C: Come Sweet Death

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Reita/Ruki


"Eres como un sueño sumergido en el delirio, eres mi destino y mi destrucción.
Te deseo, me desespero por ti y todo interminablemente."

—Enserio Akira, debes dejar de hacer bromas sobre el suicidio. Dejó de ser gracioso hace como tres años.

Akira Suzuki se levantó de las vías del tren y puso cara de enfado, se rascó la cicatriz que tenía en la nariz desde que tenía nueve y resopló como niño berrinchudo.

—Tal vez de verdad quiera morir. —Respondió enfadado, Takashima Kouyou, su mejor amigo, rodó los ojos y lo pateó en las costillas, haciendo que su amigo se doblara de dolor.

—¿Ves? No puedes soportar ni un golpecito. Levanta tu estúpido trasero de ahí antes de que en verdad pase el tren, te arrolle y tenga que dar explicaciones a mi tía. —La mamá de Akira en verdad no era su tía, pero se habían vuelto tan unidos que ya se consideraban de la familia.

Akira suspiró, se levantó y se sacudió las nalgas. Seguro había manchado de tierra su pantalón de mezclilla claro, pero poco le importaba. Llevaba con las bromas sobre la muerte y el suicidio desde los trece, cuando en verdad lo había intentado. Ahora a los diecinueve, no podía dejar de bromear con la desgracia propia, no porque en verdad quisiera morir (bueno, a veces), más bien como un recordatorio de que al final del camino, todos vamos hacia allá.

¿No la única certeza que tenemos en esta vida es que vamos a morir?

Se sobó las costillas por última vez y caminó junto a su delgado amigo mientras hablaban de futbol, heces y actrices porno. Lo normal para un chico de la edad.

Llevaban quince minutos exactos de camino al vecindario donde vivían cuando un anuncio en letras neón llamó la atención de ambos. Se detuvieron sorprendidos, pues jamás habían visto ese letrero tan llamativo, y eso que era su camino de diario.

"Death is sweet"

La muerte es dulce. Ambos eran estúpidos para el inglés, pero eso sí lo entendían.

—¿Será una pastelería? – Preguntó Akira

—No seas estúpido, ¿quién relacionaría la muerte con un pastel? —Akira se señalo y levantó las cejas sugestivamente. — Bueno, pero tu eres un idiota, ¿sabes qué? Vamos a ver que venden.

Se acercaron a la vitrina, pero no vieron nada que les indicara de que iba el negocio, solo había una gran cortina morada y sobre esta una cruz de neón rosa invertida.

—Parece un lugar de tatuajes, nunca he ido a uno, pero se parece, al menos en mi mente se parece. —Takashima asintió, dándole la razón a su amigo. Caminaron a la entrada y abrieron la puerta con cautela. El aroma de incienso manzana-canela inundo las fosas nasales de ambos, recorrieron con la mirada el lúgubre local por escasos segundos hasta que una voz los despertó del trance.

—Bienvenidos jovencitos, ¿a qué debo tan agradable visita? —Una mujer de facciones occidentales les recibió un acento muy raro para ser japonés. Takashima tragó en seco y fue el primero en hablar.

—Solo pasábamos por aquí, sentíamos curiosidad por ver si esto era una tienda, pero creo que nos equivocamos, discúlpenos. —De inmediato, hizo una reverencia en señal de disculpa. La mujer rio por lo bajo.

Akira no podía dejar de verla, era una mujer muy hermosa, pero también muy extraña. Era alta, probablemente más alta que él. Tenía la piel muy blanca y esta contrastaba con sus ojos verdes, delineados en negro y sus labios rojo carmín, de su nariz colgaba una cadena que llegaba hasta su oreja izquierda y en la oreja derecha tenía una pequeña expansión. Llevaba una túnica ajustada que empezaba de color morado y se iba degradando hasta llegar al negro, sus muñecas estaban repletas de brazaletes color oro (no podía asegurar si era oro auténtico) y cuando se dio cuenta que la mujer había notado como la inspeccionaba, se sintió estúpido por llevar una playera deslavada de Parasyte.

La Vida En Una CanciónWhere stories live. Discover now