El infinito color del caos

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"¿Ciertamente acaso existe una pequeña diferencia entre tristeza y depresión? ¿Que es lo que hace una más grave que la otra?"
De alguna forma alzó el diario porque aquel título le llamó la atención, en definitiva el hambre de una buena mañana nos distrae cuando tenemos muchas cosas en la mente.

Era de mañana y salió de la habitación apenas con ganas de asistir a clases, aquel día, tomar la ruta  más larga no era algo que en realidad fuese un paseo por la ciudad. El puesto de café cerca a la estación del tren "Apurimac" era exquisito. De hecho era muy bueno como para estar un lugar sin asfaltar y cerca a talleres mecánica informales, cerca había uno llamado "la llantanombre debido a la gran rueda de tractor que estaba a un costado de la carretera interprovincial que indicaba la entrada al pueblo joven. Aquello era una parte de un ciclo extraño, con ese olor a pobreza y buenas intenciones que hacía que algo realmente en el por fin se conmoviese a cada mañana después de despertar.

-Buenas, aun tiene café?
-Si joven, con leche o sin leche?
-Sin leche pero deme otro desayuno más para llevar.

Aquella mañana no era de esas que agraden mucho, el camino al destino no era igual. De alguna forma la polera azul que tenia, ya era vieja y estaba despintada por el trajín pero como decía su madre, uno es pobre pero limpio.

Al llegar al campus, el mundo era distinto, la vida era distinta. De alguna forma todo aquello estéril de la ciudad, dentro dentro del campus era un caso de tesis mal redactado como decía el arquitecto González  de alguna forma era muy cierto, la vida tiene unas formas muy extrañas de manifestarse, quién sabe si dios es un maldito haragán que deja todo para el último momento como el desdén de un profesional mediocre que no termina a tiempo una entrega, de alguna manera eso pasaba por su mente en ese momento.

Era día de entregas para todo el mundo, por ser parte del rito, todos corrían por entrar para plotear tus planos y paneles, aullando como cerdos en celos por la atención de quien atendía la fotocopiadora. Pero para él no eran ese tipo de cosas, casi como siempre tenía hasta un plan C por si las cosas se complican aunque no era parte de su naturaleza ser tan calculador.

Después de todo no era agradable pasar por esa orgía de desesperación. Al pasar la mañana, después de una entrega, muy pocas cosas importaban realmente, tales como el sueño o el hambre, porque nada es más estresante como la sentencia de un individuo que sin conocer los detalles de una noche anterior de trabajo, calificaba lo que sus ojos veían y mandaba a la guillotina a los condenados con una nota final.

Pasada la mañana era un buen momento para fumar, algunos con una fea manía de hacerlo cerca de las clases, hablando sobre aquello de lo que pasó ayer en aquel taller de tercero, alguien se puso a llorar debido la presión de las entregas finales y el nivel académico que se tenía en la facultad de arquitectura. Parecían chacales desmembrando el chisme. De pronto la puerta se abrió y el hombre de traje con avanzada edad  mandó a llamar los alumnos condenados. En el gran taller, los trabajos se habían separado en distintas carpetas.

El docente empezó a hablar sobre lo inútiles que eran sus alumnos, y otras cosas que a estas horas no importaban. Era el final para reclamarle algo, el siguiente año era para ultimo de la carrera para muchos y esta la nota final

Cada uno con su búsqueda individual de la nota en sus trabajos es lo que sonaba como lamentos que empezaban resonar el taller. Cada uno, nota a nota, desaprobado a desaprobado, golpe a golpe, cada uno fue cayendo. Cada uno y un silencio más agregado al terrible pánico de entre saber y vivir feliz en su ignorancia por la nota del trabajo final.

Para ese momento, el estaba enfrente de la mesa y allí el color gris del folder de planos era lo único que definía por fin la calma de aprobar o el mismo fracaso anterior a otros años como ya le había pasado. Dentro del folder todo estaba hecho mano, absolutamente todo. Poco importaba la maqueta hecha a mano y con los materiales más corrientes o los alzados y planos corte pintados con la caja de colores mas barato que había en el supermercado. El color gris nunca fue tan dramático ni colorido cuando se dispuso a abrir el folder.

El miedo tomó forma y el se quedo pensando frente a lo que vio; el taller poco a poco se fue quedando vacío. En su imaginación, él se sintió como un hombre frente a su destino, quizás porque nunca había sentido tanto miedo de estar en un taller en que decían que solo lo buenos alumnos aprobaban. El no era  muy dramático ni muy aplicado pero en este caso solo quedo callado y dubitativo. El viejo arquitecto se acercó para hablarle; quizás para cortarle el cuello con su guillotina de palabras de desprecio que sintió durante el semestre el pensó; pero solo atino a decirle: ¿Y ahora, como hacemos?. Le puso una mano en el hombro para decirle algo sin palabras y se retiró a su pupitre a recoger sus cosas e irse.

El cargo la pistola para matar el suspenso por la nota final, se la puso en la cabeza para aceptar su nota final sea cual sea. catorce fue el número que hizo derribar un infinito muro romano de dudas y miedo que tuvo al momento de no saber su nota. Catorce también fue el único número que aprobó ese viejo renegón del cual no critico nada por ser un buen trabajo. Al salir de la clase el lo pudo ver al final del pasillo. El viejo solo lo miro y le dijo: "No me sorprende esto, tenias que ser tú el que tenía que aprobar, nadie mas."


Aquella mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora