PRÓLOGO

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Era su deber y obligación hacerlo. Dar gracias por las bendiciones recibidas el día con día, aunque sus días pasaran con la rutina adquirida desde años atrás.

Su brazo izquierdo yacía elevado con la palma abierta a punto de rozarle los labios, mientras las plegarias se recitaban entre ellos cual letanía aprendida y repetida hasta el cansancio, mientras sus ojos yacían cerrados, apartándolo del ruido externo. Posición con la que no logró continuar a causa de la intromisión de alguien más, en su hora de agradecimiento, capilla reservada para él, en exclusividad, por lo que colocó por instinto la mano con la que rezaba, sobre el mango de su espada, posada sobre su cintura derecha. Sin moverse más.

Abrió los ojos, dirigiendo la mirada en la dirección de la irrupción.

Encontrando a una mujer, largos cabellos claros, al aire... los brazos extendidos, y un suspiro escapado, sin duda alguna era la representación de la libertad.

Quien no se había percatado de la presencia que imponente se irguió frente a su mirada, atrapándola en el terror de haber sido descubierta.

Sentado en las bancas delanteras y prácticamente cubierto por la totalidad de su capa oscura, el caballero de cabellos negros se puso en pie. La miró, de eso estaba segura, pero simplemente bajó los implacables iris azul acerados que poseía y caminó a paso tranquilo, pasándola de lado.

—Se... señor... —estaba perdida... sabía de antemano que lo último que podía hacer era despegarse de sus obligaciones sagradas... y despojarse de sus vestimentas, aunque fuera en un modo tan sencillo como ese... podría tomarse como desacato a las órdenes, convirtiéndola en candidata para ser juzgada.

—No existe violación de código de vestimenta... —respondió aún de espaldas a ella, con la armadura negra brillante en medio del pasillo hacia la salida de la capilla.

Lo sabía... se había percatado de su presencia y de su preceder... como novicia de la iglesia Axioma, sabía perfectamente la autoridad absoluta que poseían los caballeros de la integridad, para castigar lo que se considerara como falta al índice de tabúes que regían el mundo.

Por lo que mientras se explicaba tomó la cofia con velo y se la colocó, remediando su atentado, cubriendo sus cabellos que la exponían como mujer mundana y regresando a la recatada figura de la novicia que era.

Sin decir nada más, el caballero negro siguió caminando, mientras la capa ondeaba a sus espaldas con cada paso.

Era la primera vez que lo veía tan cerca...

Comúnmente era extraño, encontrarse con los caballeros de la integridad en el territorio libre... casi siempre la vista más cercana que se tenía de ellos, era verlos montando sus caballos alados con los que cruzaban el firmamento.

Por lo que deseaba poder agradecer sus atenciones y su labor, se llevó las manos al pecho nerviosa, pensando si hacerlo o no, pero tragándose su miedo, decidió emprender camino, en una ida rápida hasta alcanzarlo, pero... cuando el caballero sintió la cercanía rapidez se volteó en un segundo, con el arma desenvainada. Larga espada negra de una mano, hoja plana de color negro y reflejo brillante. Apuntándole a la garganta, asustándola por la impresión y la velocidad de aquella mano zurda apuntándole.

—No... señor... yo solo...

—No te acerques a mí... ni a ninguno de los caballeros de la integridad... —la miró molesto por su arrebato y blandiendo la espada al aire, volvió a enfundarla.

—Es solo... que quería agradecerle... por todo el esfuerzo que hacen ustedes... al... —se sintió tonta, al pronunciar, sabía que esa era la labor sagrada de todo caballero santo. —luchar contra el territorio oscuro... —la mirada avellana de la joven, tembló, para terminar por derrumbarse ante el acero inmarcesible de la mirada fría frente a ella.

Nieve de mandarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora