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Las cosas tienden al cambio más seguido de lo que a veces nos puede agradar, y tienden a ello porque es natural

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Las cosas tienden al cambio más seguido de lo que a veces nos puede agradar, y tienden a ello porque es natural.

Es decir, no le puedes pedir a un árbol que pare de crecer o que no mude sus hojas, tampoco puedes imponerle a la luna que deje de moverse, y mucho menos, puedes esperar que seas él mismo que fuiste en enero si ya es septiembre: hasta lo más mínimo, como una arruga cerca de los ojos o el largo de algún cabello, habrá cambiado para ese entonces.

Explicar las situaciones anteriores es tan sencillo como decir que las cosas cambian, y lo hacen porque el cambio es un ciclo continuo que siempre está ahí; todavía cuando lo olvidemos, todavía cuando nos aterre; así pues, aquel día, aquella mañana de la última semana de agosto, Lauren Jauregui había sido recordada de eso.

Aquel martes —porque era martes—, a diferencia de todos sus martes anteriores, lo que le había despertado no había sido una alarma, ni tampoco las repentinas ganas de hacer pis que de vez en vez la despertaban, o la imperiosa e inexplicable necesidad de beber agua que a veces, sobre todo los viernes, la molestaban. No, por supuesto que no.

Ese martes, lo que había interrumpido el preciado y necesario sueño de Lauren Jauregui, había sido algo muy inesperado, sobre todo en la monotonía de la vida promedio de un habitante de Nest.

Dicho eso, quizá antes de proseguir sea necesario aclarar una cosa más. Una cosa importantísima: Así como Lauren estaba acostumbrada a las rutinas, estaba acostumbrada a pasar de las personas, quizá, por ello mismo, no conocía a sus vecinos.

Y ya, ya lo sé, probablemente, este hecho parezca de los más ordinario y menos destacable posible, sin embargo, su importancia reside en un único factor, un factor del que parte todo este revoltijo y enredo que llamaremos historia: estamos hablando de Lauren, Lauren Jauregui.

¿Entienden? Lauren, la chica del 16-B, la misma que bebe, respira y vive el silencio; con quien entablar una conversación de más de 30 palabras es un logro, la misma a la que le puede brillar la sonrisa, pero no los ojos.

De acuerdo, tal vez establecer que no conocía a sus vecinos sea una exageración; es decir, no sabía más que lo esencial. Lauren sabía que "señorita gemidos de sábado a lunes a mediodía" vivía en el departamento de a lado, a la izquierda. Sabía también que "míster canto karaoke porque YOLO los martes a las 2 de la mañana" vivía a su lado derecho. Estaba segura de que el piso de arriba al de ella, no era más que la azotea —pues había pasado noches enteras en ese lugar—, y también de que James Rojas aka Jimmy, Jae, Jimbo, entre otros, era el vecino de enfrente—, ya que sus puertas se saludaban de vez en cuando, y él aprovechaba para colarse dentro de su departamento para desarrollar algo tan complicado para Lauren, que él se enorgullecía de llamar amistad—. De igual manera, sabía que Robin, la guapa universitaria de arquitectura, vivía en el piso de abajo, el 16-A.

Lo rescatable de aquel conjunto de letras superior llamado párrafo, es que Lauren Jauregui solo conocía el nombre de tres individuos dentro aquel rectángulo gigante y pesado de concreto en el que vivía: James (cuyo más acertado sinónimo sería mejor amigo, o hijo de puta castroso de una risa tan audible que cuando deja de reír su carcajada seguirá reverberando por 8 minutos en los tímpanos de cualquiera... Lauren ha tenido tiempos difíciles tratando de decidir cuál de los dos va más ad hoc con aquel muchacho de figura menuda y lentes de pasta), Rebecca Santos (la joven portera que trabaja en los días y estudia leyes en la noche) y Robin Mabrey.

La Sociedad de Paraguas (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora