B: Blue Motorbike

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Aoi/Ruki


Vengo a pedirte que salgas conmigo, he esperado por este momento por días, ¿saldrías conmigo esta noche?


El aire fresco de la noche atravesaba su cazadora negra, sintió un escalofrío y encogió los hombros, dio una calada más a su cigarro antes de apagarlo con la suela de su bota y miró la ventana sobre él, la luz estaba encendida. Se recargó pacientemente sobre su amada Suzuki Boulevard C50 azul, se acomodó los mechones negros que se atravesaban en su rostro y tamborileó los dedos, impaciente. Estaba ansioso.

La luz se apagó y de un salto dio un paso enfrente, se tronó los dedos y vio como la ventana se abría con cautela mientras una cabellera rubia sobresalía de ella. Yuu no pudo evitar sonreír, tampoco pudo evitar la pequeña risa que salió de lo más profundo de su corazón. Quiso ayudar a su novio a bajar de la ventana, pero sabía que este era algo orgulloso y jamás permitiría que lo tratasen como una 'damisela en peligro', Takanori era algo especial y por eso lo amaba.

Takanori tardó unos minutos en bajar de la ventana, minutos que para Yuu fueron eternos, con una pequeña maleta negra al hombro, se acomodó el suéter holgado a rayas y caminó con prisas hasta estar de frente al hombre que se encargaba de robarle suspiros, incluso podría decir que cada día le robaba un poco más de su corazón. Takanori siempre fue un chico duro, alguien a quien le costaba mucho demostrar amor o cualquier otro sentimiento, pero le era imposible resistirse al pelinegro frente a él.

Yuu lo tomó por la cintura, lo atrajo con cariño y firmeza hacia él y lo besó. Fue un beso tan profundo que Takanori sentía como si su alma hiciera un viaje, recorriendo el cuerpo del otro, para terminar de nuevo en el propio; sonrió en medio del beso al sentir el sabor a tabaco, Yuu había prometido dejarlo, pero sabía que era una promesa al aire y aunque insistía que debería dejar de fumar por salud, debía de admitir que el sabor del cigarro lo enloquecía más de lo que le gustaría aceptar.

—Lo siento. Mis padres se acababan de acostar y Koron seguía despierto, no podía dejar que hiciera ruido y los despertara. — Yuu negó, restándole importancia al asunto y besó con cariño su mejilla.

—Lo importante es que estás aquí. —El pelinegro entrecerró los ojos. —¿Estás seguro de esto? Siempre puedes cambiar de opinión, lo que menos quiero es forzarte a algo que no...—Takanori lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios.

—Estoy más que seguro.

—Tus padres me van a odiar por la mañana cuando se enteren que me he robado a su hijo único. —Takanori rio, cubriéndose la boca.

—Bueno, mis padres ya te odiaban desde antes. —Yuu secundó su risa y soltó la cintura de su amado. Regresó a la motocicleta y le entregó un casco a su pareja. Takanori trató de acomodarlo sin arruinar su cabello, cosa que no logró. Esperó a que Yuu subiera al vehículo, admirando la belleza de su novio. A veces le parecía increíble saber que ese hombre era suyo, solamente suyo.

Cuando se conocieron Takanori aún era menor de edad. El tenía 17, Yuu tenía 19, y aunque las primeras veces que llegaron a coincidir, el rubio se comportaba de manera ruda con el otro, Yuu jamás se dio por vencido en la ardua tarea de tratar de conquistarlo. Fue un año y medio de esfuerzos, de altos y bajos, pero fue el mismo Takanori quien, sin poder soportarlo más, le robó un beso torpe y lleno de saliva. Estaba seguro de que eso sería suficiente para que Yuu dejara de molestarlo, sabía que una vez que el mayor consiguiera lo que quería, lo encontraría aburrido y lo dejaría en paz. Grande fue su sorpresa cuando se encontró a si mismo disfrutando de la compañía del otro, esperando sus mensajes, admirando sus bellos ojos, anhelando el contacto rasposo de sus manos y soñando con el sonido de su voz.

Sus padres jamás aprobaron esa relación, incluso cuando ya llevaban más de dos años juntos. Yuu era un peligro para su hijo, Takanori siempre fue un niño delicado, aunque él siempre le restó importancia. Le habían diagnosticado lupus eritematoso sistémico, no cáncer. Podía llevar una vida relativamente normal, pero sus padres siempre se esforzaban en hacerlo sentir raro, diferente, e incluso le hacían sentir inútil.

Pero con Yuu todo era diferente, se sentía una persona normal, a pesar de que muchas veces la vergüenza lo invadía, más cuando esas estúpidas manchas aparecían en su rostro, pero el pelinegro siempre se encargaba de llenarlo de besos y repetirle lo hermoso que era, lo hermoso que es. Takanori siempre se sonrojaba a su lado, a simple vista Yuu se veía como un chico rudo; todo lleno de tatuajes, con un piercing en el labio, el cabello negro y largo hasta los hombros, siempre vestía jeans rotos o desgastados con botas militares y si hacía calor no podía dejar las playeras sin mangas, pero era sorprendente contrastar la imagen con la dulzura que guardaba en su interior. Por eso para Takanori era increíble saber que tenía a un hombre así a su lado.

Yuu encendió la motocicleta y esperó a que Takanori subiera detrás de él. Cuando sintió las manos frías del rubio bajo su cazadora sonrió y emprendió marcha lejos de la casa del menor, sabiendo que jamás habría de volver a ese lugar.

La bahía de Tokio de noche era su vista favorita. Recargó su cabeza sobre la espalda de su novio, aspiró el aire frío de la ciudad y deseó que ese momento durara para siempre, entonces sintió ganas de llorar. Estaba feliz, emocionado, ansioso, nervioso y asustado. Sabía que la decisión que estaba tomando era precipitada, pero prefería un futuro incierto a permanecer toda una vida dentro de un hospital, o dentro de las cuatro paredes de alguna solitaria habitación en un rincón de su casa, perdiendo la mitad de su vida siendo dializado, o peor aún, esperando un donador de riñón.

A veces la vida es una hija de puta. Y aunque los doctores aseguraban que no tendría complicaciones hasta una edad avanzada, la realidad era que su riñón se estaba autodestruyendo y la única solución eran tratamientos invasivos y medicamentos, muchos medicamentos. Ese día Takanori lloró, lloró en los brazos de su amado y este compartió su dolor, ambos desearon poder escapar de todo, y decirle a la vida que se joda.

Al final, terminaron escapando, y aunque sabían que algún momento la realidad los alcanzaría, esa noche, Takanori sentía que podía atravesar tormentas y ciclones sobre una motocicleta azul. Aspiró el aroma de la cazadora del mayor y dejó que la sensación de libertad recorriera su cuerpo y entonces se permitió llorar. Yuu no tardó en darse cuenta de lo que sucedía y avanzó unos metros más hasta llegar al puerto de Yokohama donde se detuvo, estacionó la motocicleta, bajó y se quitó el casco mientras Takanori hacía lo mismo.

—Perdón, no debería ser tan débil. No debería llorar. — Yuu solo se limitó a abrazarlo y acariciar su cabello. Besó su frente y sintió calor, posiblemente la temperatura de Takanori estaba alta.

—Sabes que conmigo, puedes llorar todo lo que quieras. — Takanori asintió. Dejó que el silencio reinara entre los dos y suspiró.

— ¿Tus padres saben lo que estás haciendo? —Yuu negó. —A mi me odiarán por haberme robado a su hijo menor.

—Tienen otros dos hijos, podrán superarlo. —El pelinegro lo abrazó por la espalda y besó con ternura la comisura de su cuello, Takanori sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, se giró hasta quedar de frente a su pareja y le acarició con dulzura su mejilla.

—Te amo. —Era la primera vez que se lo decía en voz alta. Yuu lo miro sorprendido, comenzó a reír y poco a poco su risa se convirtió en llanto.

Como maldecía a la puta vida por darle la felicidad más grande y arrebatársela sin piedad.

—Yo también te amo, aunque estoy seguro de que eso ya lo sabías. — Takanori secó sus lágrimas con su pulgar.

—Sí, lo sé, pero me gusta escucharte decir que me amas. —Se abrazaron y se balancearon con la melodía del mar en movimiento.

Deseaban estar juntos para siempre, deseaban burlar al destino, pero la realidad en algún momento los golpearía; el futuro era incierto. Pero mientras el futuro llegaba se encargarían de ser felices y de amarse hasta arrancarse la vida.

Se besaron frente al mar, primero lento, después se tornarían besos violentos que trataban de descargar todo el amor y frustración que guardaban sus corazones. Se separaron, se vieron a los ojos y se dijeron un te amo sin palabras, un te amo tan íntimo que solo ellos dos podían escuchar y comprender, un te amo eterno, y con la bendición del mar, del cielo, de las estrellas y de las luces de la ciudad se volvieron a besar.

La Vida En Una CanciónWhere stories live. Discover now