Capítulo 8

59 9 0
                                    

     —Ah, la gatita... La hemos encontrado en la calle. Está herida. ¿Puede quedarse aquí a vivir, por favor?...

Tras unos segundos observándose, mis padres sonríen y mi padre responde:

     —Está bien. Pero debes hacerte cargo de todos sus cuidados.

     —¡No lo dudéis! Le compraré comida, la bañaré y la llevaré al veterinario.

Tras aquello, mis padres y la madre de Len continuaron charlando un poco más, pero esta vez guardaron el álbum de recuerdos ya que habían visto todas las fotos.

Parecía mentira... ¿Cómo era posible que tres personas de sitios distintos hubieran coincidido en el mismo, y que diez años después volvieran a encontrarse?

Éramos tan pequeños que ninguno nos acordábamos, pero las fotos no mentían.

Tanto Len como yo estábamos atónitos aún. Subimos a mi cuarto para relajarnos un poco. Me tumbo en la cama y el rubio se sienta en la orilla de la misma. La gatita se tumba al lado mía y mis ojos recorren todo el techo.

     —¡Espera! —exclamé, retirando la espalda del colchón—. Estoy empezando a recordar cosas. Me acuerdo de que te caíste y te hiciste daño en las rodillas. Empezaste a llorar, así que Maika y yo fuimos de inmediato a socorrerte.

     —¿De verdad yo hice eso, o te lo acabas de inventar?

     —Claro que no me lo he inventado. Eras muy asustadizo.

Los gráciles maullidos de la gatita nos interrumpen. Sus patitas se posaron en mis piernas y se apegó mucho a mí.

     —Ahora que lo pienso, no le has puesto un nombre aún —dice el de ojos azules.

     —Mm...  ¿Qué tal "Mai"? ¡Mai! —digo frente a la minina, y esta entona un leve maullido.

     —Seguro que está hambrienta.

     —Pues no tengo nada para darle... La veterinaria nos dijo que debe tener alrededor de un mes; deberíamos ir a comprarle leche para gatos.

De esta forma, Len se vuelve a poner la chaqueta que las mellizas le regalaron en su cumpleaños y, con Mai en brazos, salimos a la calle. Parecía tan asustada que me daba pena dejarla en casa, aunque estuvieran mis padres.

[ . . . ]

     —No sé cómo mi madre piensa que va a llover. El cielo está completamente despejado y hace un sol radiante —digo, haciendo una pausa después—. Aunque al final nos ha venido bien el paraguas.

Las personas que pasaban cerca de nosotros nos observaban extrañados. Se estarían preguntando qué hacen dos adolescentes bajo paraguas con el "buen tiempo" que hacía, pero la verdad es que para nosotros era muy molesto.

     —¡Miau!

     —No te desesperes, vamos en camino —le digo a la gatita mientras la acaricio, como si pudiera entenderme.

De pronto, empiezan a caer algunas gotas del cielo. En cuestión de minutos, todo se nubló y la lluvia se hizo presente. No podía creer que el tiempo fuera tan inestable. Comenzamos a aligerar el paso a la par que nos juntábamos para caber los dos bajo el mismo paraguas. Mai se hacía una bolita contra mi pecho.

     —¡Rin, Len!

Giramos nuestros cuerpos ante la llamada, encontrándonos con Rana.

     —¿Qué hacéis aquí fuera con lo que llueve? —cuestiona, acercándose a nosotros bajo su paraguas.

     —Tenemos que comprarle comida a Mai —respondo.

     —¿Mai? —interroga la de largas trenzas. Luego mira a la bebé que tengo entre los brazos y lo entiende todo—. Yo había salido a hacer un par de recados, pero viendo cómo se ha puesto el día mejor lo dejo para otro momento. Venid a mi casa, está cerca.

La pelirrosa nos condujo hasta su domicilio. Dejamos los paraguas secar y nos quitamos los zapatos. Subimos las escaleras para llegar a su habitación y, amablemente, Rana preparó comida para Mai, quien empezó a tragar de inmediato.

     —Qué suerte que tenías leche para gatos —comento.

     —La compré hace unas semanas porque encontré a un gatito en la calle, pero ya no le hace falta. Quédatela tú.

     —Así que recoges gatos abandonados —deduce el de coleta rubia.

     —Bueno... No exactamente —explica la de dos trenzas—. Solo recogí a estos tres.

Sobre la cama se encontraban tres gatos durmiendo plácidamente. Mientras que dos de ellos parecían adultos, uno era bastante pequeño aún.

     —Me gustaría cuidar de todos los que veo, pero entre mi trabajo y el espacio reducido de mi casa es imposible.

     —No mentías cuando decías que te gustaba ayudar —le digo—. Humanos, vampiros, gatos... ¿Hay alguien a quién no ayudes?

Rana da unas risitas en contestación con algo de vergüenza, pues se sentía halagada en cierta forma.

—No parece que vaya a escampar pronto —avisa ella al mirar por la ventana—. Esperad aquí, traeré bebidas.

La pequeña gatita, tras acabar satisfecha con la comida, se sintió atraída por los otros de su misma especie y se acercó a ellos. Estos estaban acicalándose y ella, admirándolos con atención, comenzó a imitarlos. Aquello me aliviaba mucho, ya que no tenía madre ni hermanos de quien pudiera aprender las conductas felinas. Al menos así podía hacerse una idea.

Tras algunos minutos llegó la oji-azul de dos trenzas con zumos y pastelitos los cuales degustamos encantados.

     —Espero que no os moleste que os pregunte, ¿por qué sois vampiros?

     —Yo lo soy de familia.

     —A mí me mordió él —señalé al rubio, quien se encontraba a mi lado.

     —¡No lo digas así!... —se queja él.

     —Es broma. Hice que me mordiera porque llevaba demasiado tiempo sin tomar sangre.

     —Vaya... Si nos hubiéramos conocido antes, podría haberos ayudado y no tendríais que haber recurrido a eso.

     —Bueno, no pasa nada —comento yo—. Así puedo estar miles de años con Len.

El rubio me mira impresionado y, si no fuera porque no hay sangre en sus venas, estoy segura de que se habría sonrojado. Me lanza una tierna sonrisa y seguimos hablando durante horas sobre cosas triviales. Incluso los gatos que vivían con Rana hicieron buenas migas con nosotros.

【Paraguas 2】☂ RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora