Apronta el piquito, vidalita para la pelea

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Cuando éramos cabras, como a los ocho años, cuando me trajo mi madrina de la población, yo me acuerdo que Septiembre y Octubre parecían los mejores meses del año. El dieciocho primero, el Mercado y la Vega que se llenaban de fruta, los duraznos, las flores, vendían banderitas y llegaban los gitanos y nos veíamos la suerte con las gitanas, que suerte cuando éramos tan re chicas, y las gitanas son medio mágicas porque me hablaron de un joven rubio que iba a venir, y cuando la Escuela Naval llegaba a Mapocho ahí estábamos nosotras y también cuando se iban los cadetes y, ahora, cuando ya era grande, me lo pasaba encerrada en la casa como sufriendo y esperando al Juan Carlos. Pero, como dice esa canción que me gustaba tanto, aunque ahora no me gusta nada, y ojalá no sea cierto, que dice "más todo pasa, todo pasará". En el liceo comenzaban las pruebas globales y se hablaba de los exámenes y de un viaje de estudio a Puerto Montt de las sextas y yo estaba segura que iba a repetir. Además, decía mi madrina, que en Octubre florecían las rosas y que antes, cuando el finado don Lucho vivía, ella y don Lucho, los sábados en la tarde, cuando estaba de franco, tomaban una micro y se iban a ver las rosas al barrio alto, que habían más que hasta las dejaban secarse en las matas y que formaban enredaderas y subían por las ventanas.

Juan Carlos no me dijo lo que le había pasado con Silo y con el viaje. Un día me dio a entender que fue allá por Mendoza, o cerca, en la Argentina, y que habla estado con el Bruno, que a mí nunca me gustó porque le faltaba un brazo y desde que lo vi me dio el pálpito que algo malo le iba a hacer al Juan Carlos, y me dijo que había visto a Mario, creo que me dijo que se llamaba Mario Rodríguez, o algo así, y me dio a entender que ese tal Mario era un vivo, y que todo era una mierda, decía, pero no me hablaba a mí sino que como que le hablaba al auto, y le pegaba con el puño un día comenzó a golpear el vidrio de adelante.

- Juan Carlos! ¡Lo vas a quebrar!

- ¡Una mierda, todo! - exclamaba.

Y yo no sabía cómo ayudarlo. Ahora estaba tan atento que yo todas las noches le tenía una vela a la Virgencita, y me prometí que para su flecha iba a ir y que iba a estar, por lo menos, una hora entera de rodillas rezándole y dándole las gracias. Llegaba en la tarde el Juan Carlos, como a las cinco, cuando yo acababa de volver del colegio. A veces, llegaba en la noche, a las nueve o diez de la noche, y mi madrina no me quería dejar salir y ya me había amenazado que me iba a echar de la casa, que era igualita a la mamá, ¡es más la madrina!, ¡cuándo iba a ser igual a mi mamá, que estaba curada día y noche y ahora que había vuelto don Beno pasaba celebrando el triunfo de Allende! Y decía que les iban a dar una casa enorme, de esas que le iban a quitar a los ricos, y yo veía a la mamá en la casa de Juan Carlos en Vitacura, y en la noche soñaba que si Juan Carlos, que yo me conseguiría un trabajo, que tendríamos una pieza linda, con hartas flores, y que yo lo cuidaría y le plancharía esas camisas preciosas que tenía y los pantalones que tenía como más de una docena, que yo se los había contado, y hasta desayuno en la cama le iba a dar, y lo iba a querer como nadie, y lo iba a mirar dormir.

Me llevaba a unos lugares harto divertidos. Íbamos un día a comer chocolates de unos que se llaman "Enrilo", me acuerdo porque todavía tengo guardada la caja, y que estaban en una tienda de chocolates en Providencia al llegar a Los Leones. Otras veces nos juntábamos en el "Charleston" que es otro café parecido a "Las Terrazas" y estaba el grupo que en Octubre comenzó a aparecer de nuevo y eran un montón, y habían unos chiquillos nuevos, aunque de lo único que hablaban era de discos y de cantantes que yo no conocía, y del festival de la canción de Viña, al que iban la ir todos, y del "Topsi-Topsi", que era una discoteque caballa, que yo no conocía ninguna, y de conseguir marihuana de la buena.- ¿No te puedo creer que no conoces el "Moustache".?

- No.

Y la Mónica me miraba como si yo fuera de otro mundo.

- ¡El despiole!- me decía.

Palomita BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora