Mi otro yo

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Al terminar de escribir coloqué mi plumero en su lugar, tomé una profunda respiración y llevé la carta hasta el consultorio donde la dejé minuciosamente sobre el regazo de mi amada.

Ahora debía preocuparme por otros asuntos, no tenía idea de qué haría cuando empezara a circular la noticia de su desaparición o cuando las personas empiecen a recordar que estuvo conmigo la última vez; debía idear un plan o por lo menos un comentario convincente para los demás.

Luego de muchas vueltas alrededor de mis habitaciones y jardines terminé de crear una noticia que convencería hasta a la policía de que era cierta, nada podía fallar, sólo tenía que mostrarme amable y dispuesto a ayudar para que todo saliera bien. Con el plan hecho y después de hacer mi informe médico para asegurar mi declaración me relajé bastante y me encaminé nuevamente al consultorio.

Cuando estuve a escasos pasos de llegar escuché un papel rasgándose con brusquedad y la carta ser abierta con mucha paciencia, como si se estuviera preparando mentalmente para lo que estaba por suceder. Había dejado la puerta semi abierta así que me senté en el pasillo y la miré mientras leía, con cada línea que avanzaba mi corazón se aceleraba y sus lágrimas aumentaban, los sollozos llegaron al clímax y ella frustrada rompió la carta en pedazos. Sabía que algo como esto sucedería, atiné a levantarme y dar pasos muertos para llegar a mi habitación.

Me recosté hecho un ovillo como un niño asustado de los monstruos que podrían aparecer, la diferencia aquí es que ya no era un niño y yo era el monstruo del que quería escapar.
No podía dormir y estoy seguro de que la persona al otro lado de mi habitación tampoco lo conseguía.
La negrura de la noche por primera vez en largos años me trajo soledad, me carcomía lentamente y llenaba de terror a la habitación.
La sensación de que alguien se encontraba tras de mí y estaba esperando a que yo tuviera el valor de encararla se sentía demasiado real, en todo el cuarto cayó una densidad perturbadora, tan pronto eso sucedió una fuerte lluvia se hizo presente, rayos y truenos aclamaban su presencia en todo el pueblo, sin embargo yo estaba seguro de que esas aclamaciones se dirigían sólo hacia mí.

La sensación persistía y cada vez era más intensa, tanto que incluso percibía como me observaban en la espesa oscuridad. Entendía claramente todos los sentimientos que surgían en estos momentos pero no alcanzaba a comprender porque están aquí, me persiguen como un cazador a su presa, con sigilo y sin prisas, esperando el momento oportuno para entrar en batalla, para matar implacablemente y conseguir la victoria.

Toda la noche esperé a que ese "alguien" caminara al otro lado de la cama y me viera frente a frente, esperaba rendido verme a mi mismo. No sucedió pero tampoco se fue, me acompañaba, eso hacía, estaba claro como el agua, ese "alguien" me acompañaría por el resto de mis días.

Para cuando logré comprender tan atroz acertijo la mañana había llegado y el alba mostraba los primeros atisbos de presencia, mientras mi cuerpo se resistía a obedecerme y sentía como una tropilla de caballos había molido mis huesos durante toda la noche, mis pensamientos eran los galopes y las acciones previas el jinete, el conjunto perfecto para destruirme mentalmente.

Cansinamente levanté mis extremidades y coloqué mis pies al borde de la cama, suspiré, me puse las prendas del diario y salí de la habitación.

Apenas eran las seis de la madrugada y como predije, ella dormía tranquilamente aunque con rastros de haber llorado mucho. La dejé estar y fui directo a la cocina para preparar el desayuno, un par de huevos fritos, unas tostadas y un jugo de naranja lo complementaban, al terminar fui en busca de antiséptico y unas vendas; junté todo y fui al consultorio.

Al verla dormida no me atreví a despertarla y en lugar de ello empecé a limpiar y curar las heridas de las muñecas provocadas por la fuerza que aplicó al querer soltarse. Delicadamente enrollé los vendajes en torno a cada una mientras ella seguía en los brazos de Morfeo.

Me daba tanto miedo despertarla, no quería que sucediera lo de la noche anterior y me dijera todas las verdades que yo no quiero escuchar, si alguien me hubiera dicho que tendría miedo de despertar a una muchacha me hubiera reído pero aquí estoy, temblando como un perro ante la mirada amenazante de su dueño.

Moví ligeramente su hombro y ella despertó lentamente, para cuando enfocó su vista me miró llena de ira y con ojos llorosos. Me alejé unos centímetros para que de sintiera más segura y agarré el desayuno para llevarlo hacia ella.

Ella observó el plato con desconfianza mientras regresaba su vista a mi. Supe lo que estaba pensando y tomé una porcion de tostada y lo metí en mi boca, luego tomé un poco de jugo y la miré de nuevo.

Dejé el plato en su regazo y mientras me daba la vuelta para sentarme en la silla escuché -Déjame ir por favor- Se la escuchaba tan rota y resignada, no pensé que en lugar de gritarme me lo dijera casi como un leve susurro.

-No puedo, ya no puedo aunque quisiera- le respondí con el mismo ápice de tristeza con que ella habló.          -¿Por qué yo? - preguntó mientras me acomodaba en la silla y ella tímidamente tomaba una tostada -La carta lo dice en pocas palabras, apareciste tan repentinamente que no sé cuál fue el detonante, tu aura o tu personalidad, tu belleza... no lo tengo muy claro- Me sinceré al tiempo que tomaba el jugo con pesar.

- ¿Algún día me dejarás ir? - cuestionó con la poca esperanza que le quedaba -No podría, me matarían al momento que cuentes la historia, me degollarían. Y aunque ese es el menor problema... no quiero perderte- ella no sabía que responder y ahí murió la conversación.

Después de eso todo siguió igual, le dejaba su comida y no volvió a hablar, el whisky se convirtió en mi amigo, me acompañaba a todas partes donde me quedara más de diez minutos. Iba a dejar el tocador en el consultorio para que escuchara música y se distrajera un poco durante el día, a la mañana siguiente y después de convivir nuevamente con mi otro yo en la noche le zafé de las correas y la llevé a la ducha para que tomara un baño, ya allí le mencioné -No intentes nada, todas las puertas y ventanas están aseguradas, no quiero hacerte daño- ella no respondió e ingresó a la tina mientras yo cerraba la puerta.

Veinte minutos después escuché que ya estaba lista y la regresé a su habitación que preparé mientras se duchaba. Estaba sorprendida por el cambio pero no mencionó nada de nuevo, la dejé estar y luego de colocar sus correas salí.

Monótona. Esa sería la palabra que utilizaría para representar la situación, ella se encerró en una burbuja tal vez para proteger su salud mental y yo me acostumbré a tratar con un felino receloso que sólo esperaba su comida y luego huía.

Dos días después el momento llegó.

Los golpes en mi puerta me anunciaron la llegada de la policía, estaba nervioso pero me calmé luego de un vaso de agua y abrí la puerta recibiendo a dos hombres perfectamente vestidos, con una cara de pocos amigos y sus placas en la mano.

-Buenos días caballeros, ¿A qué debo su visita?- me apresuré a decir dejándolos pasar al salón principal
-Estamos aquí porque algunas personas dijeron haberlo visto por última vez con la joven que se encuentra desaparecida- hablo uno con un tono neutral, casi intimidatorio.

Suspiré mientras esperaban expectantes mi respuesta -Ya veo, pobre de su familia, ella me prometió que les diría a sus padres antes de marcharse- Sorprendidos de que sabía algo me incitaron a seguir hablando cuando uno sacó una libreta para escribir. -Antes de seguir quisiera que me acompañen a mi oficina, ahí tengo el informe médico para corroborar mi declaración -

Asintieron y avanzaron tras de mí, una leve sonrisa apareció en mi rostro al saber que los tenía en la palma de mi mano. Dentro de mi oficina tomé asiento tras el escritorio y los invité a tomar asiento. Abrí un cajón y saqué un informe.

- Empiece - declaró uno de ellos y me preparé para la mayor y mejor preparada historia que diría en toda mi vida.

Tú... amor, el peor de los viciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora