Porque hay personas a las que vas a querer toda una vida, estés junto a ellas... O no.
Cuando uno de los departamentos del edificio Octubre es ocupado por un nuevo inquilino, ocurren demasiadas cosas. Suficientes como para que de ahí en delante, con...
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Dos días. Ese era el tiempo que había pasado desde que sucedió el incidente del "porrazo". Dos días en los que la rutina de Lauren no podía estar más llena de horrorosos y estridentes ruidos: desde madera rechinando, muebles siendo arrastrados y golpes contra el techo (¿?); hasta gritos, objetos rompiéndose y un sin igual de palabras... coloridas.
El espectro que se encargaba de apuñalar al amado silencio de Lauren era bastamente amplio. La chica del 16-B estaba incluso más que segura de que, ir al mercado popular o a la central de abastos, podía darle más tranquilidad y silencio que la ruidosa y mala actriz del 16-A aunada al estúpido cantante de quinta y a la maldita ninfómana.
Aquel edificio era una autopista en hora pico. Un estadio presenciando un clásico de fútbol. Con tan solo recordarlo, Lauren sentía que su cabeza comenzaría a doler, y las náuseas se le acumulaban en el estómago. Arrugó la nariz ligeramente, desechando lo más pronto que pudo aquel pensamiento. No merecía la pena, ni la chica, ni el ruido.
No merecía la pena, sobre todo, porque aquella tarde, casi noche, con los brazos tirantes del balcón y el cuerpo reclinado sobre aquel concreto enano que servía de barandal, Lauren sabía que era jueves. Un caluroso y monótono, jueves aburrido... Eso... Bueno, eso era más interesante, ¿no?
El trabajo había ido como iba todos los días. Luis y Henry tuvieron estirando sus labios aquella cosa que llamaban sonrisa, sus pantalones de mezclilla acabaron barnizados de harina incluso si ella no cocinaba, Brad—uno de los proveedores de alimentos de Tony— volvió a intentar algo que parecía simular un coqueteo con ella, y el Sol no había regalado ni un misero rayo a la estúpida ciudad de Nest.
Su dedo, pálido como su cuerpo completo, trazaba con descuido patrones asimétricos en el hormigón. Sus ojos, que se jactaban de vivir entre trajes de varios colores, a veces verdes, ahora grises, saltaban entre carreteras delimitadas solo por un flaco andén de pasto y florecillas todo terreno; yendo desde esa calle que vivía a enaguas de su propio edificio, hasta aquella otra en donde había una hilera nueva de departamentos, esos mismos que encaraban a Octubre.
No había mucho que observar para ser sinceros. Pocos eran los carros que circulaban aquel día a las...—miró su muñeca izquierda, allí donde el delicado y viejo reloj de pulso negro estaba—19:50, así como pocos los transeúntes. Igual, era comprensible. Tener una temperatura de 35°C (porque Nest podía carecer de luz solar, pero no de su bochornoso calor infernal) tampoco animaba demasiado a dejar la comodidad del hogar para aventurarse en el terrible desierto caluroso que habitaba afuera.
No obstante, por más extenuante que fuera el calor y más cálidamente cegador el viento, Lauren estaba bien con ello. Lo estaba porque en cierta medida aquello significaba tranquilidad. Y la tranquilidad llevaba siempre al silencio. ¿Cierto?
—No—escuchó lejano, pero tan claro como un suave suspiro. Frunció el ceño.
—No, Santi—. De un momento a otro, aquella voz lejana y seca, era ya pasos firmes a cada segundo más próximos—. ¿Qué? —Volvió a escuchar.