Capítulo 9 | Profesor Ansel

3.2K 178 3
                                    

Dos días después, le pedí a Ansel que me enseñara a defenderme y el aceptó, gustoso de que se lo hubiera pedido a él y no a Ezra. Después de lo que me había confesado ese día en el armario del conserje no puedo evitar sentirme más atraída hacia él. ¿A caso fue Jessica la que hizo que sus sentimientos hacía mí desaparecieran? ¡Porque si es así juro que la agarro de su perfecto cabello y la dejo pelona! Bueno, no tanto así... ¿Podría hacerlos volver? ¿De verdad se habían ido? ¿Seguía sintiendo cosas por mí y por eso ahora era amable conmigo? No podía darle respuesta a ninguna de las interrogantes que había en mi cabeza y mucho menos ahora porque Ian canta Riptide de Vance Joy a todo pulmón mientras me conduce hacia el deshuesadero en donde Ansel y yo íbamos a practicar. Cuando llegamos, me bajé del auto y me acerqué al lado del conductor.

—Gracias por traerme —le digo a mi mejor amigo con una sonrisa.

—De nada pequeña, cualquier cosa llámame, no quiero que mi mejor amiga se convierta en carne para albóndigas ¿está bien? —me dice mientras sonríe y me mira con preocupación.

—Sí, te llamaré si algo pasa, no te preocupes —me pongo de puntillas y beso su mejilla para despedirme. ¿Alguna vez en mi vida llegaré a merecerlo?

Me doy la vuelta y abro la puerta ya que la cadena y el candado de la vez pasada quedaron destruidos gracias a Ansel. No es hasta que entro que escucho el auto de Ian irse y todo queda en completo silencio. Cierro la puerta y esta rechina como en las películas de terror. Son apenas las cinco de la tarde, demonios Lancaster, no seas tan miedosa. Camino por entro los autos, siguiendo las instrucciones que Ansel me ha dado. Estoy muy nerviosa y mis latidos son muy fuertes, siento mi corazón como el Grinch lo sentía cuando el suyo aumento de tamaño. Aquí está el auto amarillo que me había dicho... este es el lugar. ¿Por qué todavía no ha llegado? Me va a dar un ataque de pánico, lo presiento. Mi respiración se vuelve pesada y empiezo a escuchar ruidos entre los autos. Digo el nombre de Ansel al vacío y cuando menos me lo espero, siento unos dientes afilados en mi hombro y un brazo que me inmoviliza la cadera por la fuerza que está aplicando. Al sentirlo tan cerca supe que su colonia no podría confundirla, era Ansel.

—Lección número uno, no puedes hacer ruido. ¿Olvidas que podemos escuchar a kilómetros? —dice mientras me suelta y me doy la vuelta. ¡Carajo! Se ve demasiado guapo, lleva solamente una camiseta blanca sin mangas y unos pantalones negros algo holgados. ¿Cómo demonios voy a concentrarme? Hubiera sido más fácil habérselo perdido a Ezra.

—Lo siento, lo olvidé —le digo centrándome en sus palabras y no en su apariencia.

—No puedes olvidar nada Olive, si llegas a olvidarlo puedes poner tu vida en peligro —dice con seriedad. Yo me quedo quieta mientras el da vueltas alrededor de mí, examinándome de arriba abajo. ¿Está bien que sus ojos me vuelvan loca? Dios mío, tengo las hormonas muy alborotadas—. Necesitas ejercitarte primero ¿de qué te servirá defenderte si ni siquiera puedes correr rápido? Vamos a empezar y va a ser duro, Lancaster.

Después de que su apellido fuera pronunciado tan endemoniadamente caliente en sus labios todo fue una tortura. Cien abdominales, sentadillas y lagartijas más 3 vueltas al deshuesadero ¿les mencioné que es enorme? Él había hecho todos los ejercicios conmigo pero parecía que no le afectaba en lo más mínimo. Yo parecía en este momento un bola de huesos sudorosa y temblorosa, en cambio, el parecía el siempre atractivo y perfecto Ansel con apenas una gota de sudor en la frente. Cuando me indica que he acabado, me tiro al suelo sin ningún pudor.

—¿Es que acaso no tienes piedad por mí? He hecho más ejercicio en estas 2 horas que en toda mi vida completa —le digo respirando fuertemente y con los brazos y piernas débiles y temblorosos.

—Tienes que acostumbrarte, los hombres lobo somos superiores a ustedes en todo y tienes que ponerte a nuestro nivel, por lo menos al de un Beta.

—¿Tendremos que hacer esto todos los días? —pregunte con la voz temblorosa.

—No todos, no lo haré tan tedioso —responde con una sonrisa. Se pone de cuclillas junto a mí y me extiende una mano—. Vamos, te llevaré a casa.

—No te preocupes, Ian vendrá por mí —le dije incorporándome poco a poco.

—¿Le has dicho qué venías aquí? —preguntó alarmado.

—Amm... sí —contesté nerviosa. Había metido la pata. Me levanté para poder mirarlo a los ojos.

—¡¿Le contaste todo?! —gritó alterado. Sus ojos se pusieron rojos en un instante.

—Tuve que hacerlo, no podía con todo el peso de la verdad sola. Él sabía que le estaba ocultando algo, perdóname Ansel. Lo siento. Tampoco le quería mentir a él, es muy buena persona y sabe guardar secretos, te lo prometo —le dije para calmarlo pero nada servía, el me veía enojado y sus puños estaban apretados.

—¡Confié en ti Olive! —gritó y ahora sus colmillos estaban saliendo. Sus manos tenían garras y yo me alejé poco a poco, no sabiendo que hacer. ¿Cómo lo voy a calmar, demonios?

—Perdóname, lo siento —le dije pero solo hizo que el caminara hacia mí enojado y me acorralara contra la pila de autos más cercana. Su puño chocó contra el auto que estaba al lado mío y la puerta se hundió. Mi respiración se agitó y empecé a temblar de miedo.

—¡Eso no es suficiente! ¡Te dije por un demonio que no le contaras a nadie! ¡¿A caso era tan difícil?! —grita ahora más fuerte mientras patea el coche que está detrás de mí. Yo lo miraba asustada y las lágrimas de miedo ya estaban saliendo, carajo. ¿Cómo lo calmo? Vienen a mi mente todas las veces que mi cercanía lo ha calmado...

Toco su brazo que sigue a mi lado, clavado en el coche. Lo acaricio suavemente hasta subir a su cabello, el cual enredo entre mis dedos y acaricio su rostro. Las lágrimas ya están cayendo por mis mejillas.

—Cálmate, por favor. Perdóname, lo siento tanto —repito una y otra vez mientras mis manos acarician su rostro.

Cierro lo ojos mientras sigo con las caricias, esperando que todo el ya esté calmado. Siento su mano sobre la mía y yo me detengo. Abro los ojos y lo veo mirándome con sus hermosos ojos café que tanto me gustan.

—Esa es otras de las razones por las que me alejé de ti... soy peligroso. No quiero hacerte daño. Mi control no es muy bueno todavía. Hice mal en aceptar esto... aunque prefiero mil veces que sea conmigo a que sea con ese imbécil —me dijo en un susurro. Supe que por imbécil se refería a Ezra y eso me hizo sonreír un poco. Su mano aún seguía sobre la mía y aún seguía cerca de mí. Siento toda la electricidad que hay entre nosotros, entonces ¿por qué él no me quiere? ¿es por el hecho de que se considera peligroso para mi?—. No le digas a nadie más Olive, en serio. Prométemelo. Si lo haces nos pones en peligro a todos, incluyéndote a ti.

—Lo prometo, Ansel.

Se aleja de mí y me regala una sonrisa. En sus ojos puedo notar cierta tristeza que no logro descifrar.

Minutos después, ya estoy con Ian en su auto y le cuento todo.

—¿Estás consciente de que es muy peligroso, verdad Olive? Si vuelve a perder el control no estoy seguro de que...

—No me haría daño, Ian. Estoy segura de eso.

—Yo no lo estaría, nunca sabes cuando pueda perder los estribos y ahora sí olvidar por completo que te conoce. He investigado un poco... —lo miro sorprendida—. No me mires así, es normal que quiera saber más. Dicen que el acónito les afecta y creo que traer un poco contigo no estará de más —me dice mientras me da un collar con una medallita en forma de luna. Es precioso—. Toda la cuerda y la medallita están barnizadas con acónito, si lo necesitaras, solo quítatela y frótasela en la cara —me dice mientras me regala una media sonrisa con preocupación en sus ojos. Lo abrazo fuertemente.

—Gracias, Ian. No me la quitaré para nada —le dije mientras lo soltaba y me ayudaba a ponérmela.

—Recuerda que siempre estaremos el uno para el otro, no importa lo que pase.

—Siempre lo tengo presente. ¿Amigos?

—Mejores amigos, debilucha —responde y besa mi frente.

Cuando entro a mi casa lo primero que hago es saludar a mis padres y sentarme un rato a platicar con ellos. Después subo a mi habitación y me doy una ducha con agua caliente para relajar todos mis músculos. Mis padres piensan que voy al gimnasio... y sólo es una pequeña mentirilla. Hago ejercicio ¿no? Cuando salgo de la ducha sintiéndome como gelatina, me sobresalto al ver unos ojos azules y tristes mirándome fijamente. Diablos.

Es Ezra.

Él no me quiere | Ansel ElgortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora