Honrarás a tu Padre y a tu Madre

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El señor E. Reconocido catedrático en el área de ingeniería en una prestigiosa universidad. Con todos los honores que un hombre dedicado a la ciencia y a los números era capaz de proveerse. Alto, con algunos años de más rodeando la jubilación. Cabello negro, corto, con algunos filos plateados, delgado, pues ni la madurez le había hecho engordar, lo cual le daba muchisimo atractivo entre las veinteañeras. Mucho más aún despues de haberse sabido el tema de su viudez.  No por ello era tan imbécil de dejarse ver con alguna alumna. 

Era considerado un "Sugar Daddy" dentro de la comunidad estudiantil y la que menos (o el que menos) deseaba ser su presa. Era tan atractivo que muchos alumnos que eran de otras especialidades entraban a ingeniería sólo para mirarlo.  Él les sonreía y les pedía que tomasen asiento, ignorando las miradas fascinadas. Sabiéndose de un increible poder. 

Pero ese poder lo trasladaba a otras áreas de su vida, donde tenía a su única adoración. Su hijo. Un niño puro y hermoso de tan sólo diecisiete años.  Era el único tesoro que poseía y a la par de sus manías, era a quien siempre quería mantener alejado de los deseos ajenos. Una pena, porque el mozo en cuestión era bastante guapo. Todo gracias a su esposa. Melena castaña clara llena de rizos, ojos verdes, alto y con una cara aún de niño que le daba un aire de inocencia increiblemente diáfana.

No dejaría que fuera de nadie.

Por ello es que controlaba todos sus horarios, salidas, colegio, cine. Cualquier festividad, era siempre notificada , conversada y negociada con él. Sin chistar, cualquier desición tomada por papá E se obedecía. Y de no ser así, el joven sería castigado sin salir de su habitación en un mes. Él se encargaba de dejarlo sólo para salir al baño y le daba la comida como a un niño pequeño, asegurándose que esta vez no iba a revelarse. - Harás caso a Papi en TODO. -Le repetía de forma casi sectaria.  El joven asentía mientras se alimentaba. 

Tenía a un niño muy obediente. - Se vanaglorió de sus artimañas. Sólo le estaba enseñando a ser disciplinado.  - Se autojustificó.

Cuando dejaba por momentos de pensar y controlar la vida de su pequeño, se encerraba en su estudio con un paquete de cigarrillos y pensaba en sus múltiples amantes. El cabello dorado de éste, en los ojos marrones del otro, en esa piel bronceada, dorada, nívea o de color chocolate, en ellos y en ellas, en varios a los que había amado. Los adoraba. Los añoraba. A veces veía a alguien en la calle muy similar que hacía que los recordara un chico con los ojos semi grises y de mirada triste, también la piel pálida de finos vellos rubios de aquella otra chica que se paseaba con su vestido descubierto en la espalda luciendo sus omóplatos y los reflejos del sol en su piel. Esas visiones lo hacían suspirar de nostalgia.

Sin embargo, aquella tarde, vio a su hijo bastante ido. Estaba como en otro planeta y con el tenedor jugueteaba con el plato de tallarines.

- Te sucede algo?- dijo en tono prevenido.

-Nada...  - Dijo el joven con un suspiro. - Nada papi. -Sonrió como imaginando. 

-Estás seguro? - Lo miró de forma inquisidora. - Estás en otro planeta.

- Estoy bien. - Dijo comiendo de nuevo de forma natural. Luego de esas cosas que había recibido en el casillero de la escuela se había pasado alucinando la mayoría del día. Pero eso no podía comentárselo al maniático de su padre. Lo tendría encerrado el año entero en casa.

-Debo revisar de nuevo tus redes sociales entre todo lo demás. Dame tu teléfono por favor.- Solicitó de forma autoritaria pero amable.  ¿Qué tendría? ¿Porqué estaba tan distraído? Trató de escudriñar su mirada, pero no lo logró pues el joven comía con la cabeza gacha pensando en Dios sabe qué.

CINCO (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora