te traje de lentejas. -

-Solo te perdono porque sé lo que te hace emocionar un nuevo contrato. - sentenció abrazándome por los hombros. – Espero que no hayas abusado de la velocidad por llegar a tiempo ¿no? -

-Para nada, sé que no te gusta que lo haga. -

-No me mientas, Jauregui, porque conozco muy bien cuando alguien lo hace. –dijo clavando su mirada celeste en la mía.

-De acuerdo, me rindo, abogada. Me declaro culpable. - Era imposible que ganara, vivir con una abogada tiene sus desventajas, como esta, no podía mentirle fácilmente.

Nos sentamos a comer, escuché cómo le había ido en su trabajo. Me contó que no tenía nuevos casos, lo que significaba que pasaba más tiempo en casa. Cuando le otorgaban casos difíciles, trabajaba tan duro para ganarlos que nunca estaba en la casa. No me molestaba ya que cuando las cosas en la empresa estaban complicadas, me quedaba a dormir en la oficina.

Sin darnos cuenta en tan solo 3 años nos pasó lo que a muchas parejas que conviven: La rutina. Las veces en las que teníamos sexo habían disminuido, pero intenté no caer en lo mismo y donde tenía la oportunidad de sorprenderla con algo nuevo, ella me seguiría la corriente.

El problema con la rutina fue el día a día. Soy de esas personas que huye a los hábitos, Dakota es lo opuesto a mí, tiene horarios para todo. Al convivir conmigo no podíamos desayunar juntas a las 7 am, si solía acostarme a las 4 de la mañana por estar trabajando. Optó por dejarme el desayuno hecho, salir a trotar, volver, darse una ducha, cambiarse e irse a trabajar, no sin antes asegurarse de que yo respirara dándome un beso de despedida en mi frente.

A Letter In New YorkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora