100 Headcanons de Leiftan

24. Isla

La isla aledaña al cuartel general es uno de los lugares favoritos de Leiftan. Un oasis en medio de la costa de Eel repleto de árboles frondosos; en cuyo corazón se haya una cascada de la que brota agua de todos los colores cuando el sol alcanza su punto más alto en el cielo. Al anochecer, sus manantiales cristalinos se vuelven luminiscentes, y los inefables colores tornasol de las criaturas marinas que habitan en ellos se convierten en un espectáculo del que sólo sus exclusivos visitantes pueden ser testigos.

Porque el acceso por mar a este paradisíaco lugar es un intento suicida. Ya que se encuentra rodeado de filosas rocas que han hecho naufragar a numerosos navíos a lo largo de la historia de Eldarya.

Es así como, aprovechando esta característica, Leiftan se ha vuelto un asiduo visitante de sus parajes desde que arribara al cuartel general hace ya tanto tiempo.

Así pues, durante algunas noches, se lanza desde un acantilado escondido entre matorrales; y sólo cuando está a punto de chocar contra las olas que atacan violenta y eternamente los riscos de Eel, pronuncia el antiguo conjuro que revela su verdadera forma. Entonces despliega sus magníficas alas y vuela hacia la isla con la adrenalina corriendole por las venas y una sensación de libertad indescriptible que le embarga todo el cuerpo.

Sin embargo, él no es el único viajero que aterriza en este precioso lugar. Esta locación también es parada obligatoria de una variada gama de familiares alados, incluyendo aquellos que han sido domesticados por los guardianes del cuartel. Como el alfeli de Ezarel, que rehuye a su amo con frecuencia; o el chestok de Chrome, que suele darse festines con unas extrañas criaturas que se asemejan a las luciérnagas de la Tierra.

Por eso es que, cada vez que Ezarel pasa hecho una furia ordenando a cada miembro de su guardia buscar a su orgulloso y altivo familiar, Leiftan no puede evitar levantar una ceja y sonreír como quien guarda un secreto. También es por eso que cuando divisa a Chrome yendo como un huracán por todos los rincones del cuartel gritando "Schwarz" hasta que se le quiebra la voz por el esfuerzo -y la adolescencia-; le cuesta no reírse del jóven licántropo, que suele dedicarle miradas asesinas sospechando que sabe algo que él desconoce.