Benceno

190 2 0
                                    

Los suaves rayos de luz entran de manera agradable por los agujeros de la vieja cortina y las grietas de la pared. Iluminan las partículas de polvo que flotan suavemente en el espacio de la habitación. Chocan los rayos contra la sucia, húmeda y débil pared. En el techo se puede contemplar el paso del padre tiempo, y su linde con las desgarradas cuatro murallas está lleno de hongos. Parpadeo apaciblemente, e intento, aun con la somnolencia de la mañana, apoyar mi brazo en el suave y destartalado colchón que se hunde con mi cuerpo. Ya sentado me estiro, vuelvo a apoyarme para levantarme lentamente, ladeando mi cuerpo mientras me apoyo en un brazo y hago un esfuerzo para que mis pies aguanten mi peso, para impulsarme suavemente con los músculos, tendones, articulaciones, sistema óseo y nervioso, para quedar de pie, encima del colchón. La chica que duerme a mi lado está demasiado cansada como para sentir como me desplazo sin disimulo. La veo, la arropo, beso su mejilla y la acaricio mientras ella duerme. Su piel es suave y su pelo de cobre está desordenado. Me gusta eso. Me gusta ver sus mechones de pelo juguetones, con una sonrísa que dice te quiero.

 Me levanto otra vez. No tiene que soportar más esta mierda. Me tambaleo unos pasos hasta que logro artícular mi postura correcta y busco mis zapatillas. Las encuentro, me siento otra vez y me las pongo con tranquilidad. Paso los cordones entre los agujeritos hasta amarrarlos después del último de ellos. Me acerco más a la puerta, la abro, aun algo mareado por lo que pasó anoche, y largo un beso a la mejor chica de este planeta. Camino por el pasillo lleno de puertas cerradas con habitaciones vacías, bajo las escaleras y salgo por la puerta principal. Mi ausencia le hará entender que es mejor continuar esto yo solo. Soy un egoísta de mierda. La amo. 

El cielo es azul, y el sol radiante. No lo he mirado por tanto tiempo, que había olvidado lo mucho que dolía hacerlo. La calle aquí es de tierra. Sinceramente, no sé donde estoy. No lo sé desde hace dos semanas. Ya no me quedan cigarros. Comienzo a recorrer el desértico camino. Y así lo hago por dos o tres horas. Perdí también la noción del tiempo. También la del espacio. A los segundos ya no veo la casa, y me encuentro caminando por una plaza con tres señoras, un hombre viejo durmiendo sentado con los brazos cruzados y un par de chicos hablando acerca de generalidades. Doblo en una esquina de la plaza, sigo por un par de pasajes hasta que doy con una playa. Caminé hasta dar con un sitio algo apartado entre un par de rocas secas y arena. Me acosté sobre la arena, boca abajo. Cerré mis ojos, y el calor de la arena, el cesar del mar al llegar a la costa, gaviotas cantando y el sol dando apaciblemente sobre mi me hicieron dormir increíblemente bien.

Desperté cuando ya era el atardecer. El cielo había dejado de ser azul y era ahora violeta, mientras que se ponía cada vez más oscuro y comenzaba a distinguir la luz de las estrellas de a poco. Caminé por la playa hasta que al darme cuenta, me encontré en el otro extremo y el cielo ahora era gris, y yo estaba cansado. Noté que era otro día a los pocos segundos de haber tocado mi cara. Caminé, huyendo del mar. Detesto el mar. El mar es asqueroso. El mar puede irse a la mierda. 

El sol ya no estaba. Me alegré, pero debo recordar no sonreír. Siento que me chocan, que me empujan y patean los pies hasta que me doy cuenta que me encuentro entre una multitud que a los pasos ya no se encontraba, y yo tampoco me encontraba. Yo estaba fuera. Yo ya no estaba. 

Volví a encontrarme, yaciendo en medio de lo que parecía una pampa. A lo lejos he visto un hogar de dos pisos. Me acerco lentamente. Puedo sentir el eco de mis pasos entre la oscuridad de la noche. Entro por la puerta principal y subo las escaleras, camino por el pasillo lleno de habitaciones vacías con puertas cerradas y abro la última puerta. Sentada en el colchón, una chica llora. Tiene un precioso cabello color cobre. Me acerco de a poco, la rodeo con mis brazos y beso su mejilla. Siento como deja caer una lágrima más, sonríe debilmente, una sonrísa que dice te quiero, para después desvanecerla y dejar una expresión de pena. Me acuesto con ella, en el colchón húmedo y sin catre. Juntamos nuestros cuerpos. Está fría. Yo estoy frío, pero eso no me importa. A mi lado duerme la mejor chica de este planeta. Soy un egoísta de mierda.

No He Mirado El Sol Por Tanto TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora