IV. Locura

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Tardaron poco en acaecer las consecuencias, cayendo en baño sacrilegio tan pronto como la oscuridad envolvió los rincones helados de su consciencia

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Tardaron poco en acaecer las consecuencias, cayendo en baño sacrilegio tan pronto como la oscuridad envolvió los rincones helados de su consciencia. Atrayéndolo cerca de la muerte y sus gozosos suspiros acariciando la perfecta y tersa piel recubriendo sus músculos. Era imposible moverse, parecían haberle arrancando las extremidades tras una inyección de morfina, capaz de adormecer y matar si la dosis excedía cantidades comprensibles. No obstante, nadó entre la neblina, resintiendo en las yemas una humedad despedida de su alrededor.

De alguna manera aquello se convertía en agua, el pasaje universal, el único conductor capaz de permitir el paso de ambos lados de la moneda, siendo él quien respiró incontables litros de agua, henchiendo sus pulmones mortales con el líquido, por fin aproximándose a la asfixiante sensación de la muerte tirando de sus piernas hacia el fondo hasta que finalmente, ambas manos cerradas en puños zarparon a la superficie, trayendo consigo el agitado cuerpo fornido de vuelta a la realidad, chocando la espalda contra la porcelana de la bañera.

Escupió el agua antes de limpiarse la cara, removiendo los cabellos rubios hacia atrás, acostumbrando la vista al albor de la habitación, reflejándose en las paredes. Confinándolo a la soledad con el único vehemente sonido de su agitada respiración y las carótidas reventándole los oídos debido al exceso de presión bajo el agua.

Dudas no tenía respecto a su llegada a la tierra en aquel mortal. No era coincidencia que estuviera profundamente ahogado en su bañera, víctima de sus decisiones y mal estilo de vida. Obtuvo la salida fácil y de camino al infierno, donde su lugar sería el lago de fuego eternamente.

—¡Cariño, estoy en casa!— anunció un timbre femenino detrás del sonido de la puerta cerrándose a su llegada del trabajo.

La de melena dorada llegaba pocas veces tan temprano como esa vez. Día de tormenta y recios vientos afuera. La única verdad que en su mente repetía era sorprender a su novio con una comida en su segundo aniversario. Una pareja un tanto disonante y que sin embargo, lograba solucionar las cosas de tanto en tanto, o eso fue hasta que uno de ellos metió la pata más dentro del hoyo como para sacarla.

Sacó de la bolsa de cartón los utensilios a utilizar para preparar una de las viejas recetas de su abuela. Aunque por si sola no se consideraba una buena cocinera, intentaría esforzarse al máximo por el que se robó su corazón en una parada del tren uno de esos fríos días de agosto.

Gabriel tragó pesado. ¿Como hacer algo en un mundo que conocía apenas por ilusión? Ni siquiera pensó que eso que hizo lo llevaría tan lejos. Se miraba a sí mismo perdido en el limbo por la eternidad, no obstante, ahí estaba, desaliñado, metido en la bañera después del suicidio de la esencia del cuerpo en el que ahora pertenecería en carne y hueso.

Empujó la alta figura tomándose de cada extremo de la bañera, forzándose a salir del agua con la evocación de un fuerte sonido inundando los oídos de la mujer en la cocina, pues al ser un departamento pequeño de paredes mal recubiertas era sencillo predecir las desgracias que se escucharían para invadir el sueño de los habitantes.

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⏰ Última actualización: Mar 19, 2019 ⏰

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Gabriel ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora